La profecía que leyó el oráculo de Delfos convenció al rey de Lidia para atacar a la pujante Persia de Ciro "el Grande", el otro gran poder que dominaba la península de Anatolia a mediados del siglo VI a.C.: "Creso, si cruzas el río Halis y te enfrentas a los persas, destruirás un imperio". Lo que no sabía el soberano, incapaz de adivinar la ambigüedad del vaticinio, es que el reino que iba a desaparecer sería el suyo, abriendo las puertas de toda la Turquía moderna a los aqueménidas.
Durante las guerras médicas, en la segunda intervención persa comandada por Jerjes en suelo griego, la pitia, la mujer a través de la cual hablaba el dios Apolo, llamada Aristonice, pronunció ante la embajada ateniense uno de los oráculos más famosos de la Antigua Grecia: recomendó a los áticos guarecerse del invasor detrás de muros de madera. Era una respuesta disuasoria en consonancia con la tradicional postura de Delfos —con la primera gran invasión de Darío había defendido una política de no intervención—, pero Temístocles, el artífice de la decisiva victoria en la batalla naval de Salamina (480 a.C.), hizo creer a su pueblo que se trataba de una referencia a una poderosa flota.
En esa misma contienda, del santuario délfico emergió un oráculo todavía más legendario, aunque ex ventu, elaborado posteriormente: el dilema que se les planteó a los espartanos de escoger entre la muerte de uno de sus reyes o la destrucción de la propia Esparta. Leónidas aceptó su destino y se plantó con trescientos hombres en el paso de las Termópilas, donde sucumbió ante el empuje persa si bien permitió cubrir la retirada aliada y la organización de otra línea de defensa.
El santuario de Delfos, explica Javier Jara Herrero en El hogar de los dioses (La Esfera de los Libros), era la institución religiosa más importante de la Antigua Grecia. De hecho, los propios griegos llamaban al lugar omphalos, "ombligo", ya que representaba el origen de la cultura helénica, el punto desde el cual se inició la creación del mundo —según un mito clásico, Zeus, buscando el centro de la tierra, hizo volar dos águilas desde extremos opuestos que se encontraron en las laderas del monte Parnaso, donde se estableció este lugar de culto—.
El nuevo ensayo del doctor en Historia Antigua por la Universidad de Salamanca propone un fascinante viaje por los principales espacios sagrados de la Antigua Grecia, epicentros religiosos que actuaron como elemento unificador de la identidad griega, pero que también se utilizaron con fines propagandísticos y políticos.
El oráculo de Zeus en Dodona, en el lejano Epiro, el más antiguo y único durante cierto tiempo; el de Siwa, en el desierto de Libia, visitado por Alejandro Magno; el misterioso santuario de Eleusis, escenario de los primeros festivales en honor de Deméter y Perséfone que carecía de un templo principal consagrado a los dioses o un altar principal; o el corinto de Istmia, lugar de encuentro de todos los griegos y reducido a cenizas por las tropas romanas en el año 146 a.C., son algunos de una lista en la que lógicamente no faltan la acrópolis de Atenas u Olimpia. Jara Herrero recrea sus orígenes, indaga en su historia y leyendas y presenta los resultados de las investigaciones arqueológicas para proyectar una imagen lo más real posible.
Auge y caída
El de Delfos, erigido sobre un lugar de culto de época micénica (1400-1060 a.C.) y cuyas ruinas se pueden visitar en la actualidad, es el santuario más famoso de todos. Su implicación en la colonización griega "fue lo que situó al oráculo en el centro de uno de los procesos de cambio y transformación más significativos de la sociedad griega arcaica", explica el historiador. Fundar una colonia sin su aprobación, como hizo el espartano Dorieo con la ciudad de Cínipe, arrasada por una alianza de pueblos indígenas y cartagineses, se consideraba una fuente de desgracias.
El dios al que se dirigían las consultar era Apolo, que apareció en el periodo arcaico (siglos VIII-V a.C.) como un intérprete divino que proporcionaba los medios para la resolución tanto de las catástrofes naturales como de los problemas sociales, nombrando a un líder principal y brindándole libertad de decisión. El primer templo dedicado a su figura se levantó hacia 650 a.C. La característica principal de este oráculo era la presencia de juegos de palabras, acertijos que el consultor u oikistes debía descifrar para saber si su proyecto iba a ser exitoso o dónde fundar la colonia.
El santuario de Delfos fue víctima de tres catástrofes destructivas —un incendio en 548 a.C. y dos terremotos en 373 a.C. y 365 d.C.— y de otras tantas guerras sagradas en la que la Anfictonía, las tribus encargadas de su administración, se aliaron con el bando que más beneficiase a sus intereses. Su época dorada se registró a raíz de la Paz de Nicias (421 a.C.), que estipuló la libertad de acceso y de ofrenda en el santuario para visitantes de cualquier punto de Grecia. Durante las guerras médicas, según una singular inscripción hallada en la base de la estatua del Apolo de Salamina, las polis griegas habían intentado convertir este lugar en el eje vertebrador de una conciencia panhelénica que establecía que los estados griegos eran herederos de una cultura común, una condición que se perdió con la expansión del reino macedonio de Filipo II.
El espacio sagrado fue saqueado por el dictador romano Sila para sufragar la guerra civil y los conflictos contra Mitrídates del Ponto. No recuperaría tímidamente su prestigio hasta época de Augusto, aunque sin apenas ofrendas. Nerón consultó el oráculo en una ocasión y en el siglo IV se registró un último esfuerzo constructivo para renovar los edificios que se mantenían en pie. Pero entonces el cristianismo ya se estaba extendiendo por todo el Mediterráneo y empezó a transmitirse una historia según la cual la pitia le había dicho a Augusto, poco después del nacimiento de Jesús de Nazaret, que "un niño judío exige que abandone esta casa y vaya al inframundo".
Método de consulta
En Delfos la pitia, que debía alcanzar la posesión apolínea —inmersión en la fuente de Castalia, contacto con el árbol sagrado y sentada en un trípode para proferir sus versos—, solo profería oráculos un día al mes y el santuario abría nueve meses. Los sacerdotes del templo, nobles elegidos por sorteo, vertían agua fría sobre una cabra y si esta temblaba era señal de que Apolo aprobaba el inicio de las sesiones oraculares. Si los auspicios eran favorables, el animal era sacrificado en el altar frente al templo y los primeros asistentes podían acceder al recinto. Los visitantes debían aportar un pelanos, una suerte de torta sacrificial de trigo o harina que se quemaba después de pagar un determinado precio que variaba en función del tipo de consulta.