Los bastardos de Alfonso XII que hicieron temblar la Monarquía: su pleito para probar que eran Borbones
El rey tuvo dos hijos con la famosa soprano Elena Sanz, una de sus amantes. "Cada momento te quiero más y deseo verte", le escribía.
18 junio, 2024 08:31La ópera la La favorita, de Gaetano Donizetti, inauguró la temporada 1877-1878 del Teatro Real. La noche del estreno, el 4 de octubre, los protagonistas eran el tenor Julián Gayarre y la soprano Elena Sanz. La cantante, que en los años anteriores había levantado atronadoras ovaciones en los escenarios de toda Europa y América, también dejó prendado al público, sobre todo al monarca Alfonso XII, quien se apresuró a reclamar su presencia en su palco privado.
No era la primera vez que ambos coincidían en persona. A finales de 1871, cuando proseguía sus estudios en un colegio de Viena, el entonces príncipe Alfonso recibió la visita de Elena Sanz por insistencia de su madre, Isabel II, por entonces ya asombrada por la voz de la soprano. El encuentro entre el adolescente de 15 años y la mujer, casi ocho años mayor, la relató Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales: "Vestida con suprema elegancia, la belleza meridional de la insigne española produjo en la turbamulta de muchachos una impresión de estupor: quedáronse algunos admirándola en actitud de éxtasis; otros prorrumpieron en exclamaciones de asombro, de entusiasmo. ¿Qué mujer era aquella? ¿De dónde había salido tal divinidad? ¡Qué ojos de fuego, qué boca rebosante de gracia, qué tez, qué cuerpo, qué lozanas curvas, qué ademán señorial, qué voz melodiosa!".
Esa escena quedaría grabada en la memoria del Borbón. En algún momento de 1878, tras la muerte prematura de su esposa y prima María de las Mercedes, el rey inició un romance con la soprano. Nacida en Valencia en el seno de una familia de escasos recursos, ingresó en el llamado Colegio de Niñas Pobres de Leganés, institución donde se acogía a las jóvenes de buena familia —su madre estaba emparentada con el marqués de Cabra—, pero sin recursos. Elena comenzó a destacar por sus condiciones para el canto e Isabel II la becó para cursar estudios de música en Italia.
"Alfonso XII exigió a Elena que se retirase de los escenarios y guardase silencio; a cambio, la instaló en un pisito luminoso de la antigua Cuesta del Carneo, hoy calle de Goya, esquina con Castellana, donde la visitaba con frecuencia, entregándose a ella con verdadera devoción", explica el escritor y periodista José María Zavala en su libro Bastardos y Borbones: los hijos desconocidos de la dinastía (Plaza&Janés).
En abril de 1879, el soberano le regaló a su amante un retrato suyo vestido de almirante, acompañado de la siguiente nota: "Cuando mandaba la escuadrada blindada, querida Elena, todas las brújulas marinas sentían distinta desviación según la proximidad de los metales que cubrían mi férrea casa; si allí hubieses estado tú, tus ojos las hubieran vuelto todas hacia ellos, como han inclinado el corazón de tu Alfonso".
Según Emilio Castelar, que había sido presidente de la Primera República, la mujer era realmente atractiva: "La color morena, los labios rojos, la dentadura muy blanca, la cabellera negra y reluciente como el azabache, la nariz remangada y abierta con una voluptuosidad infinita, el cuello carnoso y torneado a maravilla, la frente amplia, como de una divinidad egipcia, los ojos negros e insondables, cual los abismos que llaman a la muerte y al amor".
La pareja tuvo su primer hijo a principios de 1880. Alfonso Enrique Luis María Sanz y Martínez de Arizala nació en París el 28 de enero en una casa situada en los Campos Elíseos. El gran problema es que el monarca volvía a estar casado, y no con Elena, que era una mujer que no pertenecía a la nobleza, sino con la nueva reina, María Cristina de Habsburgo-Lorena. Un año más tarde, el Borbón tuvo con la soprano otro vástago bastardo varón al que llamaron Fernando —llegaría a ganar la medalla de plata en la modalidad de 2.000 metros sprint en los Juegos Olímpicos de París 1900—. La destronada Isabel II siempre llamó a estos dos niños "mis nietos ante Dios".
Litigio económico
Alfonso XII envió fogosas cartas a su amante, como reza esta: "Idolatrada Elena: Cada momento te quiero más y deseo verte, aunque esto no es posible en estos días. No tienes idea del recuerdo que dejaste en mí. Cuenta conmigo para todo. No te he escrito por falta de tiempo. Dime si necesitas 'guita' y cuánta. A los nenes un beso de tu Alfonso". El monarca enviaba a su otra familia una pensión mensual, pero los problemas estallaron con su prematura muerte en 1885.
La regente María Cristina decidió retirar la cuantía asignada a Elena Sanz y a sus hijos. La ya exsoprano, en una dificultosa situación económica, reunió todo el material a su disposición para demostrar que Alfonso y Fernando eran hijos del monarca fallecido y, por lo tanto, Borbones. La mujer inició una batalla legal con la Casa Real gracias a la ayuda de Nicolás Salmerón, abogado y uno de los padres de la Primera República. En realidad, lo que se buscaba era una suerte de chantaje: entregar todas las cartas y documentos —más de un centenar— que probaban el affaire a cambio de una suma de dinero que permitiese a la madre y a los niños vivir sin problemas.
El acuerdo se fijó al final en 750.000 pesetas, una suma millonaria para la época y de la que dos terceras partes se ingresaron en un fondo que los hijos recibirían cuando alcanzaran la mayoría de edad. Elena Sanz murió en su domicilio parisino de la rue de La Perouse a los 54 años de edad, pero la historia no se terminó ahí. En 1904 los bastardos de Alfonso XII, también acuciados por problemas económicos, presentaron una demanda en un tribunal parisino reclamando una compensación por sus genes borbónicos.
El litigio llegó hasta el Tribunal Supremo español y fue narrado en toda la prensa nacional. La sentencia fue un tanto ambigua y compró la versión entonada desde Casa Real: no se negaba la presunción de que Alfonso fuese hijo del monarca fallecido, pero tampoco se podía confirmar de forma categórica. Los análisis de ADN todavía no existían. De hecho, la Constitución vigente de 1876 declaraba que "el rey no puede tener más hijos que los que le nacen dentro del matrimonio", con expresa mención de que "no se consiente la injerencia de seres extraños". Un rocambolesco episodio de la historia de la Monarquía española.