Pasadas las seis de la tarde del 12 de agosto de 1962, una explosión amplificada por el eco retumbó con fuerza en el interior de la basílica del Valle de los Caídos. El artefacto colocado por un grupúsculo anarquista detonó bajo los bancos destinados a los fieles, cerca del altar mayor y próximos a la capilla del Santísimo. No causó heridos. Aquel atentado en realidad pretendía desviar la atención de su verdadero objetivo: acabar con el dictador Franco en San Sebastián.
El 5 de enero de 1960 Francisco Sabaté Llopart "el Quico", anarquista, maquis y experto en guerrilla urbana, murió en un cruento tiroteo en la localidad barcelonesa de Sant Celoni. Se convirtió en una leyenda por su espectacular fuga frustrada. Herido, logró esquivar el cerco policial que acabó con su célula y, tras secuestrar un tren, buscó un médico en Sant Celoni cuando le sorprendió la Guardia Civil y el Somatén.
Pocos días antes, el 23 de diciembre de 1959, la benemérita mató a tiros en una trifulca a un misterioso noruego llamado Kjell Björnskau que se había apeado por error en la estación de tren de Fresno el Viejo, un pueblecito de Valladolid. Estas tres historias reales quedaron grabadas en la memoria de Antonio Ruibérriz de Torres, capitán de navío y aviador naval en reserva, y que ahora fusiona en su nueva ficción histórica, titulada Operación Filisteos (Almuzara).
Sansón y los filisteos
El primero de abril de 1959, la gran cruz que remata el faraónico complejo de El Valle de los Caídos observó desde sus 152 metros de altura a una muchedumbre que se agolpó en la explanada de la basílica. Varios helicópteros sobrevolaron el lugar. Franco llegó al mediodía para la inauguración. Veinte años antes la Guerra Civil había terminado.
Tras una misa solemne en el complejo, el dictador se dirigió a ministros, procuradores de las Cortes, autoridades religiosas, civiles, excombatientes y a miles de seguidores: "En todo el desarrollo de nuestra Cruzada hay mucho de providencial y de milagroso. ¿De qué otra forma podríamos calificar la ayuda decisiva que en tantas vicisitudes recibimos de la protección divina?". En la novela hay un "Sansón" particular dispuesto a destruir el templo y acabar con los filisteos. En la obra, el legendario "Quico" y varios trabajadores forzosos pretenden dinamitar el risco de las Navas y arrasar el complejo el día de la inauguración y acabar con el dictador.
La historia real
En realidad, la única bomba que detonó en el Valle de los Caídos durante el franquismo lo hizo el 12 de agosto de 1962. La colocó el grupúsculo anarquista de Defensa Interior (DI). La iglesia estaba casi vacía y no hubo heridos ni apenas daños materiales en aquel atentado definido como "sacrílego" por la prensa. El joven Francisco Sánchez Ruano, de 25 años, fue detenido como autor del ataque y pasó 11 años encerrado en un penal de Burgos. No tuvo nada que ver, pero la policía necesitaba una cabeza de turco.
El día del atentado Sánchez Ruano estaba enseñando la cripta a una chica que le gustaba y a su grupo de amigos. Aún desorientado por la detonación, un guardia le pidió la documentación y les dejaron marchar. Un mes después volvía de fiesta cuando se encontró a la policía registrando su casa. Encontraron un panfleto antifranquista y en comisaría le molieron a palos y le hicieron confesar un crimen que no cometió.
El verdadero culpable, Martín Bellido, no se planteó entregarse: 'No arreglaba nada. Nunca lo habrían soltado. No me arrepiento. Son cosas que pasan en una guerra. Yo en ese momento pensaba en otras acciones', reconoció.
Mientras Bellido huía del valle de Cuelgamuros antes de la detonación del artefacto, en el País Vasco otro comando del DI preparaba el verdadero atentado que pretendía cambiar la historia de España. En las montañas del norte recibieron 20 kilogramos de explosivos que habían sido trasladados desde Francia por ETA. Ahí terminó toda vinculación de la banda terrorista vasca con el atentado.
Los anarquistas decidieron colocar el explosivo en una cuneta entre la carretera de San Sebastián y Hernani. El plan era hacerla estallar al paso del coche de Franco, que solía pasar parte del verano en el cercano palacio de Aiete. Aquel año el caudillo decidió retrasar sus vacaciones.
Siete días después del petardazo del Valle de los Caídos la batería del explosivo en la carretera se estaba agotando y los anarquistas decidieron detonarlo igualmente. La onda rompió algunas ventanas y asustó a las monjas de un noviciado cerca del palacio, pero no causó más daños. El mismo día, DI atacó con más explosivos las sedes de los diarios Ya y Pueblo, en Madrid, y La Vanguardia, en Barcelona. En este último dejaron dos heridos.
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Morir en Valladolid
En la ficticia Operación Filisteos novelada por Antonio Ruibérriz, en el atentado contra Franco en la inauguración del Valle de los Caídos en 1959 tiene un gran papel el Partido Comunista Noruego. Este envía desde el país de los fiordos a un poco convencido Kjell Björnskau, protagonista de la obra. "El plan le parece absurdo y se ve arrastrado a una huida sin saber cómo moverse en este país del que desconoce todo", explica a este periódico el autor. En la historia real, "Kjell fue realmente un pobre desgraciado, no creo que fuese un espía".
En realidad, era un marinero mercante que llegó a Lisboa tras varios meses navegando desde la India. La mañana del 23 de diciembre de 1959 se bajó del tren en el pequeño pueblo vallisoletano de Fresno el Viejo, nadie supo la razón. Los vecinos le recuerdan como un "tiarrón" rubio con los brazos llenos de pecas, su presencia imponía. No llevaba equipaje y quizá pensó que la parada iba a ser más larga. Al quedarse tirado comenzó a discutir con el jefe de estación.
La barrera lingüística era enorme y no lograron entenderse. La discusión subió tanto de tono que llegó la Guardia Civil, aumentando la tensión. En un confuso incidente la benemérita abrió fuego y acabó con el escandinavo que se había perdido. Su cuerpo fue inhumado en el cementerio local. El pueblo quedó consternado y desde entonces no le han faltado flores al "noruego desconocido" que murió lejos de su casa poco antes de Navidad.