Imagen idealizada del presidio de Tubac, antecesor del de San Agustín de Tucson.

Imagen idealizada del presidio de Tubac, antecesor del de San Agustín de Tucson.

Historia

Los soldados españoles que defendieron la Frontera Norte de América: "Era el territorio más peligroso del mundo"

Un libro del historiador Jorge Luis García Ruiz, profesor universitario, en Estados Unidos, rescata la verdadera historia, llena de miserias y épica, de los presidios.

26 septiembre, 2024 09:29

En el verano de 1695, las autoridades españolas reunieron el ejército más numeroso que hasta entonces se había visto en Norteamérica para tratar de aplacar la rebelión de los indios de la Pimería, en la actual frontera entre Estados Unidos y los estados mexicanos de Sonora y Chihuahua. La alianza de nativos, que moraban en las ásperas sierras y bajaban los valles para atacar los poblados y transportes de los colonos, se reforzaba a medida que conseguían pequeños triunfos. La expedición, de la que formaba parte el jesuita Eusebio Francisco Kino, pretendía pacificar la zona y de paso vengar la muerte del fraile Francisco Xavier Saeta.

Pero tras cuatro meses vagando por un territorio hostil, durmiendo muchas noches a la intemperie, persiguiendo el rastro de unos esquivos indios, casi sin acceso a agua potable y combatiendo enfermedades, la fuerza combinada de cuatro presidios —unos doscientos soldados más indios flecheros de diversas naciones— decidió dar la vuelta. El golpe final fue la muerte de uno de los mandos, el capitán Domingo Terán de los Ríos. Su cadáver se vistió y se dictó la orden de llevarlo al presidio de Janos con la mayor brevedad, relevando mulas y caballos para su entierro en la iglesia del sitio. Completaron el recorrido, de más de 150 kilómetros, en apenas tres días.

La aventura de Terán de los Ríos es trágica y no acabó con el resultado pretendido, pero conjuga a la perfección los desafíos y miserias que debieron soportar los soldados presidiales en la Frontera Norte del Imperio español. Una historia descarnada, olvidada, de tres siglos de duración, que saca a la luz el historiador y arqueólogo Jorge Luis García Ruiz en Presidio (Edaf), una obra construida en base a dos centenares de documentos originales que, como el de la rebelión de la Pimería, recogen relatos en primera persona para acercarse a la dura experiencia humana de estos defensores de los territorios remotos de la Monarquía Hispánica.

Destrucción de la Misión de San Sabá en Texas según José de Páez.

Destrucción de la Misión de San Sabá en Texas según José de Páez. Secretaría de Cultura de México

Los presidios, primera cuestión a aclarar, no eran lugares fortificados, sino un grupo de soldados montados, una unidad militar que se desplegaba en cualquier tipo de establecimiento y debía proteger a pobladores, misioneros y mineros. Los primeros, formados en la década de 1560, estaban formados por cinco hombres mandados por un cabo, pero a finales del siglo XVIII llegaron a alcanzar el centenar de unidades. Tenían pagas muy bajas, debían hacer frente a una continua escasez de recursos y armamento —apenas había pistolas y arcabuces y las cotas de malla, más efectivas contra las fechas, se heredaban de padres a hijos— y sus operaciones se desarrollaban en un peligroso entorno desértico.

"Ser soldado presidial era jugarse la vida porque estaban en el territorio más peligroso que había en todo el mundo en ese momento", explica a este periódico el profesor de la Texas Lutheran University. "Eran muy pocos y debían enfrentarse a poblaciones indígenas muy agresivas y numerosas. Se negociaba, pero morían muchos soldados de forma continua". Parte de los recursos, de hecho, se destinaba a comprar la paz a los indios mediante regalos y alimentos para que apagasen sus fervores belicistas y se mantuviesen en sus poblados, como ocurrió con el desenlace de la guerra chichimeca.

Portada de 'Presidio'.

Portada de 'Presidio'. Edaf

García Ruiz brinda a los documentos de los archivos General de Indias, General de la Nación de Ciudad de México, Franciscano o Jesuita la batuta para narrar el primer siglo y medio de la conquista española de Norteamérica; y lo hace de forma diáfana, entrelazando microhistorias tremendas de variopintos protagonistas y presidios. Una radiografía, en definitiva, del sistema presidial antes de la aparición de los mitificados dragones de cuera, que no ocurre hasta finales del siglo XVIII. "Los americanos han estado haciendo mucha leyenda negra y reflejando poco la realidad del documento", afirma el autor.

En este sentido, enfatiza en una falsedad muy repetida: "Estados Unidos hizo una conquista militar, iban solo con militares y atacaron a todos los indios para echarlos del territorio en el que se querían quedar. La conquista española es poblacional: los soldados tenían que ser reclutados con familia para hacer de pobladores, además de funciones de defensa. Podríamos decir que el presidio fue un precedente de la Guardia Civil actual en el territorio rural, hizo una labor policial para defender a una o varias misiones".

Para el éxito de las operaciones de defensa o las expediciones de castigo se contó con la maestría con el arco y las flechas de comunidades de indios aliados, algunos cristianizados, otros con los que se alcanzó algún tipo de paz. "Cada soldado presidial a caballo era como un tanque actual. Si lo mandas sin infantería no consigues nada. En aquella época se llevaban dos pistolas reglamentarias, pero tenían un solo disparo, como el arcabuz, y era muy difícil cargarlas en esas condiciones. Entonces se hacía una andanada, se retiraban varios cientos de metros y mientras tanto los indios mantenían agachado al enemigo", expone García Ruiz.

La relegada presencia española en Norteamérica se mantuvo durante tres siglos, como han reivindicado ya un buen puñado de obras —sin alejarnos de la editorial Edaf, merecen mucho la pena Banderas lejanas, de Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales, o El Norte, de Carrie Gibson—. En Presidio se redime ahora la historia de "la piedra angular de la defensa del territorio" tanto frente a los indios hostiles como de las potencias que pujaban por dichos territorios ultramarinos. Y además son los propios soldados de carne y hueso, los que sufrieron todas esas estrecheces, los que las narran en toda su crudeza.