El historiador Christopher Clark en la Fundación Rafael del Pino.

El historiador Christopher Clark en la Fundación Rafael del Pino. Daniel Santamaría

Historia

Christopher Clark: "Estamos lejos de una solución no revolucionaria a nuestros problemas"

El historiador presenta en Madrid su monumental ensayo sobre las revoluciones de 1848 y 1849 y cómo transformaron el continente europeo.

7 junio, 2024 09:01

Bucear en la cosecha historiográfica de Christopher Clark (Sídney, 1960) conduce lógicamente a Sonámbulos (2012), su brillante reconstrucción de las tensiones internacionales y la silenciosa dinámica que desembocaron en la Gran Guerra de 1914. Pero el catedrático de Historia en la Universidad de Cambridge acaba de sumar a su bibliografía un ensayo que pretende rivalizar por el título de obra maestra. Se titula Primavera revolucionaria (también en Galaxia Gutenberg) y es una historia total de las revoluciones que sacudieron —y cambiaron— Europa en 1848 y 1849.

Con una loable capacidad de análisis de un tema tan complejo sin perder de vista los detalles, las microhistorias, las críticas que ha recibido el libro son estupendas. Publicado el año pasado en inglés, seguramente sea uno de los mejores ensayos de historia en castellano recién aterrizados en las librerías. Antes de impartir en la Fundación Rafael del Pino de Madrid una conferencia sobre su último trabajo, Clark responde a las preguntas de este periódico sobre las enseñanzas de este desconocido periodo y las similitudes con la incierta coyuntura actual.

Pregunta. Esta Primavera revolucionaria ocupa un lugar secundario en el imaginario político occidental. Es mucho menos conocida y se le otorga menos importancia que a la francesa o a la rusa. ¿Por qué?

Respuesta. Por dos cosas. La primera es que es estas revoluciones ocurrieron en los albores del despertar de los movimientos nacionales del continente europeo. De hecho, aceleraron el crecimiento de los movimientos patrióticos y nacionalistas. Y como consecuencia su recuerdo se fue apagando porque fueron reemplazadas por una secuencia de revoluciones y trayectorias nacionales. En Italia, por ejemplo, vino el Risorgimento. La dimensión europea, que es lo más interesante de 1848, se perdió de vista.

»Y además, la idea de que estas revoluciones fracasaron fue central en este proceso para sostener ciertas narrativas historiográficas de la izquierda. Los alemanes, después de 1945, desarrollaron el argumento de que el fracaso de no lograr una revolución verdadera en 1848, una reforma de la sociedad, dejó a sus estados en una situación vulnerable a los desafíos del nazismo. Esto es algo que se ha definido como la "senda particular", pero no es única porque los italianos utilizaron esta misma tesis para explicar la marcha sobre Roma. Cuando estos historiadores miraban a 1848 buscaban gente que se pareciera a ellos y les preguntaban si habían tenido éxito para hacer un juicio general. Pero en una revolución merece la pena escuchar todas las voces.

Christopher Clark es catedrático de Historia en la Universidad de Cambridge.

Christopher Clark es catedrático de Historia en la Universidad de Cambridge. Daniel Santamaría

P. Dice que 1848-1849 fue "la única revolución auténticamente europea que ha habido jamás". ¿Cómo modificó la Europa que conocemos hoy?

R. De manera complicada y paradójica. Ayudó, de alguna manera, a dividir el continente al acelerar los movimientos nacionalistas, pero al mismo tiempo después de 1848 vemos la aparición de un estilo de gobierno tecnocrático, gerencial, posrevolucionario y posromántico, lo cual es muy europeo en el sentido de que cada uno de estos gobiernos se fijaban constantemente en lo que hacían los otros. Así que es un poco como la Europa moderna. El sistema español de la Unión Liberal tomó prestada mucha legislación de Francia. Mires a donde mires ves una transferencia intensificada de ideas, técnicas y conocimientos. En ese sentido anticipa de alguna forma la Unión Europea actual.

P. Otto von Bismarck reconoció que el terremoto surgido ese año supuso una ruptura entre una época y otra.

R. Para mí esta fue una de las grandes sorpresas. Empecé a mirar los escritos de Bismarck y resulta que habló mucho sobre 1848 en los años siguientes. Lo veía como un punto de partida. Era un hombre de 1848, su vida pública fue una consecuencia de esa revolución, que conectó su destino personal con el de su país. Y su ejemplo es interesante para vislumbrar por qué 1848 es importante. El 2 de abril, hablando ante el Parlamento prusiano, dijo: "El pasado está muerto y enterrado". Dejó el estrado sollozando. No estaba feliz de ver la autoridad del rey desafiada por un grupo de personas en las calles, pero reconocía que algo había cambiado, no se podía borrar la revolución. La política del futuro tenía que absorber sus mensajes, sus lecciones, sus ondas de choque y sus prácticas. Es un ejemplo de cómo los conservadores aprenden de 1848.

"Estamos regresando a lo que éramos antes de la modernidad, al mundo cambiante y nebuloso de mediados del siglo XIX"

P. Esto es llamativo: nos hemos olvidado de las revoluciones de 1848, pero sus propios protagonistas fueron capaces de identificar su importancia histórica en ese mismo momento.

R. Totalmente. Lo que he intentado hacer es descubrir todas las capas de memoria histórica, que no son siempre muy fiables. He pasado mucho tiempo leyendo periódicos, cartas y memorias contemporáneas a la revolución, y lo que queda claro es que fue una gran línea divisoria: la vida fue muy diferente a partir de entonces. Un historiador alemán al que admiro mucho hizo una historia sobre el siglo XIX y en un determinado punto dice que la Revolución francesa estuvo acompañada de nuevas ideas y que la de 1848 fue mucho menos importante.

»La gran diferencia es que la Revolución francesa vino acompañada de ejércitos y guerras: ese fue el medio por el cual los galos se expandieron por todo el continente. Así que no es posible separar el impacto intelectual y cultural de la revolución del impacto bélico. Y miremos a España: ¿la Constitución de 1812 cuánto tiene de revolución y cuánto de respuesta a la invasión? Mientras, en 1848 las ideas revolucionarias viajan con ropas civiles, se abren camino en conversaciones, discursos, cafés, parlamentos, mítines políticos, reuniones en la calle... Ahí es donde ocurre la revolución: en el mundo complejo y estructurado de la sociedad civil. Eso implica que los efectos son más sutiles y diversos, pero no menos importantes. Los procesos pacíficos también están llenos de consecuencias.

P. ¿Por qué deberían estudiarse estas revoluciones de 1848-1849? ¿Qué lecciones pueden enseñarnos?

R. En general, no creo que la historia nos enseñe lecciones. Cicerón decía que la historia es "maestra de vida", y es así en cierto sentido, pero no creo que enseñe en forma de lecciones. Funciona más como un oráculo: le pedimos enseñanzas y nos cuentas historias confusas.

P. Y quizá de unos mismos hechos usted extrae una lección muy diferente a otra persona.

R. Exacto. Sin embargo, 1848 puede ser un estímulo para pensar sobre la difícil relación entre el interés general y el particular. Ahora mismo nos enfrentamos a la mayor crisis del Antropoceno. Mi colega Adam Tooze [historiador y economista] dice que nos dirigimos hacia la extinción masiva de la humanidad. Estamos en una era de policrisis con amenazas numerosas y diferentes. Pero nos enfrentamos a problemas que ya había en 1848: los intereses del sistema en su conjunto no se podían reducir a los de ningún grupo particular dentro de ese sistema. Si eras un liberal, qué hacías con las reclamaciones sociales de la gente que vivía en la miseria.

»En 1848 la gente no logró formar plataformas comunes, pero se trataba de una prueba. También tuvo miedo. Es muy interesante el comentario del hombre que fundó los Talleres Nacionales de París, que dijo que el sentimiento que había gobernado la revolución era el miedo. El miedo es un muy mal consejero y debemos estar alerta contra él. Más generosidad, más bravura y más esperanza. Quizás es una de las lecciones de 1848, si es que las hay.

Portada de 'Primavera revolucionaria'.

Portada de 'Primavera revolucionaria'. Galaxia Gutenberg

P. Vivimos en una época marcada por la incertidumbre, con el fantasma de una nueva guerra mundial. ¿Le da miedo la situación actual?

R. Me angustia, me preocupa mucho lo que está pasando en Ucrania. Estamos en una situación límite: Rusia está al ataque y ya no es hora de preguntarse si podíamos haber manejado todo esto mejor. Fue un ataque no provocado de Putin y ahora tenemos que afrontar las consecuencias. ¿Qué supone apoyar a Ucrania y qué dejar que los acontecimientos sigan su curso? Es terrible, pero ahora mismo quedarnos sentados sería la opción sonámbula. Putin seguirá con las repúbicas bálticas y más allá. Se ve a sí mismo como Pedro el Grande, se ha embarcado en un programa de varias décadas de hacer retroceder a Occidente. Su principal motivación ahora es hostilizar a Occidente. No es como en la época del estalinismo cuando había una visión, una civilización con una idea atractiva para parte de la izquierda europea.

»Esto es el regreso al siglo XIX, una visión puramente reaccionaria, una política vertebrada por su oposición a Occidente, una era posliberal y de una Europa posamericana. Y eso significa que no se resolverá simplemente dejando a Putin seguir su guerra en Ucrania. Así que debemos actuar. Es muy difícil mantener el equilibrio entre no cruzar la línea y no provocar una escalada importante, pero esto ya está ocurriendo y no es por nuestra culpa.

P. ¿Encuentra algún paralelismo entre el relato del estallido de la Gran Guerra que construyó en Sonámbulos con la actitud actual de los líderes de la Unión Europea y la OTAN?

R. Una de las cosas más llamativas de los líderes de la UE y la OTAN es que hay demasiadas voces diferentes. Es confuso. Para los rusos debe ser muy difícil saber lo que piensa Occidente. Estamos lejos de tener una voz única, nítida y dominante. Además de los grupos internos que quieren hacer una causa común con Putin, como Orbán o algunas formaciones de extrema derecha.

»Pero creo que la estructura de los eventos actuales es bastante diferente a 1914, sobre todo porque no había un único agresor. Putin no solo ha roto el orden internacional, sino que verbalmente lo ha repudiado diciendo que todo está basado en una mentira: la no expansión de la OTAN hacia el este. En 1914 todo el mundo se tenía miedo y estaba dispuesto a que el otro lado pareciese el agresor. Fue un mecanismo mucho más complejo, y por eso el debate sobre el estallido de la I Guerra Mundial ha continuado durante cien años.

"Más generosidad, más bravura y más esperanza. Quizás es una de las lecciones de 1848"

P. En Primavera revolucionaria vemos protestas civiles, asaltos a parlamentos, fake news... Cosas que nos son muy familiares. Siguiendo con lo que decía de la visión de Putin, ¿el mundo actual se parece entonces más al del siglo XIX que al del XX?

R. Absolutamente. Bruno Latour escribió un libro titulado Nunca fuimos modernos (1991) en el que creo que decía que la modernidad era una cosa horrible que produjo nuevas crisis climáticas y todo tipo de formas de precariedad. Pienso que esto es algo exagerado, pero hay una verdad profunda en ello. Resulta que la modernidad es sucia, venenosa, ecológicamente indefendible y domésticamente desastrosa. Lo que está sucediendo es una especie de retroceso al mundo anterior, antes de que hubiera partidos o audiencias de radio y de televisión masivos.

»La licuación de la política nos lleva de regreso al mundo cambiante y nebuloso de mediados del siglo XIX. En muchos sentidos estamos regresando a lo que éramos antes de la modernidad. Durante mucho tiempo nuestra conciencia ha estado dominada por el siglo XX, pero fue un siglo muy extraño dominado por los extremismos y los fanatismos: nazismo, estalinismo, fascismo... El XIX se parece más a la normalidad. Así que estamos volviendo a la configuración predeterminada, a la multipolaridad: el Mediterráneo oriental como un foco de conflictos, Erdogan construyendo un estado neootomano, Putin volviendo a la Rusia reaccionaria de Nicolás I...

P. La Europa anterior a las revoluciones de 1848-1849 estaba dominada por un precario mundo social, como muestra en el ensayo. La Europa moderna está muy polarizada y se está precarizando por los efectos de la pandemia y la guerra de Ucrania. ¿Ve posibilidades de que seamos testigos de una nueva revolución global?

R. Si sucede, será un poco como las de 1848, poco planeada, muy contradictoria e irregular y muy intensa en algunos lugares pero tenue en otros. No sería nada que se asemejase a la Revolución bolchevique de noviembre de 1917. En la década de 1840 Marx escribió una serie de ensayos sobre la degradación de los bosques. En una de esas obras escribió que el carácter polifacético y desconcertante del mundo es función de la unilateralidad de sus innumerables componentes. Lo que quería decir es que los problemas a los que nos enfrentamos solo parecen complejos porque la gente busca de forma obstinada sus intereses particulares.

»Lo que necesitamos ahora es una política combinatoria que conecte prioridades verdes con demandas socialdemócratas, de justicia social y liberales de transparencia, representatividad y respeto de la ley para crear un futuro que no esté orientado al crecimiento vertiginoso. Está empezando, pero necesitamos darnos prisa porque no hay mucha prisa.

Christopher Clark.

Christopher Clark. Daniel Santamaría

P. ¿Cree que existe un sentimiento general de que las revoluciones pertenecen al pasado? ¿La gente debería ser más consciente de que en cualquier momento puede estallar una nueva?

R. (Piensa durante unos segundos) Alexis de Tocqueville dio un discurso en el Parlamento francés el 27 de enero de 1848 alertando sobre lo que estaba pasando en Sicilia, en Suiza o en Milán: "¿No sienten ustedes [dirigiéndose a los ministros], por alguna intuición que no se presta a análisis, pero es innegable, que la tierra vuelve a temblar en Europa? ¿No sienten..., qué debería decir..., como si hubiera en el aire un vendaval de revoluciones? (...) la tempestad se vislumbra en el horizonte, que se aproxima hacia nosotros". Lo interesante es que Tocqueville fue el único en decir algo así.

»Creo que podemos correr el riesgo de cometer el mismo error que los regímenes de 1840 de gastar mucho tiempo contando enemigos y no pensar lo suficiente en hacer amigos. El gran problema que podemos tener es que el orden social que damos por sentado resulte más frágil de lo que esperábamos. Y cuando lo perdamos nos daremos cuenta del enorme valor que tenía. Un sistema que está lejos de ser perfecto, que entiende que los conflictos son inevitables y trata de resolverlos de forma pacífica, que protege a los ciudadanos de las acciones arbitrarias del Estado. Cuando estas quejas infantiles se conviertan en la cultura dominante el peligro será perder este sistema cuyos logros se han establecido durante generaciones. Espero que no estemos en un momento en el que todo esto salte por los aires, pero en cierto modo estamos lejos de una solución no revolucionaria a nuestros problemas.