Winston Churchill era un hombre de acción y no soportaba el aprisionamiento que sentía entre las paredes del 10 de Downing Street o de su despacho en el Parlamento. El viernes 2 de junio de 1944, tres jornadas antes del Día D —el desembarco para liberar Francia se había fechado originalmente para el 5, aunque la situación meteorológica retrasó la operación veinticuatro horas—, se subió a su tren privado y se desplazó hacia la costa sur de Inglaterra. Quería estar en el epicentro de los acontecimientos, ser testigo (y protagonista) de la historia, acompañando a la fuerza de asalto en su travesía por el canal de la Mancha.

Al rey Jorge VI le ponía muy nervioso por la posibilidad de que su primer ministro se embarcase en la Operación Overlord y le había enviado dos cartas disuasivas. Al no obtener respuesta, el secretario privado del monarca, Alan Lascelles, se comunicó por teléfono con la comitiva del premier. Churchill reculó a regañadientes, admitiendo que "si ese pobre barco acabara yéndose a pique, todos ladréis con el 'ya os lo habíamos dicho'". No obstante, dejó claro por escrito que "en tanto que primer ministro y ministro de Defensa, debería permitirse que yo acudiera donde considerase necesario acudir en cumplimiento de mi deber, y no admito que el Gabinete posea derecho ninguno a imponer restricciones a mi libertad de movimiento".

¿Era un impulso sincero o una jugada para mostrar compromiso con la que Churchill trataba de esfumar las voces críticas que le acusaban de titubear en la planificación y realización del desembarco de los Aliados en la costa francesa? "Churchill tenía dudas y preocupaciones, pero no creo que eso fuera lo que le empujara a querer acompañar a las tropas. Era una de esas personas que necesitan estar en el epicentro de todo y odian los momentos de inactividad. Las semanas previas a que Eisenhower diera luz verde a la operación fueron muy difíciles para él porque ya no tenía influencia en los planes militares", explica a este periódico Allen Packwood.

El premier Churchill visitando las ruinas de Caen con el general Montgomery el 22 de julio de 1944. Wikimedia Commons

El historiador, miembro del Churchill College de Cambridge, y lord Richard Dannatt, militar retirado que fue general y jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas británicas, son los autores de El Día D de Churchill (Crítica), un original ensayo para conmemorar el 80 aniversario del desembarco de Normandía que reivindica al premier como un actor crucial en la programación temporal y la naturaleza de Overlord, enterrando al fin las sombras que siempre le han acompañado. Para ello se olvidan del exitoso resultado de la operación anfibia sin precedentes y se sumergen en la incertidumbre que gobernaba los planes de los líderes Aliados, tal y como desvelan numerosas fuentes primarias.

"Hay que desacreditar el mito que, hasta cierto punto, está creciendo de que Churchill estaba en contra de abrir un segundo frente [en Europa occidental] y de la Operación Overlord", dice Dannatt, recordando la película Churchill (2017), protagonizada por Brian Cox y que presenta al protagonista tratando de obstaculizar los desembarcos. "Estaba influido por su pasado, por la desastrosa experiencia de Galípoli y por el fallido plan estratégico a principios de la II Guerra Mundial de cortar el suministro de hierro de la industria alemana procedente de las minas suecas. Pero nuestra conclusión es que Churchill sabía que era lo correcto, pero que tenía que hacerse de la manera adecuada en el momento preciso".

Los autores defienden que Churchill, comprometido con el Día D como "la piedra angular de la cooperación anglo-estadounidense", fue uno de sus principales arquitectos: desempeñó un papel clave en el desarrollo de los planes estratégicos y la relación con Estados Unidos, en los acuerdos para que los soldados británicos sirviesen a las órdenes de comandantes americanos, hizo posible que Reino Unido fuese la plataforma de lanzamiento del Día D y garantizó las infraestructuras, además de supervisar los preparativos reales y unir el esfuerzo militar con el de la población civil para que todo el equipamiento necesario estuviese preparado la fecha prevista.

Churchill y el general Alan Brooke a bordo del 'HMS Kelvin' durante su visita a Normandía el 12 de junio. Wikimedia Commons

"El Día D es un éxito porque tiene todos estos ingredientes exitosos de estrategia, planificación militar, inteligencia y preparación civil. Y lo que mostramos en el libro es que Churchill fue fundamental en todo esto llegase a buen puerto", resume Packwood. Y eso que subrayan que el premier quiso estar más involucrado en los preparativos operacionales. El hombre que había prometido en 1940 que "nunca nos rendiremos" como última esperanza de Occidente para frenar a Hitler y el nazismo había perdido parte de su influencia militar en 1944.

"Es absolutamente cierto que Churchill tenía preocupaciones legítimas sobre el Día D y también, como líder del Imperio británico, en ocasiones le molestó la primacía dada a esta operación. Pero jugó un papel clave en garantizar que se implementara la estrategia correcta", continúa el historiador. "Siendo el plan principal derrotar a Alemania, Churchill no podía permitir la posibilidad de que la expansión japonesa amenazara a la India británica. Ese es otro trasfondo que explica por qué habló de la tiranía de Overlord. Defendía un equilibrio en la mayor medida posible entre un teatro de operaciones y otro", añade el exgeneral.

El Churchill humano

Eisenhower, el comandante supremo de los Aliados, comentó en su Cruzada en Europa (1948) que Churchill temía que el mar se viese anegado con los cadáveres de sus soldados y que incluso en una fecha tan tardía como el 15 de mayo el premier mostraba sus dudas con apuntes como que "esta operación la veo cada vez más clara". Desde entonces, las supuestas maniobras de boicot siempre han acompañado su figura. En sus memorias sobre la guerra publicadas a principios de los años 50, el británico, que volvía a ocupar Downing Street, quitó hierro a los desacuerdos y recurrió a la diplomacia para sortear dichas críticas.

"A Churchill le dolieron bastante algunas de estas acusaciones, pero respondió a los golpes suavemente porque sabía que no estaba acabado, que revisar el pasado podría entorpecer sus planes en el presente", valora Packwood, director también del Churchill Archives Centre. "Es interesante que elimine de sus memorias un pasaje crítico de Eisenhower, que entonces se presentaba a la presidencia de EEUU, por no haber tomado Berlín antes que los soviéticos".

Portada de 'El Día D de Churchill'. Crítica

Desde que una carta del presidente Roosevelt a Churchill en abril de 1942 inaugurase la posibilidad de abrir un nuevo frente en el oeste de Europa hasta la puesta en marcha de la Operación Overlord, el premier británico logró imponer entre los Aliados la estrategia de combatir en el norte de África y en el Mediterráneo antes de invadir Francia. Su apoyo al desembarco, escriben los investigadores, "fue variando según fuera el momento, según evolucionaban los hechos y según con quien estuviera hablando".

Algo que nunca modificó fue su preocupación por evitar el mayor número de bajas entre sus tropas y entre los civiles franceses. "¿Te das cuenta de que, cuando te despiertes por la mañana, es posible que hayan muerto veinte mil hombres?", le escribió unas horas antes del Día D a su esposa Clementine. "Creo que Churchill sabía que tenía que conservar la mayor cantidad de mano de obra posible porque en la economía de posguerra la gente se quitaría el uniforme para volver a la industria y recuperar la industria británica destrozada por la guerra", analiza lord Richard Dannatt. 

Churchill y Putin

Churchill fue la gran némesis de Hitler, el principal opositor de la terrible política de apaciguamiento y el ferviente impulsor del rearme de Reino Unido antes del estallido de la II Guerra Mundial. ¿Cómo vería la Europa actual que debate sobre enviar armas o no a Ucrania y volver a llenar los arsenales de tanques y proyectiles para combatir al nuevo tirano del siglo XXI?



"En 1935, Gran Bretaña gastaba menos del 3% de su PIB en defensa. En 1939 el gasto se disparó hasta el 18%. Y en 1940, cuando luchábamos por nuestras vidas, alcanzó el 46%. Ese es el precio de librar una guerra desastrosa", expone lord Richard Dannatt. "Lo que tenemos que considerar hoy es el costo de la disuasión, de garantizar que las fuerzas armadas sean lo suficientemente fuertes para preservar la paz. Hoy eso significa apoyar a los ucranianos, pero también que los socios europeos de la OTAN inviertan lo suficiente en sus propios ejércitos para que la alianza defensiva sea tan fuerte como para enfrentarse a las agresiones de Vladímir Putin". 



"Como historiador siempre soy un poco reacio a hacer comparaciones porque el contexto lo es todo y la historia no se repite tal cual", expone por su parte Allen Packwood. "Pero en este caso sí hay ecos. Churchill era un gran partidario de la OTAN, un gran creyente en la relación especial con EEUU y estaba muy interesado en preservar la paz y la estabilidad en Europa occidental. Es difícil decir que todo esto no habría sido una prioridad primordial para él cuando analizase las relaciones internacionales actuales".