La última imagen que deja al visitante la nueva exposición temporal del Museo Arqueológico Nacional, CONVIVIUM: arqueología de la dieta mediterránea, es la luminosidad de un áureo, la moneda de mayor valor del Imperio romano, acuñado en Roma entre 130-133 d.C., durante el reinado de Adriano. Lo que se ve no es el rostro barbudo del princeps y su nariz puntiaguda, sino el reverso, que esconde una representación de la provincia de Hispania como una matrona reclinada a la izquierda, con un conejo a sus pies —el animal que había dado nombre a la Península Ibérica— y sosteniendo una rama de olivo con su mano derecha.
La moneda bien serviría para indagar en su función propagandística en la Antigua Roma y en concreto en la serie iconográfica diseñada por Adriano para integrar a las provincias que componían el vasto territorio imperial en un plano de igualdad con Italia. Sin embargo, el título de la muestra ya aventura una finalidad muy distinta: lo que se pretende es prospectar los orígenes y la forja de una expresión alimentaria y cultural que hoy, dos mil años después, nos sigue uniendo a los romanos (y a otras civilizaciones antiguas). Y qué mejor ejemplo de este fenómeno —identitario, social— que el olivo.
Utilizado como ungüento, combustible o ingrediente, el aceite de oliva no faltaba en ninguna domus ni en ningún banquete romano, o convivium, como se refirió Cicerón a esas "reuniones de amigos para comer" en un acto que suponía una "unidad de vida" en la que se consideraba "como lo más importante lo que en realidad es lo menos". Y de ahí las mayúsculas que presenta la exposición del MAN —hasta el 1 de septiembre—, cuyo objetivo es presentar la dieta mediterránea como un modo de vida compartido desde la prehistoria hasta la actualidad.
Con más de tres centenares de piezas, la mayoría procedente de los fondos de la propia institución, presenta un discurso original. El montaje se articula en torno a seis espacios que van recorriendo las fases de una experiencia gastronómica común: el aperitivo, la carta, la compra y la despensa, la comida en sí y la sobremesa —que incluye desde ofrendas funerarias pretéritas hasta el acto de ejercer el poder mediante negocios y de reforzar lazos interpersonales y mitigar conflictos—. El último ámbito, el menos interesante por lo que se puede ver —una proyección de vídeo—, resalta la sostenibilidad y saludabilidad, así como los beneficios ancestrales de esta dieta, inscrita desde hace una década en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.
"La dieta mediterránea no es un momento, es un proceso. Todo empieza con la domesticación de las especies animales y vegetales, pero como todo lo cultural sigue en construcción", explica Almudena Orejas, una de las comisarias de la muestra. "Dieta en griego significa modo de vida, y esto es importante en la exposición porque hace referencia a tareas y relaciones sociales que se fueron tejiendo y forjaron a las comunidades mediterráneas", añade su compañera Susana González Reyero.
Algunas de las piezas que se pueden ver son magníficas y de gran interés histórico: una caja de madera de haya con restos botánicos de Herculano carbonizados por la erupción del Vesubio en 79 d.C., un relieve con espigas de cereal procedente de Medina Azahara (Córdoba), un entalle romano del siglo II d.C. de jaspe rojo grabado con vendimiadores, una crátera griega (420-400 a.C.) de campana ática de cerámica de figuras rojas en un tradicional symposion, una ficha de limosna de bronce que valía por una libra de pan en el Madrid de 1668, una parrilla de la Edad del Hierro o un busto íbero femenino en terracota portando un pequeño cerdo.
Pero quizá lo más logrado del discurso expositivo es la conexión entre mundos y civilizaciones temporalmente alejadas a través de alimentos básicos y esenciales desde el Neolítico, como los cereales, el vino o el mencionado aceite de oliva. Por ello se contraponen dos mesas aristocráticas: una de época romana, la que se contemplaría en un triclinium, con sus platos de cerámica y sus vidrios coloridos, vigilados por una escultura del dios Baco, y otra del siglo XVIII con una vajilla con mucha cubertería y pinturas barrocas.
Ese enlace se aprecia a la perfección en una vitrina en teoría poco llamativa en la que se expone un hueso de vaca con una patología por su duro trabajo en la labranza, una reja de arado y un pico-azada hispanorromanos, un azadón de los siglos IV-III a.C., una hoz medieval y un billete de 100 pesetas de 1937 en el que se representa a una labrador arando con bueyes. Da igual la época y la sociedad: algunos de los pilares de la dieta mediterránea han permanecido inmutables desde su mismo origen.
A resaltar también que CONVIVIUM no es una exposición con un planteamiento positivista: se hace hincapié en la dieta mediterránea como acto social, pero también como embrión de desigualdades sociales que se están pudiendo definir muy bien gracias a las nuevas técnicas de investigación arqueológica de los restos humanos y de fauna. "La mayor parte de la historia de la humanidad es la historia de la carestía, del hambre, las estrategias de mantener un nivel de consumo básico para garantizar la supervivencia", asegura Almudena Orejas. "Esa perspectiva de enormes desigualdades sociales es muy interesante porque también pasa en nuestro mundo".