El estallido de la Guerra Civil sorprendió a Ricardo Samper preparando su estancia veraniega en el balneario oscense de Panticosa. Se encontraba en su Valencia natal, zona leal a la República, y decidió marcharse de España de inmediato junto a su familia. Además de su militancia en el Partido Radical, había dos hitos en su currículum que lo convertían en hipotético objetivo de represalias políticas: había sido el presidente del Gobierno que había tratado de desbaratar la conspiración de las izquierdas en el verano de 1934 y el vicepresidente que derrotó la insurrección de octubre del mismo año.
Tras el fallido intento de abandonar Valencia a bordo de un barco francés, se entregó a condición de quedar custodiado por la Guardia Civil. Lo llevaron detenido al barco Cabo de Palos, pero pidió su traslado a la cárcel Modelo consciente del peligro que corría —la embarcación fue atacada por milicianos poco después—. Samper, con una salud muy quebrantada —sufría tuberculosis y se le acababa de diagnosticar una lesión pulmonar—, le pidió ayuda al entonces presidente del Gobierno, José Giral, quien le dijo que lo único que podía garantizar era su traslado como preso a Madrid. Allí se ofrecía a darle cobijo el secretario de la Embajada francesa.
En el viaje desde Valencia hasta la capital, los milicianos que acompañaban a los guardias civiles que protegían a Samper y a su hijo Ricardo tenían la intención de aprovechar una parada de tránsito en Aranjuez para sacarlo y asesinarlo, según escuchó una de sus hijas, pero el jefe del destacamento logró evitar la pausa del convoy. Al final logró salir de España en un avión fletado para varios ciudadanos galos, al que se subió con las hélices y los motores en marcha, a punto de despegar, para sortear así la vigilancia.
Ya no vería el final de la contienda, una lucha, como definió a su nieta, entre "los que quieren cohibir la delincuencia bajo el imperio de las leyes", los sublevados, y "los que desean convertir la delincuencia en ley", los dirigentes del Frente Popular y la CNT. Sometido a dos operaciones de urgencia, "el presidente del Gobierno en la coyuntura más difícil de nuestro siglo XX hasta la Guerra Civil", como subraya el historiador Roberto Villa García en Samper: la tragedia de un liberal en la Segunda República (Faes), falleció en Ginebra el 24 de septiembre 1938.
"Por encima de todos los sentimientos políticos, incluso el sentimiento republicano, anida en mi corazón el de la libertad". Ese fue el leitmotiv de Ricardo Samper, ilustre abogado, miembro destacado de la fracción más moderada del radicalismo blasquista y figura señera de la política valenciana —empuñó en 1920 la vara de mando de la tercera ciudad de España antes de cumplir 40 años y en la peor oleada de terrorismo, aunque se negó a percibir ingresos como alcalde-.
Según la biografía política que traza el profesor de Historia Política en la Universidad Rey Juan Carlos, su carrera encarna los factores que impidieron la democratización del liberalismo español en el periodo de entreguerras y el dilema irresuelto de la Segunda República: si el régimen iba a construirse sobre la tradición liberal o rompiendo con ella.
Samper, por ejemplo, abogaba por una República liberal que procurara una separación no traumática de la Iglesia y el Estado y que asegurara los derechos de los católicos al mismo tiempo que se evitaba cualquier imposición o discriminación a quienes no lo fueran. Como uno de los cuatro vocales del grupo del Partido Radical —él era una de las cabezas más visibles del Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA)— en la Comisión parlamentaria que debía redactar el proyecto de Constitución, se erigió en uno de los impugnadores de un texto que consideraba falto "de sentido liberal": "Una democracia puede producirse en términos contrarios al derecho y a libertad, y nosotros creemos que la libertad y el derecho están por encima de las determinaciones de la democracia", proclamó en una de sus intervenciones.
República para los españoles
Antagonista liberal de Manuel Azaña y ministro de Alejandro Lerroux, la gran oportunidad le llegó a Samper a raíz de la crisis que estalló entre el líder radical y el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, por la amnistía a los condenados por participar en la Sanjurjada de 1932. Lerroux dimitió el 27 de abril de 1934 y al político valenciano se le encargó formar un gobierno de "amplia concentración de partidos manifiestamente republicanos".
Alcalá-Zamora lo consideraba "inteligentísimo, culto y sutil", además de aventajar Azaña o Lerroux "en diligente y cuidadosa dirección de la obra ministerial, a la que atendía en todas sus ramas por igual". No le atribuía otros defectos que su modestia de hombre "oscuro" y su "fealdad que pasa de la raya y que proporciona las más fáciles burlas". Otras figuras contemporáneas como Francesc Cambó señalaron, sin embargo, que como político "tenía la tara más gruesa: es un vacilante". El conde de Romanones también dijo que no daba la medida de "liebre entera" que se necesita para "premier".
"Samper entraba a gobernar con la dificultad añadida de que el conflicto de la amnistía había deteriorado la relación de confianza entre el jefe de su partido, que le otorgaba la confianza parlamentaria, y el jefe del Estado, que le investía la confianza presidencial", analiza Villa García. "Lerroux y Alcalá-Zamora solo coincidían en considerar un paréntesis el Gobierno Samper, el primero hasta que pudiera volver liderando un gobierno mayoritario que incluyera ministros de la CEDA; y el segundo hasta que pudiera desplazar al Partido Radical de su posición central".
Samper defendía la concepción liberal de que la República no era de ningún partido sino "para todos los españoles", una "norma superior de convivencia política entre todos los ciudadanos", que permitía el gobierno de partidos y programas distintos a condición de cumplir tres deberes inexcusables: "respeto a la libertad, respeto al sufragio, abominación de la violencia". En sus casi seis meses al frente del Ejecutivo hubo de enfrentarse a acuciantes desafíos como la violenta huelga agraria de finales de la primavera, un conflicto con la Generalitat de Cataluña por la aprobación de una Ley de Contratos de Cultivo o las pretensiones del nacionalismo vasco.
Caída en desgracia
En septiembre, Lerroux, cansado de las vacilaciones de su compañero, que atribuía al influjo paralizante de Alcalá Zamora, inició los contactos para formar un nuevo gobierno bajo su presidencia que contaría con ministros de la CEDA. "Con el defecto de la timidez, que parece debilidad, y lo es a ratos, este hombre, inteligente, hábil, culto y correcto, ha gobernado cerca de medio año sorteando dificultades, resolviendo problemas y dejando una obra legislativa preparada e importante. Todo ello sin más apoyo que el de aquí, porque no ha tenido mayoría ni siquiera partido", resumió el líder radical.
Como desagravio, Samper fue nombrado ministro de Estado con rango de vicepresidente del nuevo Ejecutivo, pero solo lo sería hasta el 16 de noviembre. Para entonces estaba siendo sometido a un escrutinio parlamentario por su supuesta responsabilidad, por imprevisión, del estallido de la revolución de octubre. "Yo acuso al Sr. Samper de ser el causante indirecto, por tolerancia o por claudicación, de la rebelión en Cataluña", ya que "no era capaz más que de contestar con fórmulas jurídicas a las rebeldías de los señores de Barcelona", denunció el diputado conservador Dionisio Cano.
Las intervenciones de Melquíades Álvarez, oriundo de Oviedo, y Cambó, sentenciaron la suerte de Cambó. El líder de la Lliga aseguró que en Barcelona "todos sabíamos" que se preparaba una rebelión para cuando se estableciera un gobierno mayoritario, con ministros de la CEDA, "quizás excepto aquellos que estaban más llamados a conocerlo". El 8 de noviembre, ante la gravedad de las imputaciones, el valenciano intervino en el Congreso rechazando las acusaciones de imprevisión y poniendo el foco de responsabilidad en los dirigentes del PSOE.
Sus últimas palabras, según Roberto Villa García, fueron una invitación a la concordia para consolidar una verdadera democracia dentro de la República: "Hace falta que en España creemos una zona templada de convivencia para todos los hombres de bien, para todos los hombres de buena voluntad, cualquiera que sea el partido al que pertenezcan (...) No despertemos movimientos reactivos con los cuales España no puede vivir; con estos movimientos extremistas, con estos movimientos bruscamente pendulares, no hay posibilidad de que España progrese... Justicia y reparación; pero, al mismo tiempo, dejemos bien abiertos los cauces legales para todos los partidos de izquierda que quieran todavía servir a la Patria y a la República".
Aunque decidió no dimitir ni asumir culpa alguna, Samper era, a juicio de Lerroux, el verdadero "objeto de debate, por infortunio de su suerte", y consideró su salida necesaria para que no quebrara la coalición sobre la que se armaba su Ejecutivo. Uno de sus máximos defensores fue Gaziel, el periodista catalán más influyente en aquel entonces: "La prudente y habilísima conducta del Gobierno Samper... consistió por entero en no querer entrar en colisión con esa vertiginosa locura suicida que gobernaba en Cataluña, y en negarse a agredirla, limitándose a esquivar sus furiosas e insensatas embestidas, dejando que ella misma, ella sola, se precipitase al abismo".