Entre los siglo II y I a.C., el asentamiento prerromano de La Peña del Castro alcanzó su momento de mayor esplendor. Situado en un elevado enclave estratégico en uno de los pasos existentes entre la Meseta y la Alta Montaña leonesa, sería uno de los principales núcleos de población del pueblo de los vadinienses, la tribu más occidental del antiguo territorio cántabro, según la denominación de los autores romanos. Entre otras actividades, sus habitantes destacaron por manufacturar talco, un mineral muy escaso en la Península Ibérica que extrajeron de una mina cercana, y utilizarlo como cuentas de collar o en colgantes decorados con incisiones.

En esa época, el castro contaba con una profusa muralla de piedra adaptada a la irregular morfología del cerro que servía como muro de contención ante posibles ataques. En el interior del asentamiento se levantaban viviendas domésticas, almacenes, calles abiertas sobre la roca y edificios comunales. Las gentes de La Peña eran diestros agricultores que cultivaban cereales sobre todo el trigo y la cebada y leguminosas y que desarrollaron mecanismos complejos para garantizar la cosecha en periodos de escasa productividad.

Pero en torno al cambio de era aconteció un evento dramático: el castro sufrió un devastador incendio que arrasó y derrumbó el poblado, permitiendo la conservación de elementos estructurales de madera carbonizada, así como restos de la arquitectura en barro y el alzado de algunas construcciones. Fue en la época de las guerras cántabras (29-19 a.C.) y probablemente sea el resultado de otra operación de conquista romana en el norte de Hispania se han encontrado tachuelas de caligae, las sandalias de los legionarios. De hecho, tras el abandono del sitio se estableció en lo alto del cerro un castellum con diferentes fosos y muros defensivos destinado al control militar del territorio y de los pasos naturales.

Un tramo de la muralla del yacimiento. Arqueoercina

La Peña del Casto es el único yacimiento de la Edad del Hierro excavado con métodos científicos en la Montaña Oriental Leonesa y se enmarcaba en la órbita de una serie de asentamientos del norte de León y Palencia y el sur de Cantabria y Asturias que compartieron en este periodo una cultura material común. Las excavaciones en el sitio, que se realizan desde hace algo más de una década, han permitido la documentación de molinos circulares, cerámicas pintadas de tradición celtibérica, cerámicas impresas, fíbulas de torrecilla, cuchillos afalcatados, azadas, monedas celtibéricas y placas decoradas.

El castro, situado en el moderno municipio de La Ercina (León), estuvo ocupado desde la I Edad del Hierro (siglo X a.C.). Sus primeros habitantes construyeron sus viviendas, que tenían una planta circular con el suelo de arcilla pisada y un alzado de madera o de barro y ramas, en la vertiente oeste de la colina. Una de las estructuras más singulares es el llamado "edificio rojo": se trata de un espacio en forma de "D" ubicado en la calle principal y con un lienzo exterior de arenisca rojiza. El acceso a su interior se realizaba mediante una serie de escalones para luego descender por una rampa. Según los investigadores, el complejo, tal vez un templo, se completaría con una serie de plataformas con escalera y un pozo con una gran piedra donde realizar ofrendas.

Recreación virtual del interior de una de las viviendas del castro. Junta de Castilla y León

Un hallazgo singular es la presencia de dos enterramientos infantiles en una de las cabañas, junto a sacrificios de animales igualmente de corta edad. La Peña del Castro es el yacimiento más noroccidental de la Península Ibérica en el que hay constancia de este tipo de sepulturas, característicos del mundo ibérico y celtibérico y de escasa representación en Castilla y León. La presencia de crías de animales y de neonatos revela ritos y ceremonias rituales que habrían tenido como fin la protección de los habitantes de la casa.

Los trabajos arqueológicos también han sacado a la luz diversos elementos metálicos relacionados con la vestimenta y los adornos personales: se han descubierto fíbulas, alfileres, pendientes, collares, pulseras o hebillas de cinturones. En cuanto al armamento, sobresalen los cuchillos de grandes dimensiones. La dieta de estas personas consistía en una variedad de cereales la documentación de rejas de arado y deformaciones en las patas de los bóvidos indica la existencia de arados de tracción animal carne de ovejas, cerdos, vacas, jabalís o ciervos, pescado fluvial y frutos y semillas (bellotas y avellanas). Un modo de vida interrumpido por la apisonadora militar romana.