En el verano de 1921 España entera se vistió de luto, conmocionada. Más de 11.000 desgraciados quintos y soldados profesionales se habían esfumado en las escarpadas montañas del norte de África, degollados por los rebeldes rifeños. El desastre había sido absoluto. Algunos supervivientes mencionaron que, completamente fuera de sí, el general Manuel Fernández Silvestre, en el caos de la desbandada de Annual, se dirigió a sus hombres:"¡Corred! ¡Corred! ¡Que viene el coco!". Nunca se encontró su cadáver.
Pasados unos momentos apocalípticos en los que se llegó a pensar que Melilla podía caer en manos de la harca de Abd el-Krim, el frente se alejó de la ciudad española y se estableció una línea de blocaos y posiciones fortificadas. Uno de aquellos puestos en los confines del Rif se llamaba Tizzi Aza, en la región de Nador, y debía ser abastecido. El 5 de junio de 1923, uno de los convoyes de suministro escoltado por tanques Renault FT-17 fue atacado.
Bajo una lluvia de balas, un proyectil rifeño reventó la mirilla de la torreta del carro número 9 levantando un mar de esquirlas que dejó ciego al momento al sargento Mariano García Esteban. Con el carro enmudecido, decenas de enemigos se envalentonaron y cargaron contra la bestia de metal, dispuestos a capturar el vehículo o a volarlo por los aires con granadas, hasta que el sargento, sobreponiéndose al dolor, volvió a empuñar la ametralladora.
El arma acorazada
Entre la niebla del 8 de agosto de 1918, 420 blindados británicos rompieron el frente alemán en Amiens acompañados por miles de soldados británicos y franceses. En España, aquella nueva arma acorazada llamó la atención de los círculos militares que, poco antes del fin de la Primera Guerra Mundial, se interesaron por adquirir una unidad del modelo Renault FT-17 que llegó a Madrid a principios de 1919.
El carro, pilotado por un conductor y un tirador, realizó varias maniobras bajo la atenta mirada del rey Alfonso XIII. Sin embargo, el interés por crear una unidad especializada de carros no surgió hasta 1921, durante la impopular guerra de Marruecos.
"Tras el desastre de Annual en el verano de 1921, el Ejército español se dio cuenta de la importancia de disponer de las mejores y más modernas armas para su utilización en el Protectorado", explica el investigador Raúl J. Martín Palma en su estudio Nacimiento de las fuerzas acorazadas españolas, publicado en la Revista de Historia Militar.
Bautismo de fuego
Entrenados a toda prisa, la joven Compañía de Carros de Asalto de Infantería, compuesta por diez blindados Renault armados con ametralladoras Hotchkiss y algunos con cañones de 37 milímetros, fue desplegada de manera urgente en Melilla. Ocho de los tiradores no habían tocado los tanques ya que se habían incorporado el mismo día que embarcaron en Málaga.
Sin darle mayor importancia y puesto que los conductores conocían el oficio acabaron el 18 de marzo en la región de Dar Drius, primera línea de frente. Se lanzaron a lo loco acompañados por la Legión. Muchas ametralladoras se encasquillaron, algunos se quedaron sin combustible y los fallos de motor obligaron a abandonar un par de vehículos que fueron volados por los rifeños días después. De los siete blindados que entraron en combate se perdieron cinco. El bochorno valió una investigación oficial.
Poco después del desastre del arma acorazada el sargento Mariano García Esteban, natural de Báguena (Teruel), fue entrenado durante un mes en el Campo de Tiro de Carabanchel en el manejo de las ametralladoras y en abril llegó a Dar Drius para unirse a la sección.
En principio, aquellos blindados baratos y ágiles debían soltarse en enjambre para saturar el enemigo, pero en las montañas rifeñas aquella estrategia no servía de nada. Con el inclemente sol africano golpeando la chapa, bañados en sudor oliendo a aceite y gasolina, las dotaciones de los carros combatieron en los barrancos de Buhafora y Tafersit protegiendo retiradas, asaltos y convoyes.
El día que García Esteban quedó ciego le tocó ir en vanguardia, el primero, rompiendo las líneas enemigas, fortificadas en crestas y parapetos. Avanzando chirriante por el agreste terreno se topó de frente con varios guerrilleros ocultos en un morabito de montaña. A tan corta distancia, un torrente de balas rifeñas golpeó a la bestia de metal y dejó ciego a García Esteban.
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"Sobreponiéndose al intenso dolor producido por las heridas, conservando la imagen y situación del enemigo y demostrando una fortaleza de espíritu y una abnegación difícilmente igualables, tras vendarse él mismo con un pañuelo, continuó haciendo fuego por ráfagas hasta consumir el último cartucho de la nueva cinta que tenía puesta en la ametralladora, con objeto de evitar el favorable efecto moral que si no se continuaba disparando desde el carro hubiera producido en el enemigo", explica José Luis Isabel Sánchez en la entrada sobre el militar del Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia.
Al quedar seco de munición y sin ver nada, siguió moviendo la torreta y la ametralladora, fingiendo que el blindado seguía operativo hasta que el conductor pudo retirarse a toda velocidad. Ayudado a salir del carro, reveló un rostro de pesadilla, desfigurado. Por su heroica acción le fueron concedidas en 1928 la Medalla Militar individual y la Cruz Laureada de San Fernando, ambas impuestas por el mismo Alfonso XIII en un acto solemne celebrado en el parque del Retiro de Madrid.
Ni el puesto de socorro ni en los hospitales de Melilla pudieron hacer nada por su visión, perdida para siempre. "Todo sea por la Patria, mi capitán, qué vamos a hacerle", comentó a su superior, el capitán José Alfaro Páramo, cuando le visitó en la camilla poco después del combate.