La desesperada guerra total del Ejército español para salvar Melilla tras el desastre de Annual
Desde el 22 de julio hasta el 10 de octubre de 1921 los rifeños de Abd el Krim asediaron la aterrorizada ciudad española.
14 agosto, 2024 01:42Tras un agónico viacrucis que duraba una semana, lo que quedaba del Ejército español desplegado en Annual atinó a ver Monte Arruit entre espejismos producidos por la sed y el calor. Era el 29 de julio de 1921. La disciplina mantenida a duras penas se evaporó como hace días había hecho el agua de sus cantimploras. El caos y la desmoralización fueron totales. Algunos camilleros abandonaron a los heridos. Envueltos en vendajes quedaron convertidos en momias resecas bajo el sol de África.
El último kilómetro hasta Monte Arruit quedó sembrado de cadáveres en una nueva desbandada bajo el fuego enemigo. El general Felipe Navarro telegrafió a Melilla: "Creo que ya no me será posible seguir retirándome". Allí algunos le daban por muerto y les sorprendió que aún quedase alguien con vida. A poco más de 37 kilómetros de Monte Arruit, la ciudad llevaba días con el alma en vilo.
Allí nadie dormía desde el día 22, cuando llegaron los primeros desencajados supervivientes del desastre. Ese mismo día un enajenado interrumpió la misa de la iglesia de la Purísima Concepción al grito: "¡Qué vienen los moros!". El miedo engullía a la ciudad española bañada por el Mediterráneo que comenzó a mirar con angustia al monte Gurugú. Al terminar el verano la ciudad encajó 8.239 bombazos lanzados desde sus cumbres.
El colapso de Melilla
Los periódicos y las autoridades llamaron a la calma de forma tan insistente que todo el mundo seguía teniendo miedo. El eco de las ametralladoras y los cañonazos de la artillería zumbaba en sus calles indefensas y desangeladas hasta que comenzaron a llegar refuerzos de Ceuta y el resto de España.
"Los servicios públicos no existen; el teléfono no funciona, las cañerías revientan, no hay carbón, la luz se apaga de pronto, los zapatos se agujerean y las zapaterías están cerradas o vacías", relató el sargento Barea. Cada vez hay menos hueco en los cuarteles y muchos solados duermen en la calle, que pronto comenzó a apestar. Con 20.000 habitantes, duplicó su población habitual.
Entre estos soldados destacaron dos banderas de la Legión lideradas por el teniente coronel José Millán-Astray y el comandante Francisco Franco. Era un cuerpo nuevo con fama de valientes, temerarios y crueles. Llegaron poco después del desastre tras una agotadora marcha de 33 horas en las que recorrieron a pie 100 kilómetros hasta Tetuán. Allí subieron a un tren a Ceuta para embarcar a Melilla, que les aclamó.
En el muelle, el sargento Barea vio como un legionario le cortó la oreja a un musulmán afincado en la ciudad que, como el resto de melillenses, aclamaba a los recién llegados. Los legionarios eran pocos, no llegaban al millar, pero se les prohibió salir a la calle por miedo a que cometieran una masacre entre los musulmanes de Melilla. Pronto se les envió a la precaria línea de blocaos que recibieron nombres como "el Malo" o "el de la Muerte", de la que dicen ser sus novios. Se combatió a la desesperada, en una guerra total por defender una ciudad convertida en un caótico hormiguero.
Los planes de Abd el Krim
Entre el 2 y el 9 de agosto se rindieron Nador, Zeluán y Monte Arruit, donde el general Navarro luchó contra la locura y el delirio de sus hombres que fueron torturados, quemados vivos y abiertos en canal tras entregar sus armas. Los rebeldes de las cabilas que rodeaban Melilla se pelearon entre sí. Ben Chel Lel consiguió a punta de fusil que se respetase la vida de algunos prisioneros, cerca de 400, el resto de jefecillos querían pasarlos a todos a cuchillo, desobedeciendo las órdenes de Abd el Krim que pese a la propganda, no le gustan las escabechinas. Además, por los vivos podía pedir rescate.
"Ni en el Gurugú ni en Zoco el Arbáa hay ningún jefe destacado que dirija las harkas y eso es un problema para Abd el Krim porque la inexistencia de un único jefe dificulta mucho imponerse a ellos. Se afana en disuadirles de atacar Melilla: sería un desastre diplomático y además, no están preparados para ello", explica Jorge Martínez Reverte, periodista e historiador y autor principal de El vuelo de los buitres (Galaxia Gutenberg).
Al hombre que soñaba con una República rifeña no le interesaba en absoluto el saqueo y la masacre de miles de mujeres y niños. "El objetivo de Abd el Krim es bien sencillo: quiere que los españoles se mantengan en Melilla. Su meta no es atacar la ciudad, sino que sus enemigos no salgan de ella", matiza Martínez Reverte.
Por ello, en agosto y septiembre ordenó constantes ataques a la línea de blocaos que cambiaron de manos varias veces y donde se combatía día y noche lanzando granadas y a golpe de gumías, bayonetas y en ocasiones a dentelladas. En España a la conmoción le siguió la sed de venganza y se envió a Melilla todo cuanto pidió el general Dámaso Berenguer, Alto Comisario en Marruecos que comenzó a adelantar cada vez más su línea de blocaos. Desde Madrid se pidió gas mostaza, el mismo que aterrorizó a las trincheras de la Gran Guerra, pero en un primer momento el resto de Europa no quiso tramitar el pedido.
Una bandera en el Gurugú
En septiembre, un grupo de guerreros rifeños logró situarse a 400 metros del barrio del Real y disparó contra las casas apoyados por su artillería en el Gurugú, que fue transportada a pulso por prisioneros españoles. Algunos murieron de agotamiento y a muchos artilleros les obligaron a disparar sobre Melilla. Un cabo del Regimiento de África se hizo tristemente célebre por delatar a sus captores a todos los que sabían manejar las piezas, que siguieron escupiendo fuego sobre la ciudad hasta el 10 de octubre.
Ese día, una poderosa columna trepó la montaña a primera hora de la mañana y, sin combatir, plantaron la bandera de España en su cumbre, lo que provocó el repique de campanas, vivas a la patria y un torrente de alegría que barrió las polvorientas calles de Melilla. "Para los rifeños la pérdida del Gurugú supone un revés monumental. Es el principio del fin, porque Abd el Krim ha tomado la única opción sensata entre las posibles: retirarse", apunta Martínez Reverte.
Todos los aduares que rodeaban el monte y los que cayeron en los días sucesivos fueron pasto de las llamas a medida que las columnas siguieron impasibles su avance por el país en guerra. Hasta que el 24 de octubre llegaron a Monte Arruit donde les recibió el silencio y el horror de 3.000 cadáveres torturados y ultrajados a los que comenzaron a identificar. En total se perdieron cerca de 11.000 soldados en una guerra impopular. La revancha del ejército sería terrible y no dejaría títere con cabeza.