Como buen marinero, Tomás Olleros Mansilla hablaba varios idiomas. Además de lenguas europeas, en una de sus múltiples estancias en Manila, la joya asiática del hasta entonces Imperio español, escribió un libro de gramática bisayo-cebuana. En 1886, llevaba más de media vida jugándose la piel. Quemado por el sol y la sal de las costas de África, América, Europa y, tras conquistar el remoto archipiélago de Tawi-Tawi en Asia, fue enviado a un tranquilo despacho en Madrid.
Colgó el sable de abordaje, que tantas veces empuñó, y cambió las movedizas cubiertas de las naves donde luchó contra piratas y carlistas por los intrincados pasillos, papeles y anodinas oficinas del Ministerio de Marina donde se emboscaban agrios funcionarios. Como recuerdo de sus mares lejanos solía pasear por la capital acompañado de una mona que llevaba atada con collar y que causó furor y espanto en el barrio de Salamanca.
Su carisma y conocimiento de culturas y lenguas exóticas le hizo el hombre indicado para recibir al príncipe Arisugawa Takehito de visita en Europa y llegado de aquel Japón que se despedía de los samuráis. Ascendido a capitán de navío, una pulmonía se lo llevó de este mundo en 1890, cuando tenía 52 años. Superviviente de las furias del océano, enfermedades tropicales y acostumbrado al calor del combate en primera línea, el último conquistador de un imperio que agonizaba no resistió al frío y solitario invierno de la Villa y Corte.
La última conquista
Desplegado en 1879 en el apostadero de Cavite en las islas Filipinas, no tuvo mucho tiempo de frecuentar los perfumados casinos de Manila. Participó en misiones diplomáticas en Japón, Corea y China y pronto escuchó hablar de los feroces 'moros' de aquellas latitudes con los que se vería cara a cara en más de una ocasión.
En el denso mosaico de etnias, lenguas y tribus filipinas, tan enredado como sus selvas, destacaban los indómitos cazadores de esclavos y contrabandistas de los sultanatos de las islas de Mindanao y Joló.
Cuando los primeros españoles llegaron al infinito archipiélago en el siglo XVI ya eran conocidos por sus razias: "todo lo asolaron; hicieron gran presa de oro, plata, mujeres y niños; mataron muchos hombres; sacrílegamente profanaron la iglesia, vasos y vestiduras, y cautivaron al señor canónigo", mencionó una crónica sobre uno de tantos saqueos que protagonizaron.
La Armada solo pudo castigar sus guaridas a mediados del siglo XIX gracias a los buques de vapor. A su llegada a Manila aún se reunían en Tawi-Tawi, un lejano conglomerado de islas junto a Borneo cuyo nombre derivaba del malayo "lejos" y que la Capitanía General llevaba tiempo planeando conquistar.
"Olleros sería el encargado de comandar la expedición, iniciada a finales de enero de 1882, para conquistar Tawi-Tawi, un archipiélago, situado entre Joló y Borneo, con 'más de cuarenta islas, de las cuales una es bastante grande, catorce regulares, y las demás pequeñas'. Para ello, contaría con una corbeta, un cañonero y tropas de infantería de marina", explica el investigador Francisco Javier Suárez de Vega en un artículo publicado en la web de la editorial Desperta Ferro.
Tras varias semanas de salvajes combates navales, abordajes, emboscadas y lentas negociaciones, consiguió asegurar sus reductos y construyó fortines. La bandera española logró ondear en el archipiélago que se convirtió en la última conquista del Imperio que naufragaría vapuleado por los EEUU poco después.
En las aguas del Nervión
De niño, a la sombra de las montañas salmantinas de su Béjar natal, decían que le encantaba leer historietas de piratas y filibusteros. Sus metas estaban tras las cumbres nevadas de su tierra. Se alistó en la Armada y sentó plaza en el Colegio Naval Militar de San Fernando el 22 de julio de 1852. Curtido por la disciplina, durante su formación quedaría embrujado por los puertos de La Habana, Veracruz, Río de Janeiro, Buenos Aires sin olvidar la africana isla de Fernando Poo, frente a las costas de un país que más tarde conquistaría un huérfano vasco que lo perdió todo en la profundidad de sus junglas.
Olleros Mansilla suele ser descrito como una persona delgada, morena y seria aunque con destellos de buen humor. Una leyenda afirma que en una travesía se hizo sacar una muela cariada en medio del océano. El barbero se confundió y le extrajo un diente sano. Con la encía en carne viva, le hizo volver a colocarlo en su sitio y sacarle la pieza infectada. Dicha anécdota casa bien con la flema que demostró como oficial en diciembre de 1873 resistiendo hasta el último cartucho en la ría del Nervión.
En plena Tercera Guerra Carlista, el ejército absolutista se lanzó una vez más sobre Bilbao. Olleros, tras una temporada en la Armada de Cuba fue desplegado en el Cantábrico y puesto al mando de una pequeña goleta de hélice amarrada en el malecón de Portugalete. Tiro a tiro y cañonazo a cañonazo se batió en combate artillero con las baterías de tierra y las trincheras enemigas.
En más de una ocasión se deslizó sigiloso sobre ellas junto a sus hombres en olvidados y brutales golpes de mano a tiro de revólver y golpe de sable. En enero, con la goleta repleta de muertos y heridos; agujerada y haciendo agua por todas partes, tuvo que abandonar la ría por miedo a irse a pique. Todo ello bajo un huracán de plomo disparado por los de la boina roja a menos de 200 metros.
Ganó la Cruz de San Fernando por su valor, una de tantas medallas que reuniría a lo largo de su vida aunque, poco después de su retirada, cayó Portugalete. El resto de aquella guerra, en la que por última vez un rey de España participó en combate, la pasó sobre un buque antes de ser enviado a los lejanos mares que tras su muerte inspirarían al Sandokán de Emilio Salgari y donde conoció a los piratas sobre los que tanto había leído de niño.