El feroz truco psicológico del Cid para conquistar "la ciudad de oro" y convertirse en leyenda
Rodrigo Díaz de Vivar pasó la última etapa de su vida luchando alrededor de Valencia. La región era un avispero geopolítico azotado por la guerra.
10 julio, 2024 09:09A finales del siglo XI la ciudad andalusí de Balansiya (Valencia) atraía todas las miradas de señores, nobles, condes, duques, reyes y emires. Era una de las ciudades más ricas y pobladas de al-Ándalus, pero estaba dirigida por líderes corruptos y débiles. A tres millas árabes de la costa, su puerto sobre el navegable río Turia rebosaba de vida y ajetreo. Los condes catalanes la conocían como "la ciudad de oro" porque decían que atraía aquel metal. Su entorno, ricas vegas hoy convertidas en ramblas, estaba repleto de pequeñas y productivas explotaciones agrícolas que quedaron devastadas por la guerra.
Todo el mundo en la vieja Hispania buscó hacerse con la zona, entre ellos el Cid Campeador, poderoso mercenario y señor de la guerra. Al final lo logró tras un brutal asedio entre 1093 y 1094. Arrasó sus arrabales e, incapaz de tomarla al asalto, utilizó el miedo y el terror en una cruel guerra psicológica hasta que la ciudad le abrió sus puertas. Más tarde la defendería incansable ante los furiosos tambores almorávides, hasta que el 10 de julio de 1099, hace 925 años, murió tras sus murallas y pasó a convertirse en leyenda.
La conquista de Valencia, el broche de oro a la estratosférica carrera de aquel buen vasallo que no tuvo un buen señor, comenzó a rondar su cabeza tras su segundo destierro decretado a finales de 1088 por Alfonso VI de León, Imperator totius Hispaniae. Esta vez el burgalés renunció a emplearse como mercenario y alquilar su espada al mejor postor, como había hecho en el pasado. En su lugar creó un protectorado en Levante y allí se revolvió durante años como gato panza arriba aliado de los reyezuelos locales.
Avispero oriental
Bajo la sombra de los pinos de Tévar, el Cid masacró en junio de 1090 a un ejército de la taifa de Denia y del condado de Barcelona. Capturó 5.000 guerreros, incluido al propio conde Berenguer Ramón II "el Fratricida". No era la primera vez que lo apresaba. El soberano tuvo que echar mano de su faltriquera y apoquinar 80.000 monedas de oro al castellano. Quizá maldijo el día en que rechazó a aquel gran guerrero apodado "el Campeador" que se presentó tras su primer destierro a la ciudad condal.
Aquel descalabro envalentonó a la corona de Aragón, que buscó expandirse sobre la vieja taifa de Zaragoza. El rey de Aragón y Pamplona, Sancho Ramirez, envió a su hijo Pedro al Mediterráneo, donde colaboró con el Cid. Hablaba árabe con fluidez, lengua en la que acostumbraba firmar sus documentos en exquisita letra cúfica. Aquel pacto enfureció a Alfonso VI, conquistador de Toledo, que se sentía desplazado del Levante ante la autonomía de su maltratado vasallo y la injerencia del resto de monarcas y señores.
Cegado por la rabia, en 1092 armó un poderoso ejército en sus dominios y marchó hacia el Mediterráneo. Algunas versiones afirman que lo hizo para aplastar a Díaz de Vivar, quien ya se creía el dueño del Levante islámico; otras rezan que pretendía arrebatarle Valencia ante sus narices. El Imperator, a pesar de cercar "la ciudad de oro" con ayuda de 400 naves genovesas y pisanas, dio media vuelta sin consolidar el sitio. Hoy se desconoce por qué lo hizo. Su vasallo, para evitar cualquier roce, se alejó del avispero oriental y se dedicó a arrasar La Rioja aprovechando el pacto que aún mantenía con Al Mutamin II, rey de Zaragoza.
Aprovechando su ausencia, los notables de Valencia asesinaron a su débil rey, al-Qadir. Antes que depender de guerreros cristianos preferían entregar la ciudad, sus riquezas y su territorio al Imperio almorávide y a su emir Yusuf ibn Tasufín. Ante el caos político, el nuevo régulo, títere del emir, resultó incapaz de sobreponerse y el Cid no lo pensó dos veces.
Señor de Valencia
El guerrero movilizó sus huestes y rodeó la ciudad. Comenzó a buscar partidarios en una plaza presa del pánico hasta que en julio de 1093 la sometió a un feroz asedio. A punta de espada exigió a los caídes cercanos que le entregasen todo el grano que tenían para que el hambre atormentase a la urbe del Turia.
Dispuesto a incrementar la presión, arrasó los arrabales y controló todos los accesos de la ciudad. Todo aquel que intentase escapar del cerco moría ensartado por las ansiosas lanzas de las mesnadas del Cid o degollado por sus espadas. Casi año y medio duró el tormento. El miedo cobró vida y anidó en el corazón de sus habitantes que, sin ayuda del condado Barcelona ni de los almorávides ni la taifa de Zaragoza, se rindieron el 15 de junio de 1094.
"El factor psicológico se hallaba detrás de estas acciones; asumía que el sufrimiento de la ciudad era la principal arma que tenía para que los ulemas y notables exigieran su rendición a quienes estaban al mando", explica Darío Español Solana, doctor en Historia Medieval y profesor en la Universidad de Zaragoza, en su obra Yihad y Reconqusita (Desperta Ferro).
Su figuraba provocaba terror, al igual que su fama de imbatible. Tras entrar en la ciudad, se mostró compasivo y conciliador. En la recta final de su vida, aliado con el rey Pedro I de Aragón y Pamplona, desbarató los ejércitos del emir almorávide hasta en tres ocasiones. Su hijo no pudo seguir sus pasos y murió peleando como un león bajo las murallas de Consuegra el infame verano de 1097.
Se cree que aquel buen vasallo desterrado por Alfonso VI murió por causas naturales el 10 de julio de 1099. Tenía cerca de 50 años. Según la leyenda, sus hombres lo subieron a su caballo y su sola figura espantó y horrorizó una vez más a un nuevo ejército del almorávide Yusuf que asediaba su ciudad una vez más. En aquella carga de ultratumba que jamás ocurrió, el guerrero castellano se perdió definitivamente entre el mito y la historia arropado por el tronar de los tambores de guerra del emir.