Fotografía aérea de Puig del Castellar.

Fotografía aérea de Puig del Castellar. Museo Torre Baldovina

Historia

El poblado íbero de Barcelona derrotado por Roma que oculta cabezas cortadas de guerreros y mujeres

El yacimiento de Puig Castellar estuvo habitado por íberos layetanos entre los siglos VI y II a.C., cuando las legiones de Marcio Porcio Catón obligaron su abandono. 

30 agosto, 2024 08:28

En lo alto de un cerro de 303 metros de altura en la Sierra Marina, actual municipio de Santa Coloma de Gramenent, se domina a la perfección la costa de la llanada barcelonesa. En aquel punto estratégico una comunidad de cerca de 300 íberos layetanos controló las playas donde llegaban comerciantes griegos, fenicios, cartagineses y romanos con sus prestigiosos productos. Enriscados en su ciudad de 5.000 metros cuadrados, cerraban el paso hacia la desembocadura del río Besós y el acceso al interior del Vallés y a partir del siglo II a.C., se rebelaron contra Roma. 

La segunda guerra púnica acababa de terminar con una contundente victoria de la Urbs sobre Cartago. Gran parte de la región a la que llamaban Hispania ardía liderada por caudillos a los que consideraban bandidos. Entre los elegidos para poner orden estaba el colérico cónsul Marcio Porcio Catón, el mismo que clamaría incansable en el Senado: "¡Cartago delenda est!". Durante tres años sus legiones aterrorizaron el norte del Ebro, aplastando rebeldes y rindiendo ciudades. Regresó a Roma con un botín de 1.400 libras de oro y 25.000 de plata.

Puig Castellar se salvó de las codiciosas llamas de legionarios, seguramente con la condición de abandonar sus alturas y asentarse en zonas más vigilables, como los asentamientos de Baetulo (Badalona) o Iluro (Mataró). Atrás dejaban su cima rodeada de potentes murallas y la tierra que habitaron sus antepasados desde el siglo VI a.C., orgullosos y feroces guerreros que sí supieron defender sus intereses. En 1904, una siniestra cabeza cercenada observó con sus cuencas vacías a un sorprendido Ferran de Sagarra y de Siscar, historiador, propietario de aquellas tierras y el hombre que rescató del olvido del tiempo aquel viejo poblado. 

Calles del poblado.

Calles del poblado. Museo Torre Baldovina

Poblado y sustento

Desde entonces se han podido conocer muchos de los detalles sobre sus habitantes que quizá fueran obligados a abandonar sus hogares. Aunque la distribución original se desconoce fue sobre el siglo V a.C., en la plenitud de la cultura íbera, cuando el poblado alcanzó su máxima extensión

El poblado se organizó sobre tres calles principales que comunicaban con los diferentes hogares y espacios productivos, levantados sobre terrazas artificiales que salvaron el desnivel del terreno. Esta planificación urbanística casi ortogonal es una evidencia de que aquella comunidad estaba jerarquizada y dominada por una élite. 

Morillo de hierro de entre los siglos IV y III a.C.

Morillo de hierro de entre los siglos IV y III a.C. Museo Torre Baldovina

En sus casas, que estaban divididas en una o varias habitaciones, las mujeres íberas de Puig Castellar realizaban labores productivas centradas en la molienda del trigo, principal recurso explotado por sus moradores. Además de la agricultura, se han encontrado restos de ganado de ovejas, cabras, vacas y de productos de pesca, además de moluscos. 

Otra de las principales labores que sustentaban la economía del poblado se forjaba en sus talleres metálicos donde fabricaban diferentes herramientas de hierro, cobre y bronce tales como aperos de labranza, armas y morillos para chimeneas, como el que se encontró con cabeza de carnero y se exhibe en el Museo Torre Baldovina.

Las cabezas cortadas

Entre los restos del poblado se documentaron cerámicas tanto griegas y cartaginesas, producto de intercambios comerciales, como de elaboración propia como el kalathos expuesto en el mismo museo. Este era un tipo de vaso de paredes rectas decoradas usado para guardar miel o frutos secos. También está documentado su uso en rituales relacionados con el mundo funerario, unos rituales que sus moradores negaron a cerca de 12 individuos, hombres, mujeres y niños de un grupo enemigo que fueron decapitados. 

"A los enemigos caídos les cortan la cabeza y atan al cuello de sus caballos para llevársela. Dan a sus siervos los despejos (...) y cantan el himno de la victoria", relató sobre la atroz costumbre de varios pueblos europeos el historiador griego Posidonio de Apamea.

Una de las cabezas cortadas localizadas en el yacimiento.

Una de las cabezas cortadas localizadas en el yacimiento. Trabajos de Prehistoria

Lo primero que apareció en Puig Castellar cuando Ferran de Sagarra y de Siscar comenzó a excavar en 1904 fue un pebetero de la diosa Tanit, deidad fenicia de la fertilidad. Poco después aparecieron aquellas cabezas que fueron minuciosamente preparadas y clavadas en un poste de madera junto a la entrada sur del poblado en algún momento entre los siglos III y II a.C.  

"Múltiples culturas han considerado a lo largo del tiempo que la cabeza humana concentra los valores esenciales del individuo.", explican Eulàlia Subirà, profesora en la Unidad de Antropología Biológica de la Universidad Autónoma de Barcelona y Carme Rovira Hortalà, miembro del Museo de Arqueología de Cataluña en su estudio sobre las cabezas cortadas de Puig Castellar publicado en Trabajos de prehistoria. 

Detalle de las marcas de corte en una de las mandíbulas.

Detalle de las marcas de corte en una de las mandíbulas. Trabajos de Prehistoria

Al menos desde el Neolítico, las cabezas de algunos miembros destacados de la comunidad se conservaban a modo de reliquias protectoras. En otras ocasiones eran fruto de brutales escaramuzas y combates olvidados. "Las cabezas conseguidas en este último contexto adquirirían la categoría de trofeo y quienes las atesoraban en la antigüedad, a menudo creían estar apropiándose también de la energía vital de las víctimas", desarrollan las autoras. 

Tras un análisis de los restos, dos calaveras casi completas y fragmentos dispersos, se determinó que las víctimas de los guerreros de Puig Castellar, murieron apuñaladas y despedazados con armas blancas en un contexto bélico y no como resultado de una ejecución. Entre los decapitados la mayoría eran jóvenes de entre 15 y 19 años junto a un adulto de avanzada edad para la época: entre 50 y 60 años. También había dos mujeres, una rondaba los cuarenta años y la otra los 17-25. 

Razias

En los textos clásicos que narran guerras y conflictos en Hispania e Iberia no suelen hacer mención de las mujeres más allá de señalarlas como rehenes, como la mujer y las hijas del rey ilergete Indíbil que se rebeló contra Roma.

"Pensamos que su presencia se debería a razias, el tipo de conflicto violento entre comunidades que se atribuye a los íberos: ataques rápidos por sorpresa con el objetivo de apropiarse de un botín formado por bienes ajenos y quizá también capturar efectivos humanos. (...), parece factible que se exhibieran las cabezas de los vencidos en otras comunidades, sin distinción de sexo o edad como muestra de valentía y superioridad sobre ellos", concluyen las autoras. 

Las últimas campañas realizadas en 2022 en Puig Castellar se centraron en la mejora de la musealización, divulgación y accesibilidad del yacimiento incluido en la Ruta de los íberos. También se consolidaron y se revirtió el deterioro de las murallas de su entrada que en su tiempo de esplendor estaban escoltadas por tétricas cabezas cortadas que no consiguieron impresionar a los emisarios ni a los legionarios del furioso Marcio Pocio Catón, probablemente el hombre que acabó con el poblado y aplastó a los layetanos hace más de 2.200 años.