Es un verdadero acontecimiento: 24 autógrafos de Cristóbal Colón —cartas de su puño y letra, documentos rubricados con su misteriosa firma o simplemente anotados con algunas apreciaciones— se exponen en una misma vitrina circular armada en una pequeña sala del Palacio de Liria. Los papeles, con esas letras barrocas apelotonadas y casi ilegibles para los ojos modernos, que se muestran por primera vez al público todos juntos, hipnotizan.
Está la nómina de los tripulantes del viaje del descubrimiento de América en la que el almirante genovés señaló el sueldo de cada uno de ellos para aclarar sus cuentas con la Corona, tres memoriales de agravios escritos en tercera persona en los que trató de reivindicarse después de perder el título de virrey y ser enviado a España encadenado, o una misiva, remitida a su hijo Diego desde Sevilla el 29 de abril de 1504, que iba acompañada de una pepita de oro de medio kilo para que se la entregase a la reina Isabel después de comer, porque iba a estar más contenta.
Todas las facetas de Colón, el descubridor del Nuevo Mundo, el que quiso esclavizar a los indios y enfureció a los colonos, el que cayó en desgracia ante los Reyes Católicos, pero también el más desconocido, el más íntimo, el que narraba a su amigo y tesorero fray Gaspar de Gorricio las dificultades de la partida del tercer viaje mientras abordaban la redacción conjunta de un Libro de las profecías, el que discutía cuestiones económicas con sus concuñados o el que se rendía al amor por sus hijos —"tu padre que te ama como a sí", le escribió a Diego—, emergen en esta increíble colección, el mayor y más variado conjunto de autógrafos colombinos —en total han sobrevivido unas cuatro decenas— conservado en todo el mundo, núcleo de la interesantísima y probablemente irrepetible exposición Cartas de Colón. América en la Casa de Alba.
La muestra, abierta hasta el próximo 16 de febrero y que exhibe más de 150 piezas, algunas cedidas por instituciones como los museos del Prado, Naval y de América o la Biblioteca Nacional, pretende ahondar en el extraordinario patrimonio americano de la colección familiar, del que solo se esbozaba una pequeña selección en la visita guiada por el Palacio de Liria.
"Era una exposición verdaderamente necesaria. Creemos que es algo diferente a todo lo que se ha hecho de Colón", explica Álvaro Romero Sánchez-Arjona, director cultural de la Fundación Casa de Alba y comisario junto a Consuelo Varela Bueno, una de las grandes expertas a nivel mundial en la figura del almirante. "Hemos querido presentar otras cosas distintas, mostrar que era un hombre como cualquiera de nosotros, que llora porque le han quitado sus privilegios, que se queja de no poder escribir más, que le preocupa la calvicie o que tiene problemas económicos", añade la investigadora de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos del CSIC.
Algunos de los documentos son copias de órdenes que recibió Colón en el Nuevo Mundo y que rubricó con comentarios, como hizo con la bula papal de Alejandro VI que otorgaba a la Corona española el derecho a conquistar y evangelizar las Indias o con una carta de los Reyes Católicos enviada al comendador de Francisco de Bobadilla, el responsable de someter al genovés a un juicio de residencia, en la que se le instruía para que ordenase al almirante pagar los salarios de los habitantes de Santo Domingo. El marino, en el reverso, apostilló que tenía cartas de los monarcas en sentido contrario.
"Colón debía escribir una barbaridad, sobre todo lo que pasaba: no hay simientes, los enfermos se mueren porque no hay medicinas...", apunta Consuelo Varela. "Tenía una letra que así lo hace notar y es muy interesante ver cómo va evolucionando: al final escribía en cursiva y con unas letras muy chiquititas. También son curiosas las firmas, que las hizo diferentes según la importancia de la carta y del momento".
Como complemento de los autógrafos, culminados con el dibujo en su cuaderno de a bordo de la costa norte de La Española, se muestran otros documentos extraordinarios. Por citar solo dos: un manuscrito a colores sobre pergamino que contiene el privilegio real de concesión de escudo de armas a Cristóbal Colón, conservado en una colección particular y que nunca se ha visto en España; o una carta que los Reyes Católicos enviaron al almirante genovés, informándole del estado de las negociaciones con el rey de Portugal y de que no debía preocuparse por una hipotética presencia de naves lusas en las tierras descubiertas.
El origen de los autógrafos
La pertinente pregunta que se harán muchos curiosos es cómo la Casa de Alba conserva semejante patrimonio documental colombino. Pues la exposición resuelve este interrogante, aunque se trata de un croquis con muchos nombres, enlaces aristocráticos y un pleito de tres siglos explicado en cartelas y acompañado de un árbol genealógico más que necesario. En resumen, la clave se encuentra en el matrimonio de Catalina Ventura Colón de Portugal y Ayala, IX duquesa de Veragua, con Jacobo Fitz-James Stuart y Burgh, II duque de Berwick, en 1716. La esposa heredó de su hermano en 1733 un magnífico archivo de documentos americanos.
Sin embargo, la historia no es tan sencilla: los duques de Berwick dejaron de ser también duques de Veragua a partir de 1790 y el título y las dignidades del almirante pasaron a la familia Colón-Ortega y Ávila. Los autógrafos ahora expuestos los redescubrió Rosario Falcó, condesa de Siruela y duquesa de Alba, entre los inmensos fondos de su familia traspapelados como "papeles administrativos para tirar". Ella los estudió y los publicó en 1892, pero desde entonces nunca se habían podido ver en conjunto. Curiosamente, los materiales colombinos del Archivo de Indias proceden de esta misma colección, pero de la parte que se entregó a los Colón-Ortega y que estos vendieron al gobierno del dictador Miguel Primo de Rivera.
Aunque el eje central de la exposición sea la figura de Cristóbal Colón, la selección de las colecciones americanas de la Casa de Alba, relacionada con una extensa nómina de virreyes y presidentes del Consejo de Indias, es formidable. Una instrucción a Vasco Núñez de Balboa para remediar los malos tratos que recibían los indios, una cédula real de Carlos V a Álvar Núñez Cabeza de Vaca concediéndole un regimiento del primer pueblo que se fundase en la expedición de Pánfilo de Narváez, una carta de Felipe II informando al duque de Alba de la situación de la conquista de Florida...
Igual de fascinante es el conjunto de 236 cédulas o escudos de armas, ricamente ilustrados, otorgados entre 1507 y 1566 a conquistadores españoles, nobles indígenas, como el hijo del tlatoani Moctezuma, y ciudades como Lima, Santiago de Chile o Guadalajara. Son especialmente singulares por su valor histórico —los originales, enviados en su momento al Nuevo Mundo, se han perdido— y artístico, como hermosas mezclas como el símbolo concedido al indio Hernando de Tapia, que une el águila imperial con el jaguar mexica. "Creemos que en España se enseña muy poco la historia de América y con esta exposición pretendemos acercar estas fuentes primarias", concluye Álvaro Romero.
El hombre sin rostro
La apariencia física de Cristóbal Colón es un enigma. "Tenemos descripciones de cómo era: nariz aguileña, ojos claros, piel un poco rojiza y poco pelo. Pero no se conserva ningún retrato que refleje su verdadero aspecto", lamenta Consuelo Varela. En la exposición se exhibe quizás el primero del almirante, atribuido a la escuela española de principios del siglo XVI y conservado en el Museo Lázaro Galdiano, que representa al almirante con la catedral de Santo Domingo, la primera de América, al fondo. La Biblioteca Nacional ha prestado otro curioso cuadro de la misma época, escondido normalmente en un despacho, que habría sido encargado por Carlos V. No se parecen en nada.