El poder del faraón sobre el país del Nilo se sustentó con la fuerza de sus guerreros pero, sobre todo, por la labor de su silencioso ejército de escribas sobre los que caía el peso de la administración. Como miembros de la élite funcionaria del Antiguo Egipto, muchos jugaron un gran papel en las altas esferas del poder y se podían enterrar en ricas necrópolis para asegurar su viaje al más allá. Sin embargo, la gran mayoría de los estudios sobre este grupo social se ha centrado en sus logros, su estatus, sus títulos o en descifrar las inscripciones de sus esculturas funerarias.
Pero detrás de sus escritos se esconden horas de posiciones incómodas que afectaron a su salud, modificó sus esqueletos y han dejado evidencias en sus cuerpos. "Nuestras investigaciones revelan que permanecer sentado, arrodillado con las piernas cruzadas durante periodos prolongados, y las tareas repetitivas relacionadas con la escritura y el ajuste de los cálamos durante sus actividades, provocaron la sobrecarga extrema de las regiones de la mandíbula, el cuello y los hombros", explica Petra Brukner Havelková, del departamento de Antropología del Museo Nacional de Praga y autora principal del último estudio publicado en la revista Scientific Reports.
El equipo checo liderado por Brukner Havelková analizó los cuerpos de 69 varones adultos enterrados en la necrópolis de Abusir entre los años 2700 y 2180 a.C., es decir, en el reino Antiguo, cuando se construyeron las pirámides. Entre ellos había 30 escribas en los que se documentaron varios trastornos degenerativos, como la osteoartritis, producido por el desgaste del cartílago en las articulaciones.
Su arduo oficio
En un mundo donde gran parte de la población era analfabeta, los escribas cargaban sobre sus hombros el peso de la administración, el cobro de impuestos, la logística militar, las ordenes y la correspondencia de las élites. Ese peso, pasó factura sobre su espalda. Tal como representan numerosas pinturas murales del Antiguo Egipto, la falta de actividad física se sumaba a que su labor les obligaba a permanecer sentados durante horas con las piernas cruzadas, la columna flexionada, la cabeza hacia delante y los brazos sin ningún apoyo. Esto es considerado factor de riesgo para el desarrollo de la enfermedad del disco intervertebral, documentado principalmente en la parte superior de la espalda en los esqueletos de escribas.
Su mandíbula también se vio sobrecargada y se documentaron restos de daños producidos por morder una y otra vez los extremos de los tallos de junco con los que formaban una suerte de pinceles con los que poder escribir mientras que la degeneración de sus pulgares derechos podía ser la señal de que pellizcaban repetidamente sus herramientas de trabajo.
Una gran parte del desgaste y los cambios óseos documentados en el estudio "podrían ser indicativos de estrés físico causado por el uso repetido del húmero y el hueso de la cadera izquierda", apuntan en la nota de prensa. Los investigadores checos también hallaron que, entre los escribas, es bastante frecuente encontrar hendiduras en las rótulas y una superficie aplanada por el peso en la parte inferior del tobillo derecho.
Según explican los autores en su artículo, conocer todas estas afecciones relacionadas con el oficio sería "útil para la identificación de la 'profesión de escriba' en los esqueletos de los individuos cuyos títulos no se han conservado". Todos estos trastornos degenerativos y demás patologías eran mucho más comunes que entre el resto de personas de "muestra" de la necrópolis.
Convertirse en escriba
Durante el Reino Antiguo eran los propios escribas los que seleccionaban a los chiquillos que debían sucederles y aprender el oficio hasta que, más tarde, el propio faraón ordenó crear una suerte de "escuelas" estatales en sus palacios para asegurarse su lealtad. Por lo general, los métodos pedagógicos de estos centros eran muy diferentes a los de la actualidad. "Me convertí en un joven a tu lado. Golpeaste mi espalda; tus enseñanzas penetraron en mi oreja", agradeció uno de los escribas a su maestro.
Parece que los estudios básicos duraban cuatro años antes de que los escribas 'rasos' se incorporasen al mundo laboral. Otros, según su habilidad, podían seguir estudiando y aprendiendo incluso otras escrituras como el cuneiforme para poder desempeñar labores diplomáticas más complejas. Por norma general, el trabajo del escriba, pese a los daños en sus huesos documentados por este último estudio, en realidad era admirada y envidiada por el grueso de la población, en su gran parte castigada por la dura vida campesina o artesana. Encargados de cobrar impuestos acompañados de soldados, algunos podían enriquecerse de manera ilícita.
Como miembros de la logística militar de los faraones, sus roces solían ser constantes con los guerreros a los que como norma general se les pagaba con 600 gramos de cereal al día. "Está despierto a cualquier hora. Alguien va siempre detrás de él como si fuera detrás de un burro (...). Está hambriento, su estómago le duele; está muerto mientras está vivo. Cuando recibe la ración de grano, tras haber sido rebajado de servicio, esta no es buena para ser molida", se burlaron unos escribas sobre el común de la tropa. Pese a la osteoartritis de sus huesos producida por sus incomodas posturas, muchos escribas conseguían llegar a ancianos, algo de lo que no podían presumir otros oficios.