Al acabar de rezar, siguiendo la costumbre budista, el monje anónimo cogió un puñado de tierra de la cueva sagrada de Baishiya, situada a 3.280 metros sobre el nivel del mar en el extremo noreste de la meseta tibetana, y reparó en algo extraño que parecía una mandíbula humana parcial. El hallazgo, realizado en 1980, no parecía a priori sorprendente: la cavidad kárstica, ubicada en el condado chino de Xiahe y con un kilómetro de profundidad dentro de la ladera, había proporcionado ya muchos huesos de animales. Pero el religioso decidió llevar el fósil al sexto Buda vivo, Gung-Thang, superior de su monasterio, que lo guardó con cuidado en su casa.
Tras varias décadas en el olvido, una investigación científica reveló en 2019 que el fragmento era en realidad el primer resto de un denisovano, un enigmático linaje humano extinto que vivió en Eurasia al mismo tiempo que los neandertales, identificado fuera de la cueva de Denisova, en Altái, Siberia. Ambos yacimientos son los dos únicos lugares del mundo donde se ha podido confirmar que vivieron los individuos de esta especie.
En las excavaciones realizadas en Baishiya desde 2011 se han recuperado diversos artefactos líticos y huesos con evidencias de modificaciones por humanos, como marcas de corte. El estudio de la colección de restos de fauna ha permitido a los investigadores reconstruir las estrategias de supervivencia de los denisovanos de la meseta tibetana. Según los resultados de un artículo publicado este miércoles en la revista Nature, estos humanos fueron capaces de adaptarse a un medioambiente duro y cambiante y se alimentaron de un diverso registro de mamíferos, principalmente de cabra azul o baral, un caprino común de la zona del Himalaya. Además, se ha logrado documentar un nuevo fósil de un individuo de esta especie.
El trabajo, liderado por Frido Welker, profesor de la Universidad de Copenhague, Dongju Zhang, arqueóloga de la Universidad de Lanzhou, y Fahu Chen, climatólogo del Instituto de Investigaciones de la Meseta Tibetana, ha analizado más de 2.500 huesos procedentes de la cueva kárstica de Baishiya. El yacimiento, con una estratigrafía que evidencia una ocupación humana entre hace 190.000 y 30.000 años, se creía que había sido habitado por los denisovanos aproximadamente entre hace 160.000 y 60.000 años.
Uno de los grandes problemas del registro arqueológico del sitio es que la mayoría de restos óseos están tan fragmentados que resulta imposible identificar morfológicamente a qué especie pertenecen. El equipo de investigadores ha empleado un método de detección proteómica —es decir, el estudio de las proteínas, con el que se había confirmado que la mandíbula de Xiahe, de la que no se ha podido extraer ADN antiguo, era de un denisovano— denominado zooarqueología por espectrometría de masas, que permite identificar especies animales mediante diferencias en la secuencia de aminoácidos de la proteína colágeno.
Combinando los resultados de estos análisis moleculares con los visuales, los investigadores han podido determinar que la mayoría de los restos óseos son de cabra azul. Pero los denisovanos que habitaron esta altísima región también se alimentaron de otros animales —el yak salvaje, los extintos rinoceronte lanudo y hiena manchada, marmotas o aves— y usaron sus huesos para fabricar herramientas y sus pieles para protegerse del frío. La fauna presente en el yacimiento muestra que la región de la cueva estuvo dominada por un paisaje de pasto con algunas áreas boscosas.
"En la cueva se han encontrado grandes cantidades de restos óseos. Las diversas especies identificadas responden en parte a las preguntas de por qué los denisovanos eligieron vivir en Baishiya y en la cuenca circundante de Ganjia y cómo lograron sobrevivir allí durante decenas de miles de años", comenta Dongju Zhang. "Las evidencias que tenemos sugieren que fueron los denisovanos, y no otros grupos humanos, los que ocuparon este sitio e hicieron un uso eficiente de todos los recursos animales disponibles", añade Jian Wang, de la Universidad de Lanzhou y otro de los coautores del trabajo.
La espectrometría de masas ha permitido además identificar un nuevo fósil humano: la costilla de un hominino. Según los análisis de proteínas, pertenece también a la enigmática especie. "Dado que solo los conocemos a través de unos pocos fósiles en todo el mundo, los denisovanos siguen siendo un misterio. Por lo tanto, cada nuevo individuo que descubrimos proporciona una pieza relevante del rompecabezas de quiénes eran, dónde vivían y cuándo", señala Zandra Fagernäs, arqueogenetista de la Universidad de Copenhague. El nivel en el que se halló este hueso se ha fechado entre hace 48.000 y 32.000 años, lo que implicaría que los denisovanos todavía vivían cuando el Homo sapiens comenzaba a dispersarse por todo el continente euroasiático.
Los resultados del estudio apuntan a un escenario en el que los denisovanos habitaron la cueva de Baishiya casi hasta finales del Pleistoceno. "Estuvieron allí durante dos edades de hielo muy frías, pero también durante un periodo interglaciar más cálido", explica Frido Welker. "En conjunto, las evidencias fósiles y moleculares indican que la cuenca de Ganjia proporcionó un hábitat relativamente estable para los denisovanos a pesar de su altitud. Ahora surge la pregunta de cuándo y por qué se extinguió esta especie en la meseta tibetana".