Desfile de la Victoria 1942/43.

Desfile de la Victoria 1942/43. Archivo Santos Yubero

Historia

Así fue el plan británico para invadir España en el momento más crítico de Franco

En octubre de 1943 el dictador anunció la retirada de la División Azul y dio pasos para alejarse de la Alemania nazi. Pero los Aliados no lo consideraron suficiente.

24 septiembre, 2024 09:34

El momento de mayor riesgo para la continuidad de Franco en el poder se registró en 1943. A nivel interno, el dictador debió hacer frente a una ofensiva monárquica que pretendía acabar con su régimen. El 15 de junio, un grupo de veintisiete personalidades y procuradores de las nuevas Cortes elevó una petición para subrayar la "urgente conveniencia" de proceder a "la restauración de la Monarquía", responsable de la "grandeza histórica" de España.

Este movimiento incrementó su amenaza en septiembre, cuando ocho de los doce tenientes generales redactaron otra carta en la que recordaban al caudillo que su mandato se estaba prolongando "más allá del plazo para el que fue previsto". En ese mismo escrito se preguntaban si no había llegado ya la hora del "retorno a aquellos modos de gobierno genuinamente españoles que hicieron la grandeza de nuestra patria, de los que se desvió para imitar modas extranjeras".

Fuera de sus fronteras, Franco debía sortear las dificultades cultivadas por su ambigua posición de no beligerancia: era necesario seguir alejándose de las posiciones de la Alemania nazi y del Eje, pero sin entregarse a los Aliados, como haría el dictador portugués Salazar al ceder las Azores como base de operaciones en la guerra contra Hitler.

El embajador británico en España Samuel Hoare, en el centro, durante la presentación de credenciales.

El embajador británico en España Samuel Hoare, en el centro, durante la presentación de credenciales. Archivo Martín Santos Yubero

En pleno verano, el 20 de agosto, el caudillo recibió en el Pazo de Meirás a Samuel Hoare, el embajador británico en España. El diplomático, para rebajar el momento de tensión entre ambos países y mantener las relaciones, le trasladó una serie de demandas: frenar la ayuda encubierta a las potencias del Eje —los puertos de A Coruña y Vigo eran base para barcos y submarinos nazis—, cambiar la postura de "no beligerante" y retirar a la División Azul del frente oriental.

Hasta ese momento, Reino Unido mantenía una posición respecto a España resumida en una explícita sentencia: "Queremos echar a Franco... pero no hay alternativa". Los británicos se mostraban favorables a una restauración monárquica pero, descartado don Juan, no había candidato ideal. A medida que avanzaba la II Guerra Mundial, la desconfianza sobre el régimen se fue acrecentando, sobre todo por la persecución a los miembros del servicio diplomático inglés por todo el país y por la libertad que se les concedía a los agentes nazis.

Mapa de Vigo elaborado por los Aliados.

Mapa de Vigo elaborado por los Aliados. Universidad de Texas

Franco trató de sortear las reclamaciones de Hoare reconociendo que su ayuda a Alemania e Italia respondía al pago de la deuda contraída con ambos países por su ayuda en la Guerra Civil, que estaba haciendo lo posible para expulsar a los "aventureros y criminales" que habían ingresado a Falange —formación que inquietaba en Inglaterra por su identificación con el fascismo— y que lo de los combatientes españoles que compartían trincheras con los nazis en el otro extremo del continente era un "gesto simbólico". Pero el tiempo corría en su contra.

Hora Zero

El 1 de octubre, en su discurso ante el Consejo Nacional, el dictador recordó cómo España daba "al mundo el ejemplo más grande de sabiduría y de serenidad manteniendo bajo una neutralidad vigilante a nuestro pueblo apartado de los horrores de la contienda", una declaración que significaba el abandono de facto de la "no beligerancia". Ese mismo mes, las presiones de los Aliados lograrían una nueva victoria y Franco retiró oficialmente la División Azul, aunque muchos voluntarios siguieron luchando hasta el fin de la contienda en la Legión Azul. Sin embargo, en Reino Unido los pasos no se consideraban suficientes y comenzó a prepararse una posible invasión de la Península Ibérica.

"A principios del mes de octubre se envía a Londres un listado exhaustivo de lugares posibles de aterrizaje para un supuesto de intervención directa de los Aliados en el noroeste español. La cantidad de lugares escogidos y detallados en la zona septentrional indica claramente cuál era la zona elegida y señalada desde hace meses por los británicos", explica Emilio Grandío Seoane, profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiago de Compostela, en su obra Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial (Cátedra).

Franco presidiendo el desfile de la Victoria de 1942/43.

Franco presidiendo el desfile de la Victoria de 1942/43. Archivo Santos Yubero

En estos informes, en los que se preveía cómo actuar en el caso de que España se rebelase por el pacto de las Azores, se incluyen descripciones de Guitiriz, Virgen del Camino (León), Zamora, Vigo-Peinador, Vigo-Estuario, A Coruña, Ferrol, Lugo-As Rozas, Santiago, Valdoviño, etcétera. "Posiblemente el régimen de Franco nunca estuvo tan amenazado como en estos momentos", destaca el historiador. Cuando Samuel Hoare regresó a Madrid a principios de octubre, se había difundido un nuevo rumor en este sentido: un desembarco aliado por el Tajo que tendría lugar el día 12.

"Cuando llegué, primero a Lisboa y luego a Madrid, se decía que algo importante iba a suceder en octubre. En Lisboa, el 8 de octubre encontré a la población parada en las calles y buscando el cielo. Algunos decían que tenían el propósito de observar un despliegue de luz diurna del planeta Venus, otros con la expectativa de que los aviones alemanes estuvieran a punto de atacar la ciudad. En Madrid, una persona tan responsable como el embajador estadounidense, que había recibido un telegrama sobre el tema, presionó (...) para decirle si los infantes de marina británicos ya habían aterrizado", relató el embajador Hoare a Anthony Eden, el secretario del Foreign Office.

En el seno del Estado Mayor del régimen franquista se desató una suerte de psicosis: se reforzó el servicio de vigilancia de tierra, mar y aire para atisbar cualquier movimiento de tropas enemigas o de aviones de reconocimiento, se prohibió el movimiento sin autorización de los agregados militares extranjeros y se negó el acceso a playas, puertos, baterías, obras de fábrica próximas a la frontera o aeródromos donde poder tomar fotografías.

Sin embargo, los británicos nunca darían luz verde a la operación. El 14 de octubre, el embajador le envió una carta al premier Wiston Churchill diciéndole: "Hoy, una semana después de la hora cero, todo en España parece notablemente tranquilo". Franco logró controlar la rebelión monárquica interna y, a finales de mes, se produjo otro acontecimiento decisivo para descartar los planes de invasión: la caída de la "Red Sanmiguel", una de las mayores de la inteligencia británica en territorio peninsular.

Integrada fundamentalmente por españoles contrarios a la dictadura, sus informes a la Embajada británica indicaban la movilización armada de los grupos clandestinos del norte con posibilidad de participar en una hipotética operación bélica. La desarticulación de esta red, apunta Grandío Seoane, fue "crucial hasta el grado de representar un punto de inflexión en el trato entre Aliados y el régimen de Franco. Fue una de las mayores pruebas para que la dictadura adujera que Gran Bretaña había traspasado el pacto establecido de no injerencia en los asuntos españoles: la búsqueda de información era permitida, pero no que su objetivo fuera la localización de objetivos estratégicos para una posible invasión militar aliada en territorio español".