Cerca de la ciudad alemana de Magdeburgo se encuentra una pequeña colina conocida como Eulenberg que domina el llano paisaje del distrito de Börde, rico en loess y tierras negras muy fértiles para el cultivo. Hoy, un complejo industrial de 300 hectáreas ocupa el terreno pero hace 6.000 años formaba parte de un lugar sagrado, mágico y ritual para las poblaciones neolíticas de la cultura Baalberg datada en torno a 4.100 y 3.600 a. C.
Antes de realizar las obras para edificar un complejo industrial de semiconductores, un equipo de arqueólogos investigó el lugar. A juzgar por sus descubrimientos, toda la zona debió estar salpicada de grandes túmulos funerarios donde las poblaciones del neolítico depositaban a sus difuntos siguiendo una serie de ritos para facilitar su tránsito al más allá. Del primer periodo documentado en el cementerio aparecieron dos grandes cámaras funerarias trapezoidales de entre 20 y 30 metros de largo. Construidas en madera y separadas apenas unos 200 metros una de otra fueron cubiertas de tierra.
En el camino entre ambas tumbas fue usado como lugar de procesiones y como zona de sacrificio de parejas jóvenes de ganado bovino. En una de las tumbas que llamó la atención de los arqueólogos apareció el esqueleto de un varón de entre 35 y 40 años que fue enterrado junto a un carro y una pareja de ganado vacuno de no más de 3 años de edad.
Todo el conjunto fue ideado para crear una imagen congelada en la eternidad en la que el difunto 'conduce' el carro tirado por las reses. Así, las poblaciones del neolítico medio simbolizaban con este entierro que "con el ganado se ofrecía a los dioses la posesión más importante: la seguridad del propio sustento", informa el comunicado de la Oficina Estatal de Gestión del Patrimonio y Arqueología de Sajonia-Anhalt.
A juicio de los investigadores, todo el lugar formaba parte de un recinto sagrado cuya memoria no se borró con el paso de las generaciones y los siglos. Más de mil años después, las comunidades de la cultura de las ánforas globulares -que vivieron entre los años 3.300 a.C. y el 2.800 a.C.- siguieron enterrando allí a sus muertos.
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Construyeron una zanja empalizada de unos 50 cm de ancho señalaba el sendero de la antigua ruta procesional e incluyó en ella el mayor de los túmulos de la necrópolis, de unas 3 hectáreas de extensión. Este camino pasó por encima del enterramiento del ganado sacrificado, pero no lo destruyó. El lugar siguió en uso a juzgar por los túmulos construidos por los miembros de la cultura de cerámica cordada -entre los años 2.800 y 2050 a.C.- de unos 10 metros de distancia.
"La coherencia en el uso ritual de esta parte del Eulenberg es asombrosa, y el análisis posterior de los hallazgos promete revelaciones aún más interesantes", concluye el comunicado.