Al confeccionar una lista con los reyes de la monarquía española que abdicaron, los nombres más habituales en aparecer son los de Carlos V, que exhausto y enfermo se retiró al humilde monasterio de Yuste; Felipe V, que entregó el trono su hijo adolescente y que recuperaría menos de un año después ante una mortal enfermedad contraída por el nuevo monarca; o Juan Carlos I, el último del catálogo real en entregar la corona. Ha habido más ejemplos, por supuesto, como Carlos IV, obligado por Napoleón, Isabel II, que desde Francia, ya exiliada, depositó la legitimidad dinástica en su heredero, Alfonso XII, o Amadeo de Saboya, el soberano extranjero que había sido elegido por mayoría absoluta en las Cortes.

En la historia de España y a lo largo de la Edad Media, no obstante, se encuentran también numerosos casos de abdicación. Y el primero de todos parece remontarse a las fragmentadas montañas asturianas de finales del siglo VIII.

Los sucesores de Pelayo afianzaron su dominio aprovechando las luchas internas de al-Ándalus. En tiempos de Fruela I (757-768), el incipiente reino, con epicentro en Cangas de Onís, se extendió por el interior de Galicia hasta la frontera natural del río Miño. "Frente a lo que había sido la tradición visigoda, en Asturias se instauró un principio dinástico en el acceso a l trono, aunque con rasgos propios muy acusados debido a la importancia de las mujeres en la transmisión del poder: si Alfonso I había llegado a reinar, había sido gracias a su matrimonio con Ermesinda, la hija de Pelayo", explica el medievalista Eduardo Manzano en su obra Épocas medievales (Crítica/Marcial Pons).

'Don Pelayo en Covadonga'; de Luis de Madrazo. Museo del Prado

Fruela fue uno de los tres hijos del matrimonio, pero se enfrentó y mató con sus propias manos a su hermano, cuyos seguidos se vengaron asesinándole poco después. A pesar de haber engendrado un hijo también llamado Alfonso con una cautiva de origen vascón, Fruela fue sucedido por su primo Aurelio (768-774). El siguiente rey astur fue Silo, que gobernó durante nueve años (774-783) y trasladó la sede regia al antiguo enclave romano de Flavium Avia (Pravia), casado con Adosinda, la otra hermana de Fruela.

Muerto sin descendencia, Silo había favorecido y distinguido al hijo de Fruela. Sin embargo, Mauregato, vástago de Alfonso I el Católico y una sierva, logró convencer u obligar a la viuda Adosinda para que entrara en un monasterio y se ganó el favor de amplios sectores del reino para hacerse con el trono. Gobernó cinco años (783-788), y de nuevo la sucesión tomó un giro sorprendente: Vermudo I, hermano de Aurelio y de condición clerical, se convirtió en el nuevo soberano astur.

"Tal elección en las circunstancias especiales en que se produce (tras la 'usurpación' de Mauregato y durante la probable ausencia de Alfonso, exiliado en tierras alavesas de donde era su madre Munia) podría interpretarse como una fórmula de compromiso entre facciones cortesanas que harían de Vermudo una especie de monarca de transición, elegido, quizá, con acuerdo de 'todos los magnates del reino', como declara la tardía y por tanto no muy segura Historia Silense", analiza Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar, catedrático de Historia Medieval, en la entrada dedicada a Vermudo I el Diácono en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia.

Las causas

Lo llamativo es que Vermudo apenas resistió tres años en el trono, periodo tras el cual se retiró voluntariamente dejando paso, ahora sí, al hijo de Fruela, que gobernaría como Alfonso II el Casto. Su abdicación, la primera de la historia de España, se registró en el marco de una agresiva política de expediciones militares con la que los omeyas pretendían lograr una sumisión completa de las gentes del norte peninsular. El califa Hisham II, sucesor de Abderramán I, organizó una serie de aceifas contra Álava y el reino de Asturias en los años 791, 794 y 795.

En la primera de ellas, las tropas cristianas cayeron derrotadas en un choque contra las huestes musulmanas que tuvo lugar cerca del río Burbia, en tierras bercianas. "La Crónica Albeldense parece establecer una relación de causa-efecto entre la batalla de Burbia, a la que aluden también las fuentes árabes y que silencia la Crónica de Alfonso III, y la abdicación de Vermudo, cuyas verdaderas razones nunca podrán establecerse con seguridad", apunta el asturianista Ruiz de la Peña. Los astures, además, estaban atrapados por otro poder hegemónico al norte, los carolingios, que se decantaron por ganarse a las aristocracias indígenas y garantizar sus privilegios, erigiéndose en sus defensores frente a los "sarracenos".

Isidoro Santos Lozano: 'Ramiro I, rey de Asturias'. 1852. Museo del Prado

El ciclo historiográfico elaborado bajo el reinado de Alfonso III el Magno, que era bisnieto de Vermudo, refiere que este soberano "a su sobrino Alfonso, al que Mauregato había expulsado del reino, lo hizo sucesor en el trono en el año 791, y vivió con él muchos años en el mayor afecto". 

La historia de rivalidades sucesorias no terminó ahí. Alfonso II murió en 843 sin hijos y solo tenía una hermana casada con un noble llamado Neopociano que reclamó para sí el trono. Contra él se alzó Ramiro, hijo de Vermudo I. Pese a que el primero contaba con el apoyo de los sectores más conservadores, el usurpador logró derrotarle junto al Puente Narcea con un ejército reunido en Galicia. "El vencido fue cegado y encerrado en un monasterio, acabándose con él las sucesiones justificadas por la vía femenina, e instaurándose una sucesión dinástica de padres a hijos que fue la dominante en la descendencia de este Ramiro I (843-850)", concluye Eduardo Manzano.