En marzo de 1602, Jerónimo de Ayanz y Beaumont, inventor de origen navarro y descrito como un hombre alto, duro y con bozarrón, recibió en su laboratorio pucelano al matemático enviado por el Consejo Real con una amplia sonrisa. El navarro, administrador general de minas del reino, no olvidó enseñarle una estancia con un búcaro del que salía aire fresco. Bajo la sala, un ayudante manejaba las válvulas de una mole de cobre llamada "esfera de fuego" que expulsaba vapor hacia una tubería que recorría la estancia, atravesaba un pozo con nieve y regresaba a la habitación. 

Juan de Acuña, miembro del Consejo Real de su Majestad y de la Cámara, leyó en el informe remitido por el matemático que "todas las invenciones son muy ingeniosas y muy dignas [de] que su majestad las estime en mucho [así como] la persona de este caballero, pues concurren en ellas tantas partes de admiración". Ayanz, conocido en la corte por su valor en combate (el mismo Lope de Vega combatió con él en los Tercios) y que había servido como paje de Felipe II, estaba obsesionado con la ciencia y la tecnología.

"En una inspección minera [Ayanz] estuvo a punto de morir por los gases tóxicos desprendidos, lo que le llevó a idear sistemas para poder respirar en aire viciado. Concibió también la forma de beneficiar la plata de las ricas minas del Potosí en América y de poder desaguar las profundas galerías subterráneas, incluso con el empleo de máquinas de vapor de las que fue el primer inventor, un siglo antes que las del inglés [Thomas] Savery", explica Nicolás García Tapia, catedrático de Mecánica de Fluidos en la Escuela Universitaria Politécnica de Valladolid y autor de la biografía del navarro en la Real Academia de la Historia. No tardó en presentar uno de sus mejores inventos ante el mismo Felipe III

Ilustración de "la esfera de fuego" realizada por el propio Ayanz. Biblioteca Nacional Española

El buzo del Pisuerga

En el informe que remitieron a De Acuña decía además que era capaz de meter "a un hombre debajo del agua que esté espacio de tiempo para sacar perlas o lo que se pierde en navíos u otras cosas". En agosto de ese mismo año, una riada de curiosos pucelanos se presentó a orillas del Pisuerga para ver el experimento. Valladolid, capital desde 1601, quedó casi desierta.

Con el sonido de las cigarras, Felipe III empezó a aburrirse. Una de sus perlas favoritas, la Peregrina, había sido "pescada" a pulmón en el archipiélago de las Perlas. Si aquel ingenioso traje de buceo funcionaba, pensaba el monarca bajo el seco calor castellano, sería muy útil a la hora de buscar riquezas en las islas tropicales de sus dominios americanos.

Felipe III, a caballo según el pincel de Velázquez en 1635. En su sombrero puede verse "la Peregrina". Museo del Prado

Abstraído, a su alrededor algunos murmuraron que el buzo, vestido con un traje muy ajustado, quizá se había ahogado. Desde una barca en medio del río, un paje sudaba furiosamente. Llevaba una hora empujando un fuelle que daba aire al submarinista a través de un novedoso sistema de conductos que le permitían respirar. 

El rey, ordenó que el valiente regresase a la superficie "y aunque respondió debajo del agua que no quería salir tan presto, porque se hallaba bien, tornó su Majestad a mandarle que saliese", relató el propio Ayanz. Nunca antes alguien había aguantado tanto tiempo buceando y su ingenio, para regocijo del "Rey Piadoso", se utilizó años después en el Caribe. 

Grabado de Valladolid en el siglo XVII. Wikimedia Commons

Fuerza descomunal

La faceta más conocida del genio nacido en Guenduláin en el año del señor de 1553 es sin duda la de sus inventos: balanzas de precisión capaces de registrar el peso de "la pierna de una mosca", métodos para purificar cobre, una bomba de achique para buques capaz de desaguar aún en feroces tormentas y crueles combates navales, hornos, sifones... y así hasta alcanzar más de 50 privilegios de invención (como se conocía a las patentes).

De forma inexplicable estas patentes y legajos, hoy conservados en el Archivo de Simancas, tras su muerte en Madrid en 1613 quedaron en el olvido. En pleno Siglo de Oro, sus contemporáneos quedaron asombrados por su gran fuerza. Disfrutaba de alancear toros en corridas; decían que era capaz de partir enteras barajas de naipes y de romper platos de plata con un dedo. 

Retrato de Jerónimo de Ayanz según Eulogia Merle. Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología

"Flandes te diga, en campo, en muro, en villas, /cuál español tan alta fama alcanza./ Luchar con él es vana confianza;/ que hará de tu guadaña lechuguillas", escribió como epitafio el Fénix de los Ingenios, con quién combatió en 1581 contra galos y lusos, en la conquista de las Islas Azores.

Aquella vez en medio del Atlántico no fue su bautismo de fuego. Su padre, Carlos de Ayanz, montero real, ya había combatido en la gloriosa jornada de San Quintín y la milicia le venía en los genes. Además, al ser el menor de sus hermanos y no heredar el señorío, no le quedaba otra.

Un cantante en los Tercios

Luchó bajo el sol de África contra el turco y los berberiscos en La Goleta, en la ciudad gallega de A Coruña peleó contra ingleses y en las fangosas trincheras de Flandes contra rebeldes protestantes. Allí, en 1576, tajado por todas partes como un toro, quedó brutalmente herido en el asedio de Zierikzee

Tras su paso por la guerra casó con Luisa Dávalos, de una influyente familia murciana, con la que tuvo cuatro hijos que murieron de forma temprana. Conocido en la corte fue nombrado caballero de Calatrava, comendador de la misma Orden y se le dio el cargo de regidor de la ciudad de Murcia donde impulsó la construcción de castillos y fortalezas.

Mapa del asedio Zierikzee durante el asedio español de 1575. Wikimedia Commons

Sin embargo, también contó con una faceta artística. "Tenía este caballero una poderosa voz de bajo y a más de un cantor excelente, fue compositor de mucho numen", opinaban sus contemporáneos. 

Entrado el siglo XVII, propuso a Francisco de Rojas y Sandoval, el corrupto duque de Lerma, la creación de una Gran Academia de Bellas y Museo de Bellas Artes en Valladolid que debía ser muy similar a la Galería de los Oficios de Florencia. Como apunta García Tapia, llegó a regalar al marqués un Ecce Homo pintado por él mismo y destinado a ser colgado en el oratorio del palacio.

Es el único cuadro religioso que se le conoce. Aún no ha podido ser encontrado y, si el tiempo ha perdonado, quizá permanezca oculto en alguna iglesia, propiedad nobiliar o en algún polvoriento archivo como tantos inventos del navarro que poco a poco parece resurgir del olvido.