Antonio Cazorla y Adrian Shubert, catedráticos de Historia en las universidades de Trent y York, aparecen en la pantalla y empiezan a hablar de la represión franquista, las Brigadas Internacionales o la dura vida en las trincheras de los reclutas forzados. Lo hacen desde sus respectivos despachos, que están tan lejos, en Canadá, como el embrión y la sede de un proyecto único en el que llevan varios años trabajando: un Museo Virtual de la Guerra Civil Española. Sí, solo existe un espacio así dedicado a la contienda de 1936-1939; y no es físico, de ladrillo, ni se encuentra en España. El dominio pertenece a un país a miles de kilómetros de donde se registraron tantas muertes.
La iniciativa de media docena de académicos, historiadores y arqueólogos encabezados por Cazorla y Shubert, que ahora cuenta ya con otros cincuenta colaboradores, es totalmente altruista: un admirable ejercicio de historia pública para contar la historia de la Guerra Civil desde otro punto de vista. Si bien el museo abrió sus puertas (en la red) en septiembre de 2022, ahora da un salto cuantitativo y cualitativo haciendo accesibles sus contenidos en tres idiomas —español, inglés y francés—, inaugurando dos nuevas galerías dedicadas al desarrollo de la contienda en Cataluña y País Vasco, también disponibles en sus lenguas vernáculas, y lanzando un espacio de memoria común al que todo particular puede contribuir enviando artefactos o recuerdos personales relacionados con el conflicto.
"Queremos recuperar la complejidad de la Guerra Civil y su aspecto humano, dos cosas que se suelen perder sobre todo cuando entra en juego la política: hay una tendencia en los últimos años a pintarlo todo de buenos y malos", reflexiona Shubert. "Bueno, eso ya viene de la propia guerra", corta Cazorla. "Ahí están las imágenes propagandísticas de los puños levantados o los brazos en alto. Pero la guerra fue íntima en el sentido de que la gente sufrió mucho miedo, tuvo pérdidas de todo tipo y una ansiedad constante".
Hasta el momento han reunido en la web del museo unos 300 objetos (fotografías, documentos, carteles, diarios, piezas arqueológicas como crucifijos y ampollas de morfina, noticias de periódicos, vídeos, como un fragmento del clásico Sierra de Teruel, etc.) que permiten desglosar esa guerra más cruda y personal, el drama humano. "Se habla mucho de ideologías y poco de sentimientos", resume Cazorla. Buena muestra de ello es la primera imagen que recibe al visitante virtual: una mujer que llora desconsoladamente frente al cadáver de su marido, favorable a los rebeldes, víctima paradójicamente de una bomba lanzada por los aviones franquistas en Lleida.
El proyecto, que no atisba un límite, sino que está llamado a convertirse en un vasto archivo didáctico y gratuito, accesible a todas horas desde todo el mundo, se enfrenta a un problema fundamental: la falta de financiación. Se ha podido poner en marcha gracias a una serie de becas de universidades e instituciones canadienses, a las que ahora se suma la colaboración económica de los descendientes de los brigadistas del Batallón de Mackenzie-Papineau. La embajada española en Canadá contribuye con unos mil euros anuales, mientras que con el Ministerio de Cultura se han firmado una serie de acuerdos para poder utilizar materiales conservados en archivos estatales —los derechos de autor y las trabas que ponen algunos centros son un problema absurdo—.
Déficit de historia pública
Otra de las novedades incluidas en la ampliación del museo es la galería dedicada al impacto global de la Guerra Civil. "Se habla mucho de las Brigadas Internacionales y las políticas de las grandes potencias, pero eso es solo una parte", subraya Adrian Shubert. De momento han incluido microhistorias de diez países que muestran cómo fueron las reacciones de la sociedad civil, si hubo voluntarios en ambos bandos o no combatientes y las respuestas culturales que propició la guerra de España en diez países, número que se multiplicará próximamente. En el caso de China, por ejemplo, que desde julio de 1937 se enfrentó a la invasión japonesa a gran escala, se compusieron canciones populares que equiparaban la defensa de Wuhan a la de Madrid.
Shubert, hispanista canadiense autor de una brillante biografía sobre Baldomero Espartero, y Cazorla, experto en evolución cultural y social de Europa en el siglo XX, llevan una década trabajando en un campo "poco desarrollado" en España: la historia pública, es decir, la divulgación de las investigaciones académicas a la ciudadanía. Como parte del mismo esfuerzo coordinaron un par de meses antes de la apertura del museo el conmovedor volumen La Guerra Civil española en 100 objetos, imágenes y lugares (Galaxia Gutenberg).
"En España se dice que hay una visión del pasado que es maniquea, pero yo creo que no. La inmensa mayoría de la sociedad no tiene heridas que cerrar ni miedo del pasado. Hay que normalizar el conocimiento del pasado para el público general", opina Cazorla. "Aquí hay un déficit de historia pública clarísimo: toda diputación hace un museo de arte, pero ninguno de historia... Los españoles tenemos mucho complejo de inferioridad con nuestra historia, y no debería ser así. Tiene luces y sombras como todas, y no hay que estar orgullosos ni arrepentirse; hay que conocerla críticamente y luego que cada uno tenga los sentimientos que quiera".
En este año y medio de vida del museo han accedido a sus fondos más de 72.000 usuarios, 44.000 de ellos españoles. Los historiadores reconocen que les gustaría ver un proyecto similar materializándose "en ladrillo" en España, pero por ahora parece una utopía. De momento siguen trabajando en nuevas galerías enfocadas a las causas y consecuencias de la Guerra Civil y en la elaboración de unos mapas didácticos. "El mejor discurso museográfico es contar las cosas sin ocultar nada", cierra Cazorla. "Nosotros partimos de dos principios muy claros: somos demócratas —no se puede comparar una democracia con dictadura— y humanistas —la violencia contra personas es injustificable—. Cuando entras en el museo te vas a dar cuenta de que ponemos mucho énfasis en el sufrimiento humano".