Levantado sobre un promontorio rocoso de más de 100 metros de altura, el castillo granadino de Salobreña se encuentra a medio kilómetro de la costa. En la Edad Media, el mar golpeaba las bases de la fortaleza litoral usada de forma ocasional como palacio de recreo. En 1489 fue cedido a los Reyes Católicos por su vasallo Abu Mohamed Abd Allah, más conocido como El Zagal. Ocupado por una guarnición militar castellana al mando del alcaide Francisco Ramírez de Madrid, la tensión aumentó. La población de Salobreña se sublevó a favor de su señor, Boabdil, último sultán de Granada y al-Ándalus.
Los castellanos resistieron, abastecidos por un gran aljibe que excavaron nada más llegar. Junto a él se levantó en 1960 un depósito de agua que abasteció la ciudad. El rey nazarí intentó apoyar la rebelión de sus antiguos súbditos, pero fracasó. En un ambiente de naufragio, se intuía el fin de una Reconquista que aún tardaría dos años en llegar. Los nuevos señores castellanos, en constante tensión con la población mudéjar, reformaron el castillo, creando nuevos baluartes adaptados a la artillería. Las llamadas a la repoblación tuvieron poco éxito ya que todas las tierras estaban en manos de grandes terratenientes tras la conquista y pesaban aires de motín.
Los sedimentos del cercano río Guadalfeo, colmatados con el paso de los siglos, formaron terrazas que alejaron el castillo de la costa. Terrazas de un intenso color verde que contrasta con el azul del mar Mediterráneo, en el que los últimos mudéjares y moriscos de las alquerías, aldeas y explotaciones de Salobreña enjuagaron sus lágrimas rumbo al amargo exilio al que fueron empujados tras el decreto de expulsión promulgado en el siglo XVII tras una brutal rebelión.
La Alhambra
Construido en el siglo X d.C., apenas se conoce el plano del castillo original. El Califato de Córdoba colapsaba y al-Ándalus se incendió y dividió en reinos taifas en un periodo caótico y anárquico de traiciones conocido como la fitna, la guerra civil. Los restos que quedan son una amalgama de distintas épocas que dificulta su estudio. Muchas veces solo la argamasa utilizada para levantar paredes, torres y estancias indica su época, ya que los materiales son los mismos.
Abandonado definitivamente en el siglo XIX, pasó por distintos usos hasta su puesta en valor actual. Como centro de actividades culturales, en la década de 1980 se ubicó la jaula de un león llamado Jimmy que llegó a ser muy popular en la zona.
Cuando la autoridad de la dinastía nazarí aún era respetada, el castillo contaba con tres puertas monumentales que simbolizaban el poder del sultán. Cada una de ellas miraba hacia una zona donde se ejercía la soberanía: la medina, el mar y los campos. "En su interior hay un complejo sistema de puntos de control ideado para garantizar al máximo la seguridad, especialmente la del recinto situado en la cima de la montaña, que no es otro que la zona palatina", explicó Julio Navarro Palazón, miembro de la Escuela de Estudios Árabes del CSIC, en una conferencia sobre la alcazaba de Salobreña en el Museo Arqueológico Nacional.
En esta zona elevada donde se ubicó también una mezquita que fue reconvertida en iglesia, aún se conservan los últimos vestigios del conjunto de lujo que imitaba al palacio de Comares de la Alhambra. Debió de existir, a juicio de los arqueólogos, una torre-qubba, donde se situó un Salón del Trono que escenificaba la gloria del monarca junto a un embarcadero monumental, que se situaba a sus pies. Un poco más abajo, en una depresión de la zona, la última investigación arqueológica encontró los restos de los baños de lujo que conservaban fragmentos de ricas cerámicas vidriadas.
La última partida de ajedrez
Acosados por el reino de Castilla y los sultanes benimerines del norte de África, los últimos reyes de Granada se desgañitaron en complicados juegos diplomáticos de intrigas intestinas, traiciones, alianzas, guerras y treguas. Salobreña se convirtió así en el lugar idóneo para encarcelar reyes depuestos o personajes peligrosos para el sultán gobernante. Mohamed VIII y su hijo mayor fueron ejecutados allí en 1431 por orden de Mohamed IX el Zurdo, su tío, que también pasó una temporada preso entre sus muros.
El mismo sultán Muley Hacén, padre de Boabdil, murió allí mirando hacia las cumbres de Sierra Nevada. Según la leyenda, en su agonía pidió ser enterrado en las montañas junto al pico más alto, lejos de los males del hombre y la civilización. Aquel pico de 3.479 metros donde supuestamente fue enterrado el monarca es el más alto de la Península Ibérica y recibe el nombre de Mulhacén.
Entre el Mulhacén y el mar, de vuelta a Salobreña, un joven príncipe que reinaría como Yusuf III quedó encerrado por orden de su hermano durante dieciséis años. El noble contó con el único consuelo del tiempo y la lírica. En sus poemas añoraba los patios de la Alhambra, lamentaba la muerte de su padre, reprochaba la traición de su hermano y lloraba su triste y solitario encierro. En 1408, su hermano Mohamed VII ordenó su asesinato para asegurar la sucesión de su hijo. Nunca se cumplió la sentencia.
Según las fuentes cristianas, "cuando la orden llegó allí, Yusuf se hallaba jugando una partida de ajedrez con un alfaquí [juez] y solicitó que le permitieran terminarla antes de morir; esta prórroga permitió la llegada providencial de mensajeros desde Granada que anunciaron la muerte de Mohamed VII y la designación de Yusuf como nuevo emir", explica Francisco Vidal Castro, profesor de historia en la Universidad de Jaén y autor de la biografía del monarca andalusí en la Real Academia de la Historia.
El historiador reconoce que, sea cierta la leyenda o no, lo más probable es que Mohamed VII fuera asesinado en un complot para entronizar a Yusuf. Fue un rey sabio que vivió un momento convulso de guerras con sus vecinos. Perdió algunas fortalezas a manos castellanas, pero luchó con bravura, dejó una frontera estable y una economía saneada.
Admirado por sus enemigos, el encierro le enseñó las virtudes de la paciencia. "Era apacible y manso, y que contra su voluntad e inclinación vino a ser enemigo de los cristianos", rezaba una crónica. Aquel soberano nunca volvió a Salobreña, el lugar donde suspiró por Granada mirando a las aguas del Mediterráneo y a las cumbras de Sierra Nevada.