El gran misterio del vikingo "Piel Negra" que cambia la historia de la colonización de Islandia
Una nueva obra bucea en la vida de Geimundur, un personaje nórdico silenciado en las crónicas medievales de forma deliberada.
16 abril, 2024 11:04Junto a un mar cubierto de hielo gran parte del año, el rey vikingo Hjör y decenas de sus guerreros cubiertos de hierro asolaron varias aldeas en las lejanas y casi mitológicas tierras de Biarmaland, junto al mar Blanco, en algún momento del siglo IX d.C. Allí, entre el humo y las llamas de poblados saqueados, el rey raptó a una joven princesa que llevó a su palacio en Rogoland, Noruega, donde la joven daría a luz a dos príncipes "ambos con la piel muy negra", según la crónica de El Libro de la Colonización.
Uno de ellos, Geirmundur "Piel Negra", se convirtió en el más noble y rico de los colonos que poblaron la lejana e inhóspita Islandia hasta que desapareció en las brumas del tiempo. "Geirmundur es una sombra, una voz en la oscuridad entre la prehistoria y la historia, y en esa oscuridad se ocultan muchas preguntas a las que nadie ha dado nunca una respuesta", explica Bergsveinn Birgisson, doctor en Literatura Medieval Escandinava y autor de En busca del vikingo negro (Nórdica Libros).
Los monjes del siglo XII y XIII que pusieron por escrito las sagas nórdicas no tuvieron mucho interés en rescatar y recordar la vida de este vikingo. Según el mito fundacional, los primeros colonos crearon una sociedad campesina igualitaria y se repartieron las tierras en cuatro porciones. Cada gran familia habitaba una de estas zonas y vivía en una completa autonomía política y económica. Sin embargo, Geirmundur atenta contra el mito: controlaba el oeste y el noroeste de la isla, acumuló gran parte del poder y poseía centenares de esclavos irlandeses y escoceses que le obedecieron con temor. Según las leyes vikingas, los castigos más comunes si holgazaneaban o intentaban escapar incluían la castración y los latigazos frente al resto de esclavos.
"La escritura de las sagas es como una metáfora: ilumina las partes convenientes y oscurece las demás", explica Birgisson en su obra, repleta de notas culturales, antropológicas, literarias y arqueológicas, que condensa de forma accesible sus más de diez años de investigación en Rusia, Irlanda, Noruega e Islandia tras los pasos del vikingo olvidado. Aquel hombre perdido en el tiempo, además de atentar contra el idílico mito igualitario de los orígenes de Islandia, tenía ascendencia extranjera y su historia carecía de heroicidades en duelos y campos de batalla.
Una leyenda local, que persiguió durante años al autor, menciona la triste historia de una fuga. Varios esclavos robaron un bote a su señor y remaron hacia ninguna parte. Lo único importante para ellos era alejarse de aquella isla maldita. Acabaron congelados en un islote que recibió el nombre de Escollo de los Irlandeses. De haber seguido remando habrían llegado al Polo Norte.
¿Piel Negra?
En realidad, aquel hombre del que huían no era negro ni su madre fue secuestrada en una furiosa expedición guerrera en busca de botín. En la casi legendaria Biarmaland, en la costa rusa del mar Blanco, habitaban los nenets, muy similares a los inutis: ojos rasgados, cara ancha y piel morena. Heródoto decía que en esos lejanos confines habitaban "devoradores de piojos". Los escritores rusos de la Edad Media lo llamaban la tierra de la medianoche y a sus habitantes "los que se devoran así mismos". Los geógrafos árabes mencionan que "solo Alá sabe lo que ocurre allí".
Si el padre de Geirmundur quería tesoros y gloria guerrera podría encontrarla en las Islas británicas. Allí, en el extremo norte de Europa, la única fuente de riqueza, nada desdeñable, venía de la caza y comercio pacífico de focas y pesadas morsas de 800 kilogramos. Sus colmillos de marfil eran muy apreciados en Europa, con su piel y tendones se elaboraban cuerdas y aparejos navales y con su grasa se hacían aceites y breas, claves para impermeabilizar las naves.
Geirmundur, hijo de un matrimonio concertado, fue enviado junto a la familia de su madre para asegurar la ruta comercial y conocer los secretos de la caza y aprovechamiento de aquellos grandes mamíferos marinos. Tras varios años en el confín del mundo, se casó con una nenet y regresó a Rogoland, el reino de su padre, hasta que en el año 872 d.C. las costas escandinavas se tiñeron de rojo y su reino dejó de existir.
Comercio de sebo y esclavos
Una alianza de pequeños señores y régulos fue derrotada por Harald Cabellera Hermosa, más conocido como Harald I de Noruega, en la brutal batalla de Hafsfjord. El desastre le sorprendió en Irlanda, más concretamente en el anárquico reino de Dublín, donde su familia poseía importantes clientes y contactos.
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"La isla es rica en leche y miel y no faltan vino, pescado o aves", escribió el monje Beda el Venerable sobre Irlanda en el año 731. Un siglo después el país convulsionaba en una densa maraña de alianzas traicionadas, conjuras y guerras entre vikingos y nativos. En medio del caos y la anarquía, Geirmundur, rota la conexión con las tierras de su madre y su esposa, conoció la existencia de una tierra a pocos días de navegación al norte de Irlanda donde descansaban grandes colonias de morsas: Islandia.
Allí esquilmó las poblaciones de morsas y focas y fundó cerca de 25 asentamientos. Necesitó una gran cantidad de trabajadores que consiguió gracias a sus contactos con los señores de la guerra de Irlanda que, a cambio de cuerdas y sebo, ofrecían esclavos encadenados. En aquella isla helada, Geimundur prosperó gracias a aquel triste negocio redondo y no a la pacífica explotación ganadera.
Según las crónicas, contó con al menos 80 guerreros que le acompañaban a todas partes. Estas mismas fuentes callan que su función fue la de proteger a su señor ante una posible rebelión. Enterrado en un barco funerario en el año 907 d.C., a finales de la Edad Media se perdió en la memoria la ubicación de su túmulo, quizá cubierto con piedras para evitar su regreso al mundo de los vivos. Nunca se sabrá la causa de su muerte.
Quizá un esclavo secuestrado y obligado a elaborar cuerdas y aceites de morsas, hoy extintas en Islandia, cumplió su ansiada venganza. Quizá no. Los cronistas decidieron, una vez más, guardar silencio sobre aquel gran señor que no encajaba en su historia. "En buena medida comprendo a los primeros autores de sagas: ¿una nación edificada sobre la avaricia, la sobrepesca, la explotación abusiva y el esclavismo? No es un comienzo demasiado atrayente", cierra Birgisson.