A finales del siglo IV d.C. el Imperio romano de Occidente atravesó una gran crisis militar, política, social y religiosa. El cristianismo católico sobrevivió a las persecuciones y se consideró religión oficial desde el año 380. Poco duró aquella victoria. Sus representantes oficiales aún estaban moldeando el canon, agitados por un mar de credos y disputas teológicas sobre las enseñanzas y la naturaleza de Jesucristo. Las malas hierbas de la herejía brotaban por todas partes.
Desde las brumas de la militarizada provincia de Britannia, Magno Máximo, un general hispano, fue proclamado emperador por sus legiones después de aplastar a un contingente picto. Cruzó el canal de la Mancha para dirigir el Imperio y, una vez asesinado el emperador Graciano, se impuso sobre Hispania, Germania, Galia y Britannia. En su corte, en la actual ciudad de Tréveris (Alemania), los informes se acumulaban y las legiones permanecían inquietas. Su autoridad seguía discutida y la guerra civil estaba lejos de terminar. Fue entonces cuando en el año 385 llegó la comitiva del controvertido obispo hispano Prisciliano.
Desterrado, acusado de hereje y sancionado por la Iglesia, intentó la mediación del nuevo emperador, que ya había tomado una decisión. Entre interminables sesiones de tortura confesaron todo lo que los verdugos querían escuchar, suficiente para condenarlos a muerte. El obispo y seis de sus más fieles acabaron decapitados ante el estupor generalizado. Fue la primera vez en la historia que la justicia civil condenaba a muerte a un religioso cristiano por desviarse de la ortodoxia.
El hereje hispano
La vida del hereje hispano, su sepultura y sus creencias están envueltas en las tinieblas de la historia. Nacido en el seno de una rica familia senatorial, aún se discute si se crio en la Bética, en Lusitania o en la lejana Gallaecia.
En algún momento de su formación quedó influenciado por el maniqueísmo y el gnosticismo, herejías orientales que defendían la existencia de dos fuerzas enfrentadas: el alma, de esencia divina asociada con la luz; y la materia, de naturaleza diabólica asociada con las tinieblas. Muchos textos priscilianistas se perdieron y sus ideas nos han llegado contaminadas por sus enemigos y su confesión bajo tortura.
"[Prisciliano] Reconoció que celebraba reuniones secretas, agravadas por la nocturnidad y la asistencia de mujeres depravadas", explica María Victoria Escribano Paño en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia. La historiadora remarca además que fue obligado a reconocer que rezaba sin ningún tipo de ropa, "lo que equivalía a confesar que había recitado fórmulas imprecatorias dirigidas a poderes demoníacos".
La discutida realidad parece indicar que su movimiento llamaba al ascetismo, la humildad, la pobreza y la abstinencia moviéndose en un extraño limbo entre la herejía y la reforma de la Iglesia. Sus extrañas (y desconocidas) prácticas en bosques y viviendas fueron prohibidas en el Concilio de Caesaraugusta del año 380.
Sus ideas comenzaron a inquietar a los ortodoxos que vieron como el priscilianismo se extendía por Hispania y su líder fue elegido obispo de Ávila un año después. Entre sus fieles había poderosos personajes y miembros de todos los grupos sociales, incluyendo también varios obispos.
Sobornos y lapidaciones
A la entrada de Mérida, una muchedumbre expulsó y golpeó a varios priscilianos y, en la Galia, las crónicas relatan que una de sus discípulas llamada Úrbica "fue apedreada por el pueblo por su firmeza en la impiedad". Ortodoxos y priscilianos, enfrentados, recurrieron al poder civil para desautorizarse entre ellos sin hacer ascos a la difamación y a los sobornos para imponerse.
El destino de los rebeldes hispanos cambió de forma radical cuando el general Magno Máximo se alzó con la diadema imperial en el año 383 y los obispos ortodoxos, Hidacio de Chaves (Galicia) e Itacio de Ossonoba (Estoi, Portugal), volaron raudos como cuervos a la sombra del nuevo poder.
Con lenguas afiladas y envenenadas como serpientes despotricaron ante la curia imperial contra los que acusaron de herejía y brujería. La justicia civil iba a tomar cartas en el asunto y, sin ser conscientes del peligro, Prisciliano y su séquito marcharon a Tréveris buscando la intercesión del emperador solo para ser torturados.
"La confianza en la imparcialidad de Máximo resulta totalmente infundada, por cuanto el nuevo princeps necesitaba ganarse la lealtad de las iglesias con el claro propósito de ir legitimando su poder, en medio de las acusaciones que hablaban de usurpación ilegal", explica María José Bravo Bosch, catedrática de la Universidad de Vigo, en su artículo La persecución jurídica contra Prisciliano.
La tumba del Apóstol
El propio papa Siricio censuró a los obispos que intervinieron en la muerte de Prisciliano y se negó a comulgar con ellos, postura compartida por gran parte de la Iglesia. Además, Máximo había enviado a dos emisarios con el objetivo de cazar herejes y confiscar sus bienes. Aquella injerencia estatal en la vida religiosa no gustó a muchos, pero el Imperio estaba a punto de sucumbir. Cuando la persecución aflojó unos años después, el cadáver del hereje fue recuperado y enterrado en un rincón desconocido de Hispania.
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Respetado en vida, fue convertido en mártir por sus fieles, que veneraron sus restos en algún rincón de una Península Ibérica sacudida por la invasión de los vándalos, suevos y alanos en el año 409. En las zonas rurales de Gallaecia su herejía siguió viva al menos hasta el siglo VI d.C., cuando el visigodo rey visigodo Leovigildo sometió al reino suevo enclavado en el noroeste.
La "sucia herejía" terminó por desaparecer no sin antes, muertos sus primeros líderes, mezclarse con antiguos cultos paganos. En el siglo IX d.C. se encontró en Compostela un viejo sepulcro en el que se pensó que yacían los restos de Santiago Apóstol, que también murió decapitado. El arraigo de la herejía en aquella región hizo pensar a muchos eruditos, como el historiador Claudio Sánchez-Albornoz, que aquellos restos son en realidad los del hereje hispano que desafió al Imperio, pero la verdad hace mucho que se perdió en la historia.