A marchas forzadas, huyendo de la caballería isabelina que les perseguía, una partida de guerrilleros carlistas liderados por Jerónimo Merino, más conocido como el cura Merino, atravesó la sierra de Campisábalos rumbo al pueblo soriano de Caracena. A mitad de camino, llegaron el 13 de julio de 1835 a un gran cerro de arenisca roja cuajado con las ruinas de la ciudad romana de Tiermes, en el actual municipio de Montejo de Tiermes. Los guerrilleros apenas se detuvieron ante su ermita románica dedicada a la Virgen y continuaron su fuga.
Aquella ermita del siglo XII repleta de miniaturas y canecillos de milagros y escenas bíblicas es la única construcción del lugar que aún se mantiene en uso. Junto a aquel faro en el cerro de 1.200 metros de altura se hallan las ruinas del que fue el foro de la ciudad. Los esqueletos de las tiendas que lo rodeaban aún evocan el ajetreo de los comerciantes del mercado cuando la ciudad gozó de su esplendor en el siglo I d.C. En ese momento, la antaño rebelde ciudad celtíbera, dejó de pagar tributo a Roma y pudo regirse por el derecho latino.
Poco conocida y estudiada, se desconoce el tamaño aproximado que pudo tener Tiermes y su número de habitantes. Lo que más llama la atención del yacimiento radica en que el asentamiento "usó en alto grado la técnica rupestre en la actividad constructiva y el urbanismo, al excavar la roca para crear cimientos, bases de edificios o incluso estancias completas e infraestructuras", explica Santiago Martínez Caballero, director del Museo Arqueológico de Segovia, en la guía del sitio.
Una prospección con georradar en el cerro de la civitas desveló en 2021 que bajo el suelo del cerro aún se esconden varias estructuras que podrían corresponder a la indígena Tiermes, una ciudad-estado de los celtíberos arévacos que desafió a Roma en innumerables revueltas. Una vez arrasada Numancia en el año 133 a.C., las caligae de las legiones se impusieron sobre Tiermes tres décadas después, en 98 a.C.
Ese año el cónsul Tito Didio, conocido por su crueldad, acabó con 20.000 rebeldes arévacos según Apiano, historiador romano de origen griego. "A Tiermes, una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos, la trasladó desde la posición sólida que ocupaba a la llanura y ordenó que sus habitantes vivieran sin murallas", narró el autor clásico. Aún así, en la segunda mitad del siglo I a.C. se alió con el rebelde general romano Quinto Sertorio y fue necesaria otra expedición militar para que reconociesen la autoridad de la Urbs.
Acueducto
Aquella orden del cónsul Tito Didio duró un par de décadas y caducó definitivamente en el siglo III d.C., cuando muchas de sus casas rupestres en las laderas del cerro, algunas de hasta 3 y 7 pisos de altura, estaban abandonadas. Sus sillares se usaron para levantar una muralla, prueba de la crisis e inseguridad que sacudió al Imperio romano en aquel siglo de hierro conocido como el de la "anarquía militar".
En la puerta del oeste dos puestos de guardia vigilaban la entrada a la ciudad, junto a uno de los tramos de su espectacular acueducto que contaba con tramos subterráneos. Dividido en varios ramales, tenía una extensión de 3,6 kilómetros desde el manantial del que se abastecía, aunque tan solo se conservan 50 metros de su recorrido.
Según el estudio de Martínez Caballero El agua en Tiermes, publicado en el volumen El agua en las ciudades romanas, la obra tenía capacidad para saciar a 20.000 personas, aunque la urbe debió de tener una población mucho menor.
Aún no se sabe la función y la cronología de su enigmático graderío del sur, excavado en la arenisca. De ser romano debería ser un teatro o un anfiteatro muy atípico, demasiado agreste. Podría ser un lugar de reunión donde los celtíberos celebraban algunos rituales religiosos o, como apunta Martínez Caballero, bien podrían formar parte de un campo donde practicar deporte, celebrar juegos o el lugar donde comerciaban con ganado, principal motor económico de la ciudad.
De una forma u otra, mientras gran parte de los humildes vivían en las casas rupestres, en lo alto del cerro se encuentra la gran mansión de uno de los miembros de la élite decurial de la civitas.
Su hogar, la Casa del Acueducto, estuvo decorada con pinturas murales, ocupaba 1.800 metros cuadrados y tenía 34 habitaciones a las que se accedía con escaleras. Estaba dividida en varias partes, con zonas para el servicio y espacios domésticos exclusivos para los nobles. Estos patricios y aristócratas que se reunían en el foro, levantado sobre una terraza artificial, debatieron durante varios siglos los asuntos de la ciudad cuya historia comenzó a difuminarse a partir del siglo IV d.C.
En lugar del sonido de obras y mercados ruidosos comenzaron a oírse rezos cuando el corazón político se convirtió en un cementerio en el periodo hispanogodo, anexo a una primitiva iglesia. Sobre esta, convertida en el siglo XII en una ermita, giró la vida de un pequeño pueblo que quedó desierto en el siglo XVI, por lo que nadie más que su templo presenció en Tiermes la huida del temido sacerdote guerrillero que murió en el exilio.
Los botones de un rey
Además de la fuga del cura Merino, en 1837 atravesó las ruinas de Tiermes un ejército en retirada comandado por el pretendiente borbónico al trono Carlos María Isidro. Tras quedarse a las puertas de Madrid y rozar la victoria, huyó con cerca de 12.000 hombres hacia el norte, acosado por las tropas liberales dirigidas por Baldomero Espartero. En su huida, los soldados absolutistas, "descalzos como estaban, se veían en la dura alternativa de no poder andar o de quitarlos [los zapatos] a los habitantes", relató un testigo.
En el yacimiento se ha documentado una cantidad inusual de botones del siglo XIX. Como expone Eusebio Dohijo Gutierrez, investigador de la Universidad Internacional de Madrid, en un artículo sobre la cuestión publicado en la Revista de Historia Militar, esta colección de piezas abandonadas solo puede ser de la guerrilla del cura Merino o del infortunado ejército carlista.