En el seno de los socialdemócratas alemanes no sentó bien el ultimátum de Austria-Hungría a Serbia del 23 de julio de 1914, en el que se conminaba a Belgrado a castigar a los cómplices y funcionarios implicados en el magnicidio del archiduque Francisco Fernando, el heredero de los Habsburgo, y a volver a ser un satélite imperial. El Comité Ejecutivo del SPD convocó de forma inmediata concentraciones masivas para "expresar el inquebrantable anhelo de paz del proletariado con conciencia de clase". En 163 ciudades y localidades de todo el Reich se organizaron reuniones pacifistas, y solo en Berlín se registraron más de 100.000 asistentes. Alemania parecía manifestar una sensación de depresión y miedo por el estallido de una guerra internacional.
Sin embargo, apenas una semana más tarde, el panorama belicista alemán había registrado una sacudida drástica. 78 de los 92 parlamentarios socialistas aprobaron la moción de entrada de Alemania en la que sería la Gran Guerra. Esa sesión del Reichstag, celebrada el 4 de agosto, reforzó e institucionalizó los sentimientos de unidad patriótica en la sociedad germana una vez se tuvo noticia de la movilización general de la Rusia zarista. A lo largo de ese mes se alistaron en el Ejército alemán 250.000 voluntarios, entre ellos uno de los diputados del SPD, Ludwig Frank, que caería en combate en el frente occidental el 3 de septiembre.
La situación no era muy diferente entre sus aliados. Conrad von Hötzendorf, jefe de Estado Mayor del Imperio austro-húngaro, desconfiaba de las diversas nacionalidades que integraban la sociedad de los Habsburgo y solicitó la proclamación de una ley marcial en todo el territorio. Sin embargo, poco después confesó que "el entusiasmo del pueblo hacia la guerra le causó (...) una grata sorpresa".
La cronología y el desarrollo de cómo Europa se lanzó al abismo de la I Guerra Mundial ya lo reconstruyó de forma brillante el catedrático Christopher Clark en Sonámbulos (2012). Pero solo dos años más tarde se publicó otro premiado libro que arroja una renovadora y casi inédita visión sobre la contienda. Escrito por Alexander Watson, profesor de Historia en la Universidad de Londres, y traducido ahora al fin al español por Desperta Ferro, El anillo de acero es el primer relato que narra la Gran Guerra desde el punto de vista de las llamadas Potencias Centrales: Alemania y Austria-Hungría. Una historia total sobre la primera guerra total.
Watson, especialista en los conflictos europeos de comienzos del siglo XX, firma un monumental e iluminador trabajo en el que combina las historias políticas, militar, social, económica y cultural. Salta desde los despachos de generales donde se adoptaron las decisiones que provocarían la muerte de millones de personas hasta la experiencia humana de los soldados que se refugiaban en las trincheras bajo las "tormentas de acero", pasando por una radiografía de la moral de los civiles que fabricaban los proyectiles y trabajaban en las granjas.
Bloqueo británico
El enfoque del libro abandona el punto de partida de la historiografía tradicional —la visión de los países aliados victoriosos— y se sumerge en la miseria y el barro de los derrotados. La premisa es que tanto Alemania como Austria y Hungría, rodeados por enemigos con más recursos humanos y naturales, soportaron una guerra de asedio a una escala sin precedentes.
El historiador apunta que es "sencillamente asombroso" que, en esas circunstancias, las Potencias Centrales lograran resistir más de cuatro años. "De hecho, consiguieron aún más: a principios de 1917, ¡estuvieron a punto de ganar! Gran Bretaña estaba financieramente exhausta, las tropas francesas estaban al borde del motín, Estados Unidos seguía siendo neutral y Rusia estaba a punto de derrumbarse espectacularmente en una revolución", explica. Pero la decisión alemana de lanzar una guerra submarina sin restricciones —que implicaba hundir tanto barcos enemigos como neutrales— provocó la entrada de Estados Unidos en la contienda. A juicio del autor, ese paso en falso le costó al Reich la victoria final.
Una de las novedades más impactantes que presenta este ensayo es el sufrimiento de la población civil, no solo provocada por las atrocidades de los soldados rusos en sus primeras ofensivas. Alemania y Austria-Hungría se vieron condenadas a la inanición desde que en noviembre de 1914, apenas tres meses después de iniciada la guerra, Gran Bretaña declaró todo el mar del Norte "zona de guerra" y prohibieron el tráfico marítimo hacia Europa Central. El bloqueo, considerado ilegal por la legislación del momento, contribuyó al terrible "invierno del nabo" de 1916-1917 y a la malnutrición que en 1918 mató a más de 400.000 no combatientes de ambas naciones.
El libro está tan bien documentado y es tan vasto que no solo resulta imposible hacer una breve lista con los temas que toca, sino que desborda hasta al momento presente. Quizá una que cabe resaltar, no por obvia, sea lo absurdo de la guerra: murieron más de dos millones de soldados alemanes y en torno a 1,2 millones de militares austrohúngaros -cerca de un tercio de las bajas totales de combatientes-. "Todo fue en vano. En otoño de 1918, ambos Estados se hundieron en la derrota y en la revolución. Austria-Hungría desapareció del mapa. Ninguna otra sociedad se sacrificó más ni perdió tanto", concluye Watson. "Para comprender toda la terrible tragedia del conflicto de 1914-1918, hay que verlo a través de los ojos de los perdedores".