El historiador Cayo Suetonio relató en sus crónicas que el anciano emperador Augusto deambuló por su palacio durante varios días. Llevado por la desesperación se dejó crecer el pelo y la barba y se golpeaba la cabeza mientras gritaba enloquecido: "¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!" Era la primavera del año 9 d.C. y los umbrosos bosques germanos de Teutoburgo acababan de engullir a tres legiones completas. El legado Publio Quintilio Varo, ante el desastre decidió suicidarse. Todas las posiciones al norte del Rin habían caído.

El princeps, que había alejado el fantasma de las guerras civiles que devoraron a la República, se enfrentaba ahora ante el temor de ver la ciudad de Rómulo saqueada. Según el historiador Dion Casio, por la noche se podían ver numerosísimos cometas, un rayo destrozó el templo de Ares y las abejas hicieron panales en los campamentos de las legiones. Los dioses les hablaban mediante funestos augurios.  

Augusto, tras unos días de estupor, ordenó una recluta masiva y envió a Germania a su hijastro Tiberio, su sucesor. Debía recuperar las águilas perdidas, restaurar la disciplina con feroces e ignomiosos castigos y lavar el honor de la Urbs. Solo logrará incendiar miseros poblados y estabilizar la frontera. El princeps moriría pocos años después sin ver completado el exorcismo que expulsaría los fantasmas de la vergüenza y de la derrota.

Batalla del bosque Teutoburgo según el pincel de Otto Albert Koch en 1909. Wikimedia Commons

Las águilas del bosque sagrado

En aquellos oscuros bosques germanos, además de perderse entre 15.000 y 20.000 legionarios despedazados, desaparecieron tres estandartes en forma de águila. Eran representaciones del espíritu de las legiones y considerados objetos sagrados, entes sobrenaturales auxiliares del dios Júpiter. Las tres estaban en tierras bárbaras y debían ser recuperadas.

Cinco años después de la masacre de Teutoburgo, las pesadas botas de 8 legiones, un tercio de todas las disponibles en el Imperio romano, cruzaron el Rin lideradas por Julio César Claudiano Germánico, padre del futuro emperador Calígula. Masacraron a las aldeas de los marsos en pleno otoño, incendiando templos, hogares y santuarios y ejecutando a hombres, ancianos, mujeres y niños. En la carnicería, Malovendo, un líder germano leal a Roma, habló de un extraño bosque sagrado donde estaba enterrada una de las águilas.

Relieve funerario del siglo I d.C. de un portaestandarte de las legiones que muestra un águila. Wikimedia Commons

Un pequeño grupo de legionarios rodeó el bosque, se internó en sus profundidades y, siguiendo las indicaciones del germano, encontraron una de las ansiadas águilas. Al año siguiente, en una campaña contra los brúcteos apareció la segunda mientras saqueaban un poblado. ¿Y la tercera? Desapareció en el desastre del año 9 d.C. El historiador clásico Anneo Floro cuenta que en medio de la vorágine, cautivos los dos primeros estandartes, el tercer aquilifer tomó una decisión desesperada.

A su alrededor los hombres huían, morían o luchaban por su cuenta, no había ningún tipo de formación y los centuriones eran incapaces de mantener el orden. Viéndolo todo perdido se aseguró de que aquel objeto sagrado no fuera profanado por los feroces bárbaros, la envolvió en su tahalí y, según Floro, "la sumergió en el fondo de un pantano". 

La venganza de Germánico

Tras la muerte de Varo, el limes estaba destrozado y en Roma sus habitantes temían ver a los bárbaros abalanzándose sobre Galia y la península Itálica. El responsable de aquella pesadilla, Arminio, era un ciudadano romano de origen querusco, líder de las fuerzas auxiliares del legado de Augusto en el Rin. Algunos decían que quería ser rey de Germania y por ello condujo a las legiones de Varo a la trampa de Teutoburgo.

Sin embargo, a pesar del botín y el frenesí de la muerte y la victoria, el querusco no consiguió unir a los germanos. En una ocasión en el río Weser cuentan las crónicas que discutió a gritos con su hermano Flavo, fiel a Roma, sobre las ventajas e inconvenientes de obedecer a la Urbs que acababa de enviar a Germánico para ajustar cuentas.

Triunfo de Germánico en Roma exhibiendo a Thusnelda, esposa de Arminio. Karl von Piloty, 1873 Wikimedia Commons

Entre los años 14 y 16, Germánico masacró a marsos, catos, brúcteos y recuperó dos águilas. Estaba dispuesto a cumplir el sueño de Varo de alcanzar el río Elba. Tenía en mente dominar aquel bárbaro país donde decían que era imposible distinguir entre esclavos y amos debido a que los germanos vivían "entre los mismos animales y en el mismo suelo", según Tácito. También llegó hasta el desolado bosque de Teutoburgo donde quedaron hipnotizados por los tétricos esqueletos de sus conmilitones.

Tras enterrarlos dignamente, Germánico regresó por mar para pasar el invierno en el limes del Rin mientras su lugarteniente, Aulio Cécina, regresaba por tierra atravesando una zona pantanosa. Los bárbaros de Arminio no les darían tregua. Fueron asaltados día y noche, parecía que el desastre se repetía. Atrapado en aquella oscura y bárbara ciénaga, Cécina sufrió terribles pesadillas y se le aparecieron fantasmas.

El fantasma de Varo

Según las crónicas soñó con el espectro del general derrotado. Este le intentaba arrastrar hacia las infernales profundidas de aquellas aguas putrefactas y le recordaba su fracaso. Al día siguiente la formación defensiva de los legionarios se rompió, Cécina perdió el caballo y quedó herido. Solo se salvó porque los germanos prefirieron saquear las vituallas que dejó atrás para huir más rápido. 

Tras cuatro brutales años de venganza e ira, Germánico aplastó al ejército de Arminio a las orillas del río Weser. El caudillo bárbaro fue herido, pero logró huir escondiéndose entre los cadáveres de sus guerreros. Las legiones, cumplida la venganza, regresaron al Rin. Al año siguiente, el victorioso general de Roma regresó a la Urbs para celebrar un triunfo.

Ante el pueblo de Roma exhibió joyas, oro, esclavos y presos de guerra, entre ellos a Thusnelda, la esposa de Arminio. Sin embargo, Germánico no volvió más al Rin y las incursiones en tierras germanas cesaron por completo. El nuevo emperador Tiberio le envió a los confines de Siria para separarle de unas legiones que le adoraban. En las arenas de oriente, murió en extrañas circunstancias. Las malas lenguas acusaron al princeps de haberle envenenado guiado por la envidia y la desconfianza. 

"En lo sucesivo, la línea del Rin se mantendría como limes defensivo, y cesaron las campañas a gran escala. Por su parte, buena parte de los queruscos emigraron hacia el este, alejándose del peligro romano pero entrando en conflicto abierto con los marcomanos de Maruboduo", explica Fernando Quesada Sanz, catedrático de Arqueología en la Universidad Autónoma de Madrid, en su estudio Estupor, consternación y venganza publicado por Desperta Ferro. 

El Imperio nunca llegaría al río Elba y Arminio jamás lograría unir a los germanos en una suerte de confederación. Sobre el año 19 d.C., dos años después de la retirada de Germánico, pasó de hombre a leyenda al morir asesinado por su propio clan en una oscura conjura.