A finales del siglo VI, Europa central y oriental presenció el auge de una nueva superpotencia: los ávaros. Sucesores de los hunos del temible Atila, este pueblo nómada de guerreros originario de la estepa asiática estableció el epicentro de su imperio en la cuenca de los Cárpatos, en la moderna Hungría, hacia 567-568, donde se fundieron con las diversas poblaciones derivadas de la época romana y de los reinos gépido y longobardo. Se convirtieron en uno de los principales enemigos de la Constantinopla bizantina, ciudad que asediaron sin éxito tras forjar una alianza con Cosroes II de Persia, y su poder en la región se esfumó tras caer derrotados ante los ejércitos de Carlomagno a principios del siglo IX.
A pesar de que los ávaros han legado uno de los patrimonios arqueológicos más ricos de la historia europea gracias a sus necrópolis y decenas de miles de tumbas llenas armas decoradas con elementos de oro y plata, restos de animales, artefactos para montar como arneses u objetos de uso cotidiano, su historia tan solo se conoce por las fuentes elaboradas por sus rivales: bizantinos y francos. Son un pueblo rodeado de interrogantes en cuanto a su organización interna y estructura social, sus relaciones de parentesco, sus ceremonias y, en definitiva, su modo de vida.
Ahora, un nuevo estudio de ADN antiguo, combinado con datos arqueológicos, antropológicos e históricos, ha logrado trazar un detallado árbol genealógico de los ávaros y reconstruir sus prácticas sociales, revelando un sistema patrilineal, en el que los hombres permanecían en sus comunidades, y de exogamia femenina, según el cual las mujeres debían trasladarse al clan de sus maridos tras contraer matrimonio. Las conclusiones, publicadas este miércoles en la revista Nature, son resultado de un proyecto multidisciplinar financiado por el Consejo Europeo de Investigación y liderado por científicos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania).
El objetivo de los investigadores consistía en descifrar si los ávaros compartían las tradiciones de otros pueblos de la estepa y si abandonaron su estilo de vida nómada al migrar hacia el oeste, y para ello se optó por el estudio de comunidades enteras asentadas al este del río Tisza y al oeste, donde se estableció el epicentro del poder y las tumbas contienen ajuares más ricos. Un estudio previo del mismo equipo había ubicado los orígenes genéticos de este pueblo en las llanuras de Mongolia.
El análisis de los restos de 424 individuos identificados en cuatro necrópolis ávaras de la moderna Hungría reveló que casi 300 tenían un pariente cercano de primer grado (padres-hijos) o segundo (abuelos, nietos y hermanos) enterrado en el mismo cementerio. Unos datos que han permitido trazar varios árboles genealógicos extensos, uno de los cuales incluye nueve generaciones y abarca unos 250 años, el arco cronológico completo durante el cual este pueblo dominó gran parte de Europa central y oriental —aproximadamente la zona que incluye a las actuales Hungría, Rumanía, Eslovaquia, Austria, Croacia y Serbia—.
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Los resultados muestran la presencia de comunidades jerárquicas que practicaban un estricto sistema de ascendencia patrilineal, donde la patrilocalidad —hombres que permanecían en el clan después del matrimonio— y la exogamia femenina —mujeres que se mudaban a la comunidad de su pareja tras casarse— eran la norma. "En cierto modo, este patrón muestra el papel de las mujeres en la promoción de la cohesión de esta sociedad; fue la función de las mujeres la que conectó a las comunidades individuales", explica Zuzana Hofmanová, una de las autoras principales del estudio. Unos hallazgos que contrastan con su invisibilidad en las fuentes: solo se conocen los nombres de tres de ellas.
Otra de las cuestiones llamativas es que para todos los ávaros, no solo para los hombres de la élite, fue común practicar la poliginia, es decir, tener múltiples parejas con las que reproducirse. Además, varios casos identificados gracias a los análisis de ADN antiguo muestran las llamadas uniones de levirato eran habituales: una esposa viuda podía tener descendencia con el padre, los hermanos o los hijos de su marido fallecido. Una serie de comportamientos sociales ya documentados en otras poblaciones nómadas de las estepas y en Asia central y el Cáucaso hasta épocas recientes.
El genetista Guido Alberto Gnecchi-Ruscone, otro de los autores principales de la investigación, subraya que "estas prácticas, junto con la ausencia de consanguinidad genética, indican que la sociedad ávara mantuvo una memoria detallada de su ascendencia y sabía quiénes eran sus parientes biológicos a lo largo de generaciones".
En la más grande de las cuatro necrópolis, Rákóczifalva, ocupada desde la década de 570 hasta el siglo IX, los investigadores han podido documentar un evento interesante. En la segunda mitad del siglo VII aparece una discontinuidad genética causada por el reemplazamiento de un clan patrilineal por otro. Se produjo al mismo tiempo que se evidencian cambios en el registro arqueológico —los ajuares de arneses para caballos y tumbas de la primera época fueron sustituidos por construcciones de madera; y se pasó de una alimentación dominada por el mijo a otra con mayor presencia de la carne y los productos lácteos— y probablemente como resultado de una reordenación política a nivel local. Como no se han localizado traumas en los esqueletos, los arqueólogos y genetistas explican que el cambio en el linaje dominante no puede ser atribuido sin duda a un acto de violencia.
"Este reemplazo del clan refleja un cambio arqueológico y dietético que descubrimos dentro del yacimiento, pero también una transición arqueológica a gran escala que ocurrió en toda la cuenca de los Cárpatos", señala la arqueóloga Zsófia Rácz. No obstante, este fenómeno interno no estuvo acompañado de un cambio de ascendencia y, por lo tanto, habría sido invisible sin el estudio de comunidades enteras. Un hallazgo, según los investigadores, que resalta cómo la continuidad genética a nivel de ascendencia aún puede ocultar reemplazos de comunidades enteras.
La investigación ha permitido confirmar la llegada y establecimiento en la cuenca de los Cárpatos de comunidades enteras de origen estepario genética y culturalmente distintas y que, a pesar de cierta mezcla con la población local, permanecieron distintas durante el transcurso del período ávaro. "Esta sustancial continuidad genética posterior a la llegada, junto con una sorprendente homogeneidad isotópica a lo largo del tiempo, plantea un desafío a la duradera hipótesis arqueológica de que hubo migraciones sucesivas a gran escala desde la estepa, lo que indica en cambio un patrón de movilidad local y de corta distancia", concluyen los investigadores