Con el pelo blanco, caminando con bastón y rondando los 57 años, en 1943 se unió al maquis. No le fue fácil hacerse un hueco en la resistencia, pero además de afamado historiador que sigue siendo un punto de referencia en investigaciones actuales, Marc Bloch era un soldado. Había combatido en trincheras fangosas y terminó la I Guerra Mundial con el rango de capitán. En sus años de investigación de la Edad Media francesa desarrolló herramientas muy útiles para su última etapa como cabecilla guerrillero en Lyon.

Hablaba varios idiomas y gracias a su conocimiento de topografía rural y cartografía exploraba terrenos aislados y encontraba puntos de reunión seguros. Su pericia en paleografía le permitió crear documentos falsos y usó su talento con la pluma para escribir volantes incendiarios. Los miembros más jóvenes de su grupo le llamaban "el maestro". Sus años como profesor en las universidades de Estrasburgo, París y Montpellier hacían que repartiese panfletos como si fueran exámenes y plantear atentados y sabotajes contra los nazis como quien pone deberes.

Fue capturado en una gran redada organizada en marzo de 1944 por Klaus Barbie, alto oficial de las SS y la Gestapo, más conocido como "el carnicero de Lyon". Bloch fue sometido a duchas de agua congelada y golpeado en su celda de la cárcel de Montluc. Dicen que nunca reveló nada más que su nombre real. "Nos daba valor", recordó uno de sus compañeros de celda, "nos animaba, nos hablaba del pasado de Francia y nunca se desesperaba".

Montaje de una fotografía de Marc Bloch y el primer artículo de la revista 'Annales'. Wikimedia Commons/Annales

Entre las fuerzas del Tercer Reich en Francia cundió el pánico tras el desembarco de Normandía. Comenzó la quema de archivos, la destrucción de pruebas y las sacas de presos. El 16 de junio de 1944, hace 80 años, Bloch fue ametrallado junto a 27 compañeros en un campo sin nombre junto a la aldea de Saint-Didier-de-Formans. 

"Murió. Y todavía no alcanzo a darme cuenta de lo que implica esta palabra. Para la Ciencia, para Francia, para los Annales también y para mí mismo", se lamentó Lucien Febvre, historiador, amigo y compañero de Bloch con el que fundó en 1929 la revista Annales, órgano de difusión y foro intelectual que revolucionó la forma de hacer Historia y sentó escuela en las universidades europeas durante todo el siglo XX y principios del siglo XXI. Hoy en día sigue en activo.

Miniatura de un clérigo, un caballero y un campesino en un texto medieval francés del siglo XIII. Wikimedia Commons

Historia total

Nacido en 1886 en una familia más o menos acomodada, comenzó a estudiar en la Universidad de Estrasburgo al finalizar la Gran Guerra. La Historia que se investigaba entonces era una suerte de hagiografías que giraban sobre grandes hombres, países y estados. Bloch, influenciado por corrientes marxistas, aplicó un enfoque mucho más global, totalizador, económico y social. Desde el campesino de una aldea remota que cultivó las tierras de su señor hasta el comercio de lujo de las cortes.

Aplicando el modelo comparativo rompió esquemas: pretendía entender la Historia como un todo en el que había que usar herramientas de estudio social, económico, político, psicológico y geográfico. Su análisis La sociedad feudal (1939-1940) sobrepasaba las generaciones y abarcaba siglos de cambio y territorios dispersos. Uno de sus rasgos más novedosos fue la comparación feudal europea (con sus particularidades inglesa y española) y sus grandes similitudes con el Japón de los samuráis. En cierta medida desdeñaba el enfoque humano y personal de la biografía, demasiado limitado para apreciar los grandes cambios que mueven sociedades y cambian formas de pensar.

Propaganda antisemita en el París ocupado. 1941. Wikimedia Commons

Hoy algunas de sus obras pueden decepcionar al compararse con los métodos actuales, en muchos de los casos, herederos de los que él mismo asentó. Annales, fundado junto a Febvre, tuvo problemas desde su inicio. En la Europa de entreguerras acosada por la Gran Depresión y los totalitarismos, lucharon al borde de la quiebra constante ante la falta de suscriptores y la feroz crítica de sus contemporáneos.

Iniciada la II Guerra Mundial, Bloch, padre de seis hijos y cincuentón, se alistó voluntario en el Ejército francés a pesar de estar exento de servicio. De origen judío, se consideraba agnóstico y en ocasiones ateo. Solo desvelaba sus orígenes ante los antisemitas, declarándose en la mayoría de los casos "únicamente francés". Acosado por los panzer de la Wehrmacht fue de los afortunados que logró subir a uno de los buques en el milagro de Dunkerque de 1940. Poco después regresó a la Francia "libre", la colaboracionista de Vichy. Su nombre figuraba en las listas de intelectuales a los que se permitió seguir enseñando, esta vez, en unas angustiosas aulas de la Universidad de Montpellier. 

La Francia de Vichy

Plaza central de Lyon bajo ocupación alemana. Wikimedia Commons

Su piso en París fue saqueado por el Ejército alemán. Los libros de su biblioteca, empaquetados de forma cuidadosa, se enviaron a los archivos de la policía en Berlín donde tuvieron una historia rocambolesca. Cuando el Ejército Rojo de Stalin conquistó la ciudad al asalto en 1945, sus archivos fueron a parar a los de la KGB en Moscú y no fue hasta el colapso de la URSS cuando "reaparecieron".

Bajo el peso de las leyes antisemitas, su situación empeoró. Annales no podía seguir publicando con el nombre de un judío. Febvre le dijo que renunciara a su papel en la dirección. La mejor resistencia era seguir publicando, a cualquier precio, defendió su amigo. Bloch discutió de forma agria. Dimitir era claudicar ante los nazis, pero terminó por ceder. Sus artículos aparecían bajo seudónimo. Nunca dejó de escribir.

En 1942, los nazis terminaron por invadir la Francia de Vichy y Bloch huyó con su familia de Montpellier. Sobrevivieron como pudieron, huidos en campos y aldeas mientras terminaba Apología para la historia, su última obra donde se preguntaba el papel del historiador y su utilidad en un mundo devastado por la vorágine que acabó con su vida. No pudo terminarla. El peso de la Historia, con mayúscula mayestática, terminó por pasarle por encima y lo convirtió en un símbolo en la fría mañana del 16 de junio de 1944.