El castillo de Huesca que fue escuela de un rey y último refugio de los templarios en España
El castillo de Monzón fue levantado por los árabes entre los siglos IX y X d.C. Resistió varios asedios y fue cuartel de artillería hasta 1892.
27 mayo, 2024 08:20La noticia conmocionó a todo el reino de Aragón. En 1213, el rey Pedro II murió luchando contra un embrutecido enjambre de cruzados francos que buscaban extirpar la herejía cátara de la ultrapirenaica región de Occitania. El líder cruzado, el fanático Simón de Monfort, mantuvo a su hijo Jaime como rehén y una delegación de ricohombres y nobles catalanes y aragoneses se vieron obligados a rogar al papado por su libertad. El heredero solo tenía cinco años y su reino se precipitaba hacia el abismo.
Muchos nobles conspiraron, afilaron espadas y vertieron palabras envenenadas. Algunos planearon secuestrar al rey o asesinarlo. El joven Jaime I corría peligro y fue puesto al cuidado de los templarios en su imponente castillo de Monzón (Huesca), donde tenían una poderosa encomienda. Allí, los monjes guerreros le educaron en los valores del buen rey, del buen caballero y del buen cristiano.
El monarca pasó tres años en aquella fortificación del Alto Aragón flanqueada por el río Cinca. Reinó durante 63 años y pasaría a la historia como "el Conquistador". Siempre recordó con cariño a su preceptor y consejero: Guillem de Montredon, maestre templario de Aragón, Cataluña y Provenza. Casi cien años después, en 1308, los últimos templarios del reino se enfrentaron a su aniquilación bajo el tronar de las máquinas de asedio de Jaime II. Monzón fue la última fortaleza de la Orden del Temple que se rindió en Hispania.
Mil veces reformado y adecuado para la guerra, el castillo aún conserva los baluartes de la traza italiana levantados en el siglo XVII para resistir bombardeos con armas de fuego. En el siglo XIX sirvió como cuartel de artillería y sus últimos cañones se retiraron en 1892. Hoy, las cicatrices de sus muros de ladrillo y piedra repletos de saeteras y aspilleras continúan evocando los infinitos combates de los que fueron testigo sus muros.
Construido por los andalusíes entre los siglos IX y X d.C., el castillo cambió de manos varias veces en las interminables razias, cabalgadas e incursiones cristianas e islámicas de la "Reconquista" hasta que en 1089 el rey Sancho Ramírez de Aragón pasó a cuchillo a sus defensores. "Fue entrado el lugar por la fuerza", resume de forma lacónica una de las crónicas de la época.
Los gendarmes de Napoleón
En 1813 su guarnición de 93 gendarmes franceses recibió la orden de proteger la retirada de lo que quedaba de los ejércitos de Napoleón en la Península Ibérica. Allí resistieron un desesperado asedio de 5 meses en los que al escasear el agua la mezclaron con azúcar y vinagre. Más de mil guerrilleros y soldados españoles intentaron volarlo por los aires cavando minas bajo el fuego de artillería.
Localizadas y destruidas sus minas, fue imposible para los españoles tomarlo al asalto. Sin apenas medios en uno y otro bando a veces recurrían a hondas para lanzarse granadas y explosivos. Al final, "el único modo de desalojar a los gendarmes fue dándoles la noticia de que Lérida y Mequinenza ya se habían rendido", explica el historiador Koldo Sebastián García en su artículo El sitio del castillo de Monzón 1813-1814, publicado en el volumen del VII Congreso de Historia Local de Aragón.
Machacado y vapuleado por austracistas y borbónicos en la guerra de Sucesión (1701-1714), cuesta imaginarlo en sus tiempos de gloria bajo el esplendor de la Orden del Temple. En manos de la nobleza, no fue hasta el año 1149 que el castillo y las tierras de Monzón pasaron a ser propiedad de la institución militar por una donación de Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y rey de Aragón.
Fue una de sus encomiendas más ricas y prestigiosas por lo que el castillo se fue ampliado. Según la leyenda, en una de sus torres construidas en el siglo XII se alojó Jaime I. En realidad, sirvió como calabozo para encerrar a los maleantes y criminales de la región entre los ríos Cinca y Litera sobre la que los caballeros templarios de Monzón tenían jurisdicción y actuaron como señores feudales.
"Sus ingresos fundamentales venían a través de las rentas, limosnas y legados piadosos. Eran dueños de propiedades básicas de producción como hornos, molinos, acequias, almazaras, lagares, etc., lo que les erigía como los verdaderos señores feudales de todo un territorio", explica el historiador Darío Español Solana en una entra del blog Monzón templario.
Los últimos templarios
Mitad monasterio y mitad cuartel, lo que más destaca de toda la construcción medieval es su gran sobriedad. El ábside de la iglesia de San Nicolás, de estilo románico con influencia gótica, apunta hacia el acantilado del oeste e hizo funciones de torreón. En caso de asedio, contaban con dos grandes aljibes y una torre del Homenaje construida en época islámica.
En el año 1308, Bernaldo de Belvis, preceptor de la Orden, reunió a sus hermanos en la sala capitular de estilo cisterciense. Su gran maestre Jaques de Molay estaba siendo torturado en Francia por orden del rey Felipe IV. Se les acusaba de sodomía, herejía y de adorar al demonio. En realidad, el monarca francés les debía grandes sumas de dinero y orquestó su persecución.
Jaime II, a pesar de sus enfrentamientos con algunos maestres templarios de Aragón y Cataluña, receló de estas acusaciones hasta que el papa Clemente V ordenó su persecución, confabulado con Felipe IV. Antes de entregarse, muchos resistieron enriscados en sus castillos. Aquel año cayeron casi todas sus posiciones en la Península Ibérica y en abril de 1308 el procurador de Aragón, don Artal de Luna, escribió al rey informándole de que los pobladores de Monzón estaban socorriendo a los templarios pero que, aún así, sus máquinas batían sus defensas.
En mayo de 1309, tras más de un año de asedio, cayó "la Muela", defensa exterior del cerro. Incapaz de resistir, Bernaldo de Belvis entregó el castillo, sellando el fin de los templarios en Hispania. Muchos se enrolarían en otras órdenes militares, otros buscaron fortuna como mercenarios más allá del Mediterráneo en las compañías almogávares y otros, algunos pocos, se darían a la fuga sin renegar de su pasado.