Entre las murallas de la ciudad de Zamora, dirigida por la infanta Urraca, la guarnición leonesa se aburría. Llevaban meses bajo asedio por una hueste castellana liderada por el rey Sancho II apodado "el Fuerte", hermano de la infanta. Ni unos tenían fuerza para conquistarla al asalto ni otros podían dispersar al enemigo. Pero el domingo 7 de octubre de 1072, tras más de 6 meses de aburrida y lenta operación, la paz alcanzó a los dos reinos después de un trágico y ridículo regicidio. 

Vellido, caballero leonés y alférez real al servicio del castellano, informó a Sancho que conocía cómo rendir la ciudad y poner en cintura a su hermana rebelde. En un lugar de la muralla había un olvidado portillo que nunca se cerraba, pero debía enseñárselo a solas y de noche para pasar desapercibidos ante los defensores. Para dar seguridad al monarca, el caballero acudió desarmado a la cita mientras que el rey fue con parte de su armadura y una lanza dorada. Entre las sombras de la noche vislumbraron la portilla y, según la Cróncia Najerense, Sancho apenas pudo contener su júbilo.

La emoción le pudo y retorció sus tripas y buscó un lugar oculto junto al Duero para "facer aquello que la natura pide et que le omne escusar non puede". En ese momento de debilidad, confiado, con las calzas bajadas y lejos de sus armas, el caballero atravesó al rey de lado a lado y huyó hacia Zamora. Era un espía que llevaba meses intentando acabar con el enemigo de su señora y la llamada de la naturaleza le brindó aquella oportunidad. 

Urraca, señora de Zamora. Ilustración de 1884. Wikimedia Commons

La ira del Cid

La verdad se ha perdido en cantares de gesta y viejas crónicas que se contradicen según sean proleonesas o procastellanas. También depende de cómo se mire. La portilla por la que huyó a Zamora el regicida se puede llamar tanto como "la de la Traición"  como la de "la Lealtad". En realidad, el tal Vellido era un caballero que debía obediencia a Urraca y que, por incitación de su señora o por cuenta propia, fingió desertar al campo castellano. 

Jura de Alfonso VI en Santa Gadea según el pincel de Marcos Hiráldez Acosta en 1864. Se trata de un episodio ahistórico. Senado de España

Según la misma crónica, tras ser ensartado el rey aún tuvo tiempo de dar alaridos, denunciando a su asesino y lamentando su muerte por sus pecados y los de sus hermanos. Uno de ellos, Alfonso, logró escapar de su exilio en el reino taifa de Toledo y recoger su corona, la de León, y la de su hermano fallecido. Ciertos cantares y legajos insinúan que la conspiración fue tramada por este y su hermana Urraca. Algunas histriónicas campañas de propaganda y desprestigio insinuaron que mantenían un romance incestuoso

Una herencia disputada

Siete años antes, un poderoso rey de León, Fernando I "el Magno", moría y desgajaba sus dominos entre sus hijos. Al furibundo primogénito, Sancho II, le tocó Castilla. No era una porción escasa: además de tener los derechos sobre las parias [impuestos] de la taifa de Zaragoza y los derechos sucesorios sobre Navarra, sus dominios se extendían desde el mar Cantábrico hasta el Duero. Al pequeño García le dio el reino de Galicia y el condado de Portugal, pero la mejor parte había ido a su hermano Alfonso, a quien le tocó en gracia el título de emperador, las parias de Toledo y el reino de León.

Panteón de los reyes de San Isidoro de León, lugar de sepultura de Fernando I "el magno". Wikimedia Commons

No era justo, rumiaba el soberano castellano para sus adentros. Él quería la tarta entera, pero para no entristecer a su madre, la viuda Sancha, esperó a que la muerte la reclamase a su lado, cosa que sucedió en 1067. No acababan de enterrar a su madre cuando el monarca castellano ofreció a su hermano una ordalía y que el Señor del Cielo y la Tierra decidiera quién tenía razón. Sus ejércitos se descuartizaron como bestias en la llanura de la Llantada junto al río Pisuerga, donde un joven Rodrigo Díaz de Vivar se destacó a espadazos contra leoneses. Dios o el diablo dio la victoria a Sancho, pero Alfonso no cumplió lo pactado ni entregó su reino. 

En su lugar decidieron repartirse el reino de su otro hermano García al que encerraron en Burgos y dejaron exiliarse en la corte de la taifa de Sevilla. "Como era previsible, Sancho y Alfonso no se pusieron de acuerdo sobre la posesión del reino gallego y acabaron enfrentándose", explica Manuel García Parody, catedrático de Geografía e Historia y autor de Muertes regias (Almuzara). Al final, el monarca leonés fue capturado en la batalla de la Golpejera, ocurrida en enero de 1072 y donde El Cid volvió a destacar como portaestandarte. 

Alfonso consiguió huir a Toledo donde vivió en el exilio mientras su reino era capturado por Sancho II, que por fin había cumplido su sueño de recuperar los dominos de su padre. Solo Zamora, dirigida por su hermana Urraca, se negaba a obedecerle y por eso estaba allí el domingo del 7 de octubre de 1072, cuando una fría lanza le sorprendió con las calzas por las rodillas.