Cuadro del siglo XIX que representa la batalla de A Coruña en enero de 1808.

Cuadro del siglo XIX que representa la batalla de A Coruña en enero de 1808. Museo Nacional del Ejército (Reino Unido)

Historia

La infernal marcha de la muerte en España de un ejército británico perseguido por Napoleón

Entre diciembre de 1808 y enero de 1809, el contingente de John Moore huyó hacia A Coruña al quedarse aislado. El precio en vidas humanas fue muy alto. 

19 junio, 2024 08:26

Bajo tormentas de lluvia y nieve, un ejército aislado y solitario se batió en retirada en los hostiles pasos de montaña entre León y Galicia. "Todavía se intentó avanzar con nuestros enfermos y heridos; las bestias que los transportaban fallaron, y fue necesario abandonarlos en sus carromatos para que perecieran entre las nieves", recordó en sus memorias el médico inglés Adam Neale, superviviente de la atroz marcha de la muerte en el gélido invierno de 1808 del desquiciado contingente inglés de sir John Moore.

La disciplina y el orden desaparecieron. Los rezagados fueron cazados como alimañas por la caballería francesa que les pisaba los talones o por la áspera población local, ansiosa por ajustar cuentas. En el caos, algunos soldados borrachos quedaron atrás tras saquear aldeas, casas dispersas y granjas donde dieron rienda suelta la rabia acumulada de su derrota. Entre la leonesa ciudad de Astorga y el puerto gallego de A Coruña dejaron un escalofriante reguero de entre 3.000 y 4.000 casacas rojas y verdes.

Tras una persecución de más de 480 kilómetros por fin vieron el mar y la salvación. La Royal Navy les esperaba en A Coruña, pero aún tenían que enfrentar un último combate junto a la aldea de Elviña el 16 de enero de 1809. Sir John Moore, de origen escocés, jamás regresaría a su casa. Su cuerpo hoy yace en la tierra extraña en la que murió, rodeado de mirtos y hortensias en el jardín herculino de San Carlos, arropado por epitafios grabados con los versos de la escritora Rosalía de Castro y del reverendo Charles Wolfe

Entierro del general John Moore  retratado por George Jones en 1834.

Entierro del general John Moore retratado por George Jones en 1834. Wikimedia Commons

En las suaves colinas de Elviña, los ingleses lucharon con la fuerza que da la desesperación. Entre descargas cerradas, cañonazos de artillería y horribles cargas a la bayoneta, los británicos flaquearon y su comandante galopó a primera línea para animar a sus hombres. Allí una bala de cañón le destrozó el pecho, pero sus tropas triunfaron. Al caer la noche terminó la agonía de Moore: aquel ejército huérfano que perdió otros 900 hombres en combate logró zarpar hacia su hogar.

"Estábamos literalmente cubiertos y devorados por los parásitos. La mayoría habíamos caído presa del paludismo y la disentería, parecíamos esqueletos en movimiento", recordó el oficial Harry Smith, uno de los supervivientes. El grueso del ejército consiguió volver: podría considerarse un milagro de no ser por los más de 200 hombres que se ahogaron cuando sus buques naufragaron frente a Cornualles. Cuatro meses antes, cuando acababan de llegar a Portugal, no pensaron acabar así. 

Húsares británicos combatiendo en Benavente durante su retirada.

Húsares británicos combatiendo en Benavente durante su retirada. Wikimedia Commons

Perdido en Salamanca

En octubre de 1808, Moore desembarcó en Lisboa con 30.000 fusileros y 5.000 jinetes. La victoria parecía posible. Poco después Napoleón Bonaparte en persona cruzó los Pirineos con 200.000 hombres de su Gande Armée y atravesó la Península Ibérica aplastando cada foco de resistencia que se le oponía. El escocés tenía una misión muy sencilla: "Cooperar con el Ejército español en la expulsión de los franceses de este reino".

El único problema residía en que España y Reino Unido, aliados accidentales, llevaban siglos degollándose y despedazándose a cañonazos por todo el mundo: el desastre de Trafalgar seguía reciente y la colaboración no fue del todo sencilla. Tras cruzar la frontera hispano-lusa en Ciudad Rodrigo y asentarse en Salamanca, la situación en el frente era confusa. En diciembre, Napoleón burló el puerto de Somosierra y rindió Madrid tras un brutal combate en El Retiro mientras los británicos tanteaban al mariscal Jean Die de Soult.

Napoleón y su ejército cruzando la Sierra de Guadarrama según el pincel de Nicolas Taunay.

Napoleón y su ejército cruzando la Sierra de Guadarrama según el pincel de Nicolas Taunay. Wikimedia Commons

Con nubes negras cargadas de lluvia y nieve perfilándose en el horizonte, el 12 de diciembre Moore ordenó hacer el equipaje y marchó a Sahagún, donde días después sus húsares hicieron filetes a sablazos a 100 dragones galos y capturaron a otros tantos que se acuartelaban en el viejo monasterio. Un despacho urgente rompió sus planes de derrotar a Soult: en medio de una tormenta, Napoleón y 40.000 soldados estaban cruzando la Sierra de Guadarrama para darles caza. Comenzaba la persecución. 

La marcha de la muerte

El mismo día de Nochebuena comenzó una improvisada retirada hacia A Coruña con unas fuerzas desmoralizadas a las que se ordenaba huir por miedo a la aniquilación entre los gigantes Soult y el Petit caporal. A marchas forzadas, hostigados por patrullas enemigas, volaron puentes, vadearon ríos y no descansarían hasta llegar a la ciudad gallega. Después de Año Nuevo, Napoleón encomendó a su mariscal rematar la tarea. Austria se ponía en pie de guerra y debía regresar a París.

Tumba de John Moore en los jardines de San Carlos.

Tumba de John Moore en los jardines de San Carlos. Wikimedia Commons

Gran parte del ejército británico tuvo que huir "en unas condiciones atmosféricas terribles (precipitaciones de lluvia nieve y bajas temperaturas), sobre caminos embarrados, con problemas cada vez más graves de abastecimiento, (...) para evitar la captura por parte del enemigo se llegaron a destruir grandes cantidades de provisiones, ropa y zapatos cuando los soldados marchaban hambrientos y descalzos", explica Javier Fernández Castroagudín, doctor en Medicina y Cirugía y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, en su artículo sobre la sanidad militar en la expedición de John Moore publicado en la Revista de Historia Militar.

Los oficiales intentaron mantener la disciplina ante los saqueos y las borracheras de su tropa. Un soldado conocido por su carácter afable fue fusilado junto al camino, a la vista de todos. Le habían sorprendido robando una manta. Más tarde, en un campo sin nombre entre Lugo y León, nevado como todos, se intentó ahorcar a varios saqueadores. Los jinetes de Soult merodeaban por los alrededores y tuvo que cancelar la ejecución.

En aquella marcha dejaron su cordura y se enfriaron sus corazones. Poco se sabe de los civiles, mujeres y niños que les acompañaban en su huida. Algunas llegaron a dar a luz en la penosa retirada. Pocos detalles se conocen, solo pensaban en abandonar aquel país en guerra donde dejaron el cuerpo de su comandante al que Rosalía de Castro dedicó estas líneas: "Partió valiente a combatir con gloria. / Partió sin regresar, porque la muerte / lo segó allí por campos extranjeros, como la flor cuya semilla cae / sobre una tierra en que arraigar no puede".