Don Pedro de Toledo, virrey de Nápoles al servicio de Carlos V, comentó jocosamente en una ocasión que "si tenía que esperar a la muerte, esperaba que llegara por carta desde España, porque así no llegaría nunca". Aun tratándose de una exageración, reflejaba la tiranía de la distancia que dificultaba las comunicaciones en el siglo XVI, sobre todo para unos territorios tan vastos como los que controlaba la Monarquía Hispánica. Como aseguró el historiador Fernand Braudel, el primero en estudiar este problema, "la distancia era el enemigo público número uno".
Hay muchos más testimonios contemporáneos que ratifican el arduo trayecto de los mensajes para alcanzar a su destinatario. En 1525, desde Basilea, Erasmo de Róterdam lamentaba con fastidio que había escrito al secretario imperial Jean Lallemand en España que "si la carta le llegó alguna vez o no, es algo que a estas alturas todavía no he podido averiguar. ¡Nos separan tantas montañas, llanuras y mares, que parece que viváis en un mundo diferente!".
Pero lo cierto es que el emperador y sus ministros tuvieron acceso a "una red de correos de una extensión y complejidad sin precedentes", según explica el hispanista Geoffrey Parker en su biografía sobre Carlos V (Planeta). El embrión del servicio postal lo había puesto una familia notable del norte de Italia, cerca de Bérgamo, los Tasso, que desde la década de 1490 había sido empleada por el gobierno de Flandes para el transporte de cartas. Algunos miembros del enriquecido clan se habían establecido en los Países Bajos, donde su apellido se escribía Tassis, y otros en Alemania, donde eran conocidos como los Taxis.
A Francisco, el fundador de la organización, nombrado "correo mayor", le encargaron los reyes Felipe el Hermoso y Juana I de Castilla la organización de una red de puestos que, mediante 35 hombres, enlazaban Bruselas con la frontera española. El emperador Maximiliano I de Austria firmó en 1506 un contrato con la empresa de los Taxis para crear 15 conexiones que comunicarían Augsburgo con la actual capital belga. Pero fue su nieto el que impulsaría el perfeccionamiento del sistema.
Cuando subió al trono de España, en 1516, Carlos V confirmó a Taxis y a sus socios comerciales como jefes de correos para todos los territorios que gobernaba —a la muerte de Francisco los derechos empresariales fueron heredados por los hijos de su hermano Ruggero—. El acuerdo establecía unos plazos estandarizados de entrega para las cartas que viajaban hasta las principales ciudades de Alemania, Italia y España (12 días entre Bruselas y Toledo en verano y 14 en invierno, por ejemplo). "Llegada la década de 1530, los miembros de la familia Taxis dirigían los puestos de correos de Innsbruck, Augsburgo, Bruselas, Roma y España; y Raimundo de Taxis [el primer miembro de la familia que se estableció en España] viajaba a menudo con Carlos para garantizar un servicio eficaz dondequiera que se encontrara", expone Parker.
Los resultados fueron prácticamente inmediatos: en 1519, la noticia de su elección como "rey de romanos" en Fráncfort, le llegó al emperador estando en Barcelona, a más 1.300 kilómetros y en solo 17 días, "por medio de rápidos correos que vuela en velocísimos caballos". Tres años más tarde los mensajeros cubrieron los 1.500 kilómetros que separaban Roma de Bruselas en 12 días para anunciar el nombramiento de Adriano de Utrecht como papa. En 1545, una misiva mandada desde la Ciudad Eterna se presentó ante él en Worms, a 1.320 kilómetros, en menos de seis jornadas.
"Estas eran hazañas verdaderamente extraordinarias que sitúan la velocidad media en 76 y 125 kilómetros al día a principios del reinado, llegando más tarde a alcanzarse los 220 kilómetros", analiza el historiador británico. "Como comentó Giovanni Ugolini, a principios de la era moderna nada viajaba más rápido que las cartas". Pero a pesar de todo, había factores que hacían imprevisible algunos envíos y demoraban y dificultaban la toma de decisiones: las misivas intercambiadas entre Carlos V y su hermano Fernando en 1520 tardaban un promedio de 40 días en llegar, pero algunas lo hacían en menos de un mes y otras en más de dos.
El emperador no se enteró hasta 51 días después de las noticias que le enviaba su hermano, ya con un mes de retraso acumulado, sobre la catastrófica derrota del ejército del reino de Hungría en la batalla de Mohács, exterminado por las tropas otomanas de Solimán el Magnífico. El escenario se dificultaba aún más si había que comunicarse con los dominios de la otra orilla del Atlántico, cuyo correo estaba concedido desde 1514 al cronista Lorenzo Galíndez de Carvajal: las cartas escritas en México rara vez llegaban a la corte en menos de tres meses y las de Perú a menudo tardaban más del doble.
El monopolio de postas de los Taxis, que a partir de 1597 pasó a llamarse en Alemania Reichspost, les brindó riqueza y nobleza. Algunos acabaron siendo príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que otros como Juan Bautista llegó a ser uno de los más serviciales consejeros de Felipe II y embajador en Francia. En 1518, la reina Juana y su hijo Carlos habían resuelto que "por hazer bien y merced a [...] Juan Bautista de Tasis, y Mafeo de Tasis, y Simon de Tasis [los hermanos] es nuestra merced, y voluntad, de os hazer naturales de nuestros Reynos y señorios, y queremos y mandamos que seais tenidos por tales [...] y es nuestra merced, y voluntad que ahora, e de aquí adelante en todas nuestras tierras seais nuestros Maestros de Hostes y postas". La historia de éxito de un sistema que revolucionó las comunicaciones.