El 23 de enero de 1944 cayeron las últimas bombas alemanas sobre Leningrado, hoy San Petersburgo. Cuatro días más tarde, una andrajosa multitud se agolpaba en los puentes y orillas del congelado río Neva. El asedio había terminado y el fulgor de las salvas de victoria resplandeció en la mañana como "el fuego del infierno en los cuadros antiguos", recordó la traductora Vera Inbér en su diario. Uno de cada tres o cuatro habitantes -750.000 civiles- habían muerto congelados, de hambre o despedazados por los proyectiles nazis.
El pasado lunes Rusia exigió formalmente al gobierno alemán que reconozca como "genocidio" el brutal asedio de Leningrado y "otros crímenes cometidos por el Tercer Reich" contra la Unión Soviética, según recoge una nota de la agencia Tass, uno de los órganos propagandísticos de Putin. Moscú acusaba así a Berlín de actuar bajo un "enfoque contradictorio" que reconoce como genocidio sus crímenes cometidos en África durante la época colonial, pero no los que tienen que ver con la Segunda Guerra Mundial en el territorio soviético.
En la misma nota, el Kremlin destacaba que el gobierno alemán tan sólo paga indemnizaciones a las familias de las víctimas judías del asedio. "La parte rusa ve tal práctica por parte de Alemania como discriminación étnica". Putin exige una indemnización para los más de 1,1 millones de personas que murieron a orillas del Neva entre 1941 y 1944, en el asedio más largo de la contienda.
Alemania, por su parte, justificó el trato diferente afirmando que los judíos soviéticos sufrieron una mayor represión y persecución debido a la política racial de la Alemania nazi. En cuanto a la indemnización, consideran que cualquier asunto pendiente sobre el tema se zanjó a finales de la Guerra Fría en el tratado "dos más cuatro" firmado en 1990 entre EEUU, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética y que permitió la ansiada reunificación de Alemania.
El pasado nazi sigue atormentando a Berlín que, de forma recurrente, se ve asediado por solicitudes similares como las emitidas en los últimos años por Polonia y Grecia. El pasado enero se celebró el 80º aniversario del fin del sitio de Leningrado en el que Alexander Graf Lambsdorff, embajador alemán en Rusia, se reunió con los supervivientes que, desde 2019, reciben cierta ayuda médica por parte del gobierno federal como gesto humanitario.
"Rusia seguirá defendiendo firmemente los derechos de las víctimas de los crímenes nazis y espera que Alemania muestre una reacción sustancial", se añadía en la reclamación rusa. "El bloqueo de Leningrado fue un terrible crimen de guerra que la Wehrmacht alemana impuso a Leningrado y su población", respondió el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, manteniendo su postura oficial.
Hambre, frío y caníbales
Aquel asedio que duró casi 900 días es recordado por ser uno de los más crueles de la historia de la Humanidad y en el que también participó la División Azul. La propaganda soviética se burlaba de su nombre y la llamaba así por el color de sus caras, muertas de frío. Aún así, pusieron su granito de arena y bloquearon una ofensiva del Ejército Rojo para romper el cerco de la hambrienta ciudad en febrero de 1943.
En septiembre de 1941 los temidos panzer de Hitler, incapaces de tomar al asalto la cuna de la revolución bolchevique y antigua capital zarista, decidieron sitiarla y bloquear cualquier ayuda exterior. Entre sus calles en ruinas, heladas y desamparadas se vivieron escenas capaces de dejar como un cuento infantil a los círculos del Infierno descrito por Dante Alighieri.
"Leningrado fue la primera ciudad en toda Europa que Hitler no consiguió tomar y que, si hubiera caído, le habría proporcionado las fábricas de armas, los astilleros y las plantas siderúrgicas más grandes de la Unión Soviética, le habría posibilitado unir sus ejércitos con los de Finlandia y le habría permitido cortar las vías ferroviarias que transportaban ayuda de los aliados desde los puertos árticos", explica la periodista Anna Reid en Leningrado (Debate).
En la ciudad báltica salpicada por las bombas, las temperaturas invernales podían descender hasta los -32º y los cadáveres se agolpaban en sus calles. Una enorme ola de asesinatos y robos relacionados con las cartillas de racionamiento se abatió sobre la población. En los momentos más duros sólo pudo ser abastecida a través de un precario nudo umbilical que circuló entre el quebradizo hielo del lago Ladoga y el crepitar de la artillería del Eje.
En el crudo invierno de 1941 las raciones rondaron los 125 gramos pan. Algunos civiles, enloquecidos por el hambre y la desesperación, practicaron el canibalismo. Corrieron rumores de que desaparecían niños y que en el mercado del Heno se podían comprar extrañas hamburguesas. A pesar de los escalofriantes asesinatos caníbales fue más común que se recurriera a la necrofagia.
En julio de 1942, cuando el fenómeno desapareció y el suministro mejoró un poco, la policía había detenido a 2.015 personas relacionadas con actividades antropófagas. Muchos de ellos, considerados dementes, fueron fusilados para dar ejemplo.