Felipe II estaba envejecido y agotado. Desde 1590 necesitaba la ayuda de un bastón para poder caminar. Los efectos de la gota que le atormentaba desde mediados de la década anterior se agravaron en el verano de 1593: en dos ocasiones los cirujanos tuvieron que punzar al Rey Prudente en la mano para que expulsara el pus que se había acumulado. Ya no podía escribir y firmar lo hacía con dificultad. En muchos documentos, de hecho, se utilizó la fórmula de rúbrica "Dice Su Majestad".
"Su salud seguía un declinar imparable. En los primeros veinte días de mayo de 1595, Felipe II padeció constantemente fiebre", explica Enrique Martínez Ruiz en su biografía sobre el monarca, publicada por La Esfera de los Libros. Ese mismo año, revela el catedrático de Historia Moderna de la Universidad Complutense, le fabricaron al rey una silla con ruedas y articulada, bajo la dirección del cortesano flamenco Jean Lhermite, que le permitía sentarse para despachar y reclinarse por completo para dormir, además de poder pasar de la cama a ella directamente. Estaba elaborada con una lujosa tapicería, contaba con antebrazos y habría sido empujada por un sirviente.
Si bien los orígenes de la silla de ruedas son difusos —se han encontrado inscripciones realizadas en piedra en las antiguas Grecia y China que sugieren que este tipo de vehículos individuales para transportar personas con problemas de movilidad o incluso objetos pesados se utilizaron al menos desde el siglo VI a.C.—, la de Felipe II está considerada como el primer y mejor documentado ejemplo de este invento que hoy en día es un apoyo imprescindible en la vida de decenas de miles de personas.
El Rey Prudente no solo se valió de su silla para moverse por palacio, sino también en los desplazamientos más largos. El 30 de junio de 1598, unos dos meses y medio antes de morir, abandonó Madrid por última vez en dirección al Monasterio de El Escorial. Lo hizo en una comitiva real que iba a paso lento y subido a su poltrona con cuatro pequeñas ruedas, que varios de sus criados portaban en brazos para no agravar los dolores del soberano. No obstante, se desconoce el nombre del creador de este pionero modelo.
Cabe señalar que su padre, Carlos V, sufrió unos tormentos similares —o incluso mayores— a lo largo de su vida. Al emperador, retirado en el monasterio de Yuste, lo fue derrotando también la gota, una enfermedad cuyos primeros brotes sufrió en torno a 1530 y que, contraída por su insaciable apetito según los relatos de la época, le destrozaría las articulaciones. Al monarca también le fabricaron una silla para transportarlo, pero esta era movida con palos, según se explica en el inventario de los bienes muebles que quedaron en el monasterio jerónimo a su muerte. En la actualidad se expone una réplica de este objeto que sí incluye cuatro pequeñas ruedas.
Habría que esperar hasta 1655 para que se inventase la primera silla autopropulsada, obra de un joven relojero de Núremberg llamado Stephen Farfler. Usando un chasis de tres ruedas que permitía impulsarse con los brazos, este joven alemán de 22 años se había quedado parapléjico de niño tras sufrir un accidente en el que se rompió la espalda. Y tendrían que pasar otros dos siglos desde este vehículo hasta que se registró la primera patente sobre una silla de ruedas, exactamente en 1869.
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