En el siglo IX, el militar y caudillo Almanzor "el Victorioso" era quien tenía la voz cantante en el al-Ándalus del califato de Córdoba. Para horror de los cristianos, cada verano ordenaba a sus jinetes cubiertos de hierro cruzar el Tajo y arrasar las tierras de frontera. En una de sus rutas de paso, antes de internarse en tierra hostil, el humo de fraguas y talleres metalúrgicos y el hedor de las tenerías de cuero les avisaba de que estaban cerca de uno de los pocos puntos vadeables del caudaloso Tajo en los barrancos de los Montes de Toledo.
Hoy, desde el municipio toledano de Navalmoralejo, un sinuoso camino repleto de baches conduce hacia el esqueleto de Ciudad de Vascos, abrazada por el río Huso. Pasadas las ruinas de las curtidurías y de sus necrópolis, hace más de un milenio el arco de herradura de la puerta oeste protegida por dos grandes torres vigilaba el paso a la ciudad de 9 hectáreas en la que llegaron a vivir hasta 3.000 personas. Despoblada en el siglo XII, sus habitantes nunca volvieron. Hoy es una ciudad fantasma poblada solo por el olvido y conquistada por zorros, ciervos y buitres que, en ocasiones, se dejan ver por los arqueólogos.
"Fue una ciudad más o menos pequeña, pero a diferencia de otras ciudades fundadas en época islámica, como Madrid, quedó abandonada poco a poco y no se transformó. Se puede ver perfectamente el trazado de sus calles y los restos de muchos edificios monumentales. Es como si pudiéramos tener una fotografía de este tipo de poblaciones andalusíes. Se quedó allí y nadie volvió a tocarla", explica a este periódico Jorge Juan Ares, personal docente investigador de la Universidad Complutense y director del yacimiento de Ciudad de Vascos.
El asentamiento, rodeado de almendros, encinas, enebros y acebuches, guarda un sepulcral silencio. Solo una fuente, escrita en el siglo XII, cuando en su mezquita ya había algunas tumbas cristianas y la ciudad ocupada por Castilla estaba cerca de su final, menciona que la antigua Talavera de la Reina tenía tres distritos. Se cree que de uno de ellos, Basak, deriva el nombre de Vascos con el que se la conoce en la actualidad, pero aún no ha aparecido ninguna inscripción que permita conocer su auténtica denominación.
Vida urbana
La fachada de la muralla estuvo diseñada para proyectar al exterior una imagen de fuerza y poderío que se desinflaba si se miraba desde el interior, donde desaparecen los grandes sillares de piedra bien tallados y trabajados que buscaban intimidar a los enemigos. Después de varios recodos y ante muros pensados para frenar a los atacantes se abría la medina cuyo alcantarillado expulsaba porquerías e inmundicias al exterior a través de varios portillos.
En muchos de los hogares de la ciudad se han documentado varios telares donde se trabajaron lanas de ovejas que más tarde se vendían en un abarrotado zoco situado en el centro, rodeado de manzanas de viviendas y al el que se accedía por una calle que estuvo empedrada.
A pesar de que han aparecido restos de caros vidrios traídos de Córdoba, Egipto y la lejana Mesopotamia, "es básicamente una ciudad humilde, no muy rica que gira sobre todo en torno a la explotación agrícola y la actividad ganadera, muy centrada en ovejas y cabras", explica el director del yacimiento. Además de pescado y almejas de río sacadas de las vegas del Tajo, la caza de los alrededores enriqueció los pucheros de quien pudo permitírselo.
En plena "Reconquista" fue un importante puesto de abastecimiento militar. En sus fraguas y talleres metalúrgicos, en un arrabal extramuros, se fabricaron herraduras, azadas, martillos y gran cantidad de puntas de flecha. En el siglo IX, en plena conquista castellana de la taifa de Toledo, una fuerza cristina se lanzó al asalto de la alcazaba bajo una lluvia de proyectiles. En la investigación se encontró una punta de flecha que clavada, en una puerta interior de la alcazaba, da muestras de lo encarnizado del combate.
Al otro lado del arrabal, un camino conducía hacia el arroyo de los Baños cuyas aguas fueron aprovechadas por una casa de baños o hamman. Cubiertos por bóvedas de cañón, los bañistas podían relajarse entre sus piscinas de agua fría, templada o caliente gracias al uso de un hipocausto bajo el suelo, técnica conocida desde época romana.
La investigación
La primera vez que Jorge Juan Ares llegó a Ciudad de Vascos fue en 1990 y lo hizo de la mano de su maestro, Ricardo Izquierdo, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Castilla-La Mancha. Hoy en día, el antiguo alumno ha tomado el relevo de la que fue la primera ciudad islámica excavada con técnicas modernas.
Más que en el pico y la pala, hoy el foco está puesto en analizar todo lo que se ha documentado en esas prospecciones. "Me gustaría profundizar en los estudios del paisaje, el medio que envolvió a la ciudad, su alimentación. También resultaría muy interesante realizar algunos estudios genéticos para saber quién la habitó y de dónde venían", informa el arqueólogo.
Varios bronces grabados en árabe parecen indicar que su construcción fue impulsada por los califas de Córdoba en el siglo IX y que estos enviaron algunos regalos a los gobernadores que residían en la alcazaba, el corazón político y militar de la ciudad. Desde allí, el gobernador y la guarnición de soldados estaban encargados de cobrar impuestos, hacer cumplir las leyes y asegurar el orden público.
Un golpe de mano
Situada sobre un cerro en el extremo noroeste, un barranco que cae al río Huso la protegía desde el norte y una muralla la separaba de la ruidosa medina repleta de vida y de calles estrechas que se extendió a sus pies. En la misma alcazaba, en su mezquita orientada hacia La Meca, toda una serie de arcos de herradura enlucidos en cal y pintados de rojo imitaron con fines propagandísticos la decoración de la mezquita de Córdoba.
En el siglo XI, con una frontera cada vez más volátil y amenazada por columnas de ejércitos en marcha, más de una vez se reunieron en su sala de oración para implorar a Alá mientras la ciudad agonizaba. En ese siglo, los ejércitos de la taifa de Toledo se enzarzaron con los de Badajoz en mil escaramuzas. Al norte, Alfonso VI de Castilla aprestaba un gran ejército con el que en 1085 entró en Toledo. En Ciudad de Vascos, muchos habitantes recogieron sus pertenencias y marcharon al sur, lejos del humo, las razias, los saqueos y los cascos de los caballos de guerra.
"Cada vez se hizo más difícil mantenerse allí y sobrevivir. La ciudad se fue abandonando poco a poco, en un proceso similar a lo que ocurre ahora en Ucrania o en Israel y su frontera con el Líbano", explica el investigador. La última guarnición islámica, que vigilaba una frontera que se desmoronaba y mantenía el orden en una ciudad fantasma, fue sobrepasada por un demoledor asalto cristiano.
Cercados en la alcazaba, sus defensores enterraron a algunos de sus difuntos en el interior como medida de emergencia. No se sabe si los supervivientes se rindieron o fueron pasados a cuchillo en un brutal asalto cristiano que fue definitivo. Con la ciudad abandonada en su poder, los nuevos señores desmocharon las torres de la alcazaba cuyas piedras aplastaron los restos de caballos, ballestas destrozadas y demás restos de un encarnizado combate que, como Ciudad de Vascos, se perdió en las fuentes y ha sido rescatado por la arqueología.