La fabulosa casa de Fabio Rufo, llena de exquisitos frescos mitológicos y mármoles de colores, se localiza en el oeste de Pompeya, una zona de ricas mansiones con espacios laberínticos y aterrazados en varios niveles hacia la antigua línea de costa. En la escalera que desciende a uno de los sectores subterráneos de la domus romana se descubrieron las formas de los cuerpos, los escorzos que revelan los calcos de yeso, de tres víctimas de la erupción del Vesubio en el año 79 d.C., muertos durante su fallido intento de fuga, como tantos otros.
En ese recinto del yacimiento todavía virgen y vetado al turismo de masas hay que imaginarse a un niño ya mayor, que desde los siete años, cuando pisó Segóbriga por primera vez, quedó prendado de la Antigua Roma y fantaseaba con ser arqueólogo, tecleando en su portátil a oscuras, iluminado tan solo por la tenue luz de la pantalla, la linterna y la luna. Y aunque el silencio es total, Rubén Montoya escucha los ecos del pasado, la agonía, el dolor, la angustia, el sufrimiento de esa persona cuyos restos siguen dos milenios después sobre esa misma escalera en la que se apagó su vida.
En ese privilegiado contexto escribe, emocionado, las últimas líneas del epílogo de su primer libro, Pompeya. Una ciudad romana en 100 objetos (Crítica): "Si algo he aprendido del regalo que los dioses romanos me hicieron para navegar las dificultades del presente es que, aunque no podamos cambiar nuestra historia, existen mil maneras de aproximarnos a ella, redescubrirla y reescribirla".
La aproximación personal a la rica y fascinante historia de esta ciudad que Montoya, doctor en Arqueología, realiza en este estupendo ensayo con una hermosa edición es muy sugerente: una biografía de Pompeya y una radiografía de la vida cotidiana de los romanos a través de un centenar de artefactos, espacios, frescos, estatuas, monedas y hasta cuadros modernos que, situados de nuevo en su lugar de origen, ofrecen una aproximación más real al mundo romano y a la percepción que se ha construido del mismo.
"El objetivo era aunar esas dimensiones a través del mismo discurso, presentar una visión completa a modo de guía, un libro de cabecera, y que pudiese ayudar al lector a sumergirse en todos los aspectos de la vida cotidiana, que es lo que Pompeya nos permite experimentar", explica el autor a este periódico desde la realidad, mucho menos atractiva, del barullo de una cafetería madrileña. "Cuando fui a Pompeya por primera vez en 2010 lo que más me llamó la atención fue la ausencia de esos objetos, que se encontraban en museos o en exposiciones itinerantes. He querido traerlos de vuelta, buscar la relación con lo material, y que pudiesen contar y narrar ellos la historia".
Rubén Montoya, investigador especializado en arquitectura romana, ha excavado algunos recovecos del yacimiento, ha pasado horas en solitario estudiando extraordinarios vestigios de arte romano y medallones pintados en las paredes de las casas de los Amantes Castos, de los Amorcillos Dorados, de las Bodas de Plata o de Julio Polibio, una zona límite entre pasado y presente, con estancias todavía bajo el material volcánico; ha estado en el depósito de los muertos e incluso ayudó a un colega a documentar todas las intersecciones de la ciudad y los edificios de estas zonas. Un pase vip, unos permisos especiales, impensable para cualquier visitante normal. "Lo bonito, como dejo entrever en el libro, es estar a solas cuando ya no hay nadie y vuelve el silencio. Pompeya es una ciudad que vuelve a dormir cada noche y es ahí donde nosotros, como investigadores, podemos entrar en contacto con otra realidad".
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¿Más excavaciones?
Contar una historia a través de objetos, en este caso la de una ciudad que gracias a una catástrofe natural ha permitido conservar decenas de miles de restos materiales de todo tipo, siempre es una empresa íntima y subjetiva. Vayamos con un ejemplo. Para abordar la invisibilidad de los esclavos Montoya ha escogido un brazalete de oro (!). Apareció en el año 2000 en un espacio suburbano, en la muñeca de una mujer que junto a una niña halló la muerte mientras se refugiaban dentro de un mesón. En el interior de la joya había una inscripción: "Del señor para su esclava". Una postal humana de un universo miserable.
"Pompeya es una mirada a todas las aspiraciones sociales que estaban en juego en la sociedad romana", resume el arqueólogo. En el libro persigue el rastro de los juegos gladiatorios, descifra la importancia social de vestirse a través de una singular figura de terracota pintada, saca a la luz rasuradores de pelo oxidados y orinales para mostrar los comportamientos de belleza y de higiene y se sumerge en los últimos hallazgos arqueológicos sobre la vida diaria romana, como los dormitorios (cubiculum) de los grupos más humildes.
El libro está actualizado con los últimos descubrimientos, pero eso en Pompeya es un pulso perdido de antemano: en el periodo entre el envío del manuscrito a imprenta y su desembarco en librerías ya han aparecido nuevos espacios con pinturas increíbles. No hay problema: este viaje nunca visto a la antigua ciudad estará siempre abierto a las ampliaciones y a nuevos capítulos. No hay otro lugar capaz de abrir tantas ventanas distintas al mundo romano.
Pero esto genera un interesante debate: ¿hay que excavar Pompeya al completo? "No necesitamos más porque ya ha revolucionado nuestra manera de concebir la cultura romana de ese momento, del año 79 d.C.", responde el arqueólogo. "Lo más relevante sería no excavar más y reinterpretar esos millones de objetos que tenemos en museos y depósitos. Cada vez que excavamos estamos perdiendo datos y rompiendo un contexto. Lo que se puede descubrir en Pompeya es mucho, incluso sin excavar".
Rubén Montoya se conoce el Parque Arqueológico mejor incluso que los propios trabajadores. Pero lo que más sorprende es la inagotable fascinación que muestra por el yacimiento. Sí parece que existan los trabajos de ensueño. Incluso entre los vestigios romanos encuentra su particular vía de escape: "Cada vez que necesito desconectar, Pompeya es mi espacio seguro, como evadirme de la realidad del presente y entrar en conexión con otra realidad de hace 2.000 años que me ha fascinado desde pequeño". Merece la pena acompañarlo en este viaje.