Al término de la batalla de Manila, a principios de marzo de 1945, el aspecto de la capital de Filipinas era desolador. A los esqueletos de los edificios destripados por las bombas se sumaba una tragedia mucho mayor: decenas de miles de cadáveres de civiles tirados por las calles, resultado de la escalofriante política de asesinatos de las derrotadas tropas de Japón. El consulado de España en la ciudad también fue arrasado en aquellos días de barbarie, y allí perdieron la vida casi setenta personas de diferentes nacionalidades. La matanza indiscriminada fue el definitivo punto de ruptura del régimen de Franco con su antiguo aliado, el país del Sol Naciente.

Ese mismo mes, José Félix de Lequerica, el ministro de Asuntos Exteriores, le hizo una confesión al agregado militar británico en Madrid, Windam W. Torr, durante una cena informal: "Parece como si fuéramos a declarar la guerra a Japón". Para entonces era evidente que Hitler y sus aliados iban a ser los derrotados de la II Guerra Mundial, pero el extranjero preguntó por los motivos de semejante salto. "Bueno, Franco siempre ha odiado a los japoneses", le dijo el político español.

La hipotética declaración de guerra a Japón buscaba de forma oportuna congraciarse con los Aliados. El régimen franquista los tanteó indirectamente al respecto, pero estos reaccionaron con sarcasmo y subrayando que eso era problema de España. Desde el Vaticano también se frenaron los impulsos belicistas pues podían poner en riesgo la labor de los misioneros que operaban en suelo nipón.

Vista aérea de la ciudad de Manila tras los combates de 1945. Wikimedia Commons

Y fue en este contexto cuando se cultivaron las bases de un proyecto rocambolesco, una non nata idea que consistía en enviar una nueva División Azul a Filipinas para luchar contra los japoneses al lado del Ejército estadounidense del general MacArthur. Los historiadores apenas han encontrado documentos al respecto, pero sí se recogieron algunas pinceladas en obras escritas por los protagonistas o personajes contemporáneos.

El germen de la operación cabe atribuírselo a José Luis Arrese, entonces ministro secretario nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. En su Report from Spain, el periodista Emmet John Hughes consignó que así se lo trasladó el consejero de Franco a un funcionario de la embajada estadounidense. Lo cierto es que Arrese rectificaría su presunto liderazgo en su libro Capitalismo, Comunismo, Cristianismo. En este libro asegura que le pidió al ministro de Asuntos Exteriores que gestionara el envío de una División Azul contra Japón, "que también amenazaba el cristianismo". Según el relato de su viaje a la Alemania nazi a principios de 1943, afirmó haber aleccionado en persona a Hitler o al ministro de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentrop sobre la necesidad de la lucha anticomunista.

Según explica el catedrático Florentino Rodao, uno de los mayores expertos en las relaciones hispano-japonesas durante la II Guerra Mundial, en un informe de la OSS (el servicio de inteligencia que precedió a la CIA) se recogió que España había pensado en mandar dos divisiones de voluntarios a Filipinas dirigidas por Agustín Muñoz Grandes, capitán general de la División Azul que combatió en el frente oriental a los soviéticos, y Antonio Aranda.

Existe otra versión del plan esbozada por José María Doussinague, que ejercía como director general de Política Exterior del Ministerio de Asuntos Exteriores. En su obra España tenía razón (1949), refirió el proyecto de enviar "una división de la escuadra española a aguas del Pacífico, siguiendo la línea que España marcó desde la entrada del Japón en la guerra, de considerar que en aquellas regiones existía una profunda solidaridad entre nosotros y los aliados angloamericanos en defensa de la cultura cristiana".

Del amor al odio (interesado)

El contraste entre estas palabras de los funcionarios franquistas y la actitud pro-Eje del régimen hasta bien avanzado 1943 resulta "flagrante", a juicio de Joan Maria Thomàs, especialista en la historia del falangismo y de la dictadura. Se había pasado de la admiración a las hostilidades, refrendadas oficialmente a mediados de abril de 1945 con la ruptura de relaciones diplomáticas como consecuencia de la masacre nipona de españoles en Manila.

Desde el estallido de la guerra sino-japonesa en el verano de 1937, la España de Franco y Japón se aliaron en la lucha contra el comunismo y compartieron una evolución política bastante paralela. Pero mientras la débil dictadura española peninsular sobre si entrar o no en la II Guerra Mundial, el país del Sol Naciente se metió de lleno en la contienda con el ataque a la base estadounidense de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. A través de una red de espionaje creada en Estados Unidos por Ángel Alcázar de Velasco, un indiscreto charlatán, extorero y mujeriego falangista, el régimen español empezó a pasar información a su aliado del otro extremo del mundo.

Las fricciones comenzaron a aflorar en 1943 tras la conquista japonesa de Filipinas y con el viraje en la política exterior de la dictadura franquista manifestada en el cambio de Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, por el conde de Jordana. Ese verano el caudillo difundió su famosa y equilibrista tesis de las tres guerras simultáneas: la del Eje contra la URSS, en la que España era favorable a los primeros; la del Eje contra los Aliados, en la que era neutral; y la del Pacífico, donde aseguró que era necesario derrotar a los japoneses porque eran unos bárbaros.

Miembros de la División Azul, durante una instrucción en 1942 en la Unión Soviética. Biblioteca Virtual de Defensa

Uno de los momentos de mayor tensión con Estados Unidos se registró a raíz del llamado "Telegrama Laurel", un mensaje de felicitación que el Gobierno franquista envió al nuevo presidente del régimen colaboracionista de los japoneses en Filipinas, José Paciano Laurel. Un patinazo que los americanos aprovecharon para hacer más presión sobre el régimen español exigiendo que dejara de enviar el codiciado wolframio al Tercer Reich y tratando de avivar su supuesta enemistad con Japón.

"Esta deriva antijaponesa arreció con la llegada de Lequerica a Exteriores en agosto de 1944", relata Florentino Rodao, autor de Franco y el Imperio japonés (Plaza & Janés). "Por entonces, Franco y su Gobierno ya pensaban en cómo sobrevivir tras la derrota del Eje y jugaron la baza antinipona, como quedó reflejado en tres notas seguidas de la Delegación Nacional de Prensa. Sus títulos eran claros: 'Orden sobre el criterio abiertamente favorable a los Estados Unidos en la guerra contra el Japón' o 'Contra la política japonesa de signo anticristiano y antioccidental'. Madrid ya no se avergonzaba de la difícil relación con Japón, como había ocurrido con Jordana, sino que la aireaba para ganar puntos ante los futuros vencedores de la guerra".

Pero al final, las amenazas bélicas y los exagerados proyectos como el de enviar una nueva División Azul no fueron más que una muestra del equilibrismo y los bandazos diplomáticos del régimen franquista, preocupado por encajar en el nuevo orden internacional nacido a raíz de la contienda mundial.