A mediados del siglo I d.C. la élite del pequeño asentamiento romano de Huerta Varona (Aguilar de Campoo, Palencia), un punto clave en el control de las rutas del oro extraído en las minas del noroeste de Hispania, disponía de lujos parecidos a los que se encontraban en grandes villas privadas de Pompeya o en los jardines públicos más exclusivos de la Urbs. En el mismo edificio de las termas, con su característico sistema de calefacción (hypocaustum), se levantó una singular estancia que contenía en su interior una piscina rodeada de canales artificiales por los que circulaba el agua. Una fastuosa experiencia para tratarse de una comunidad rural.
Esta estructura, que acaba de salir a la luz gracias a los trabajos arqueológicos del equipo de Jesús F. Torres Martínez, director del Instituto Monte Bernorio de Estudios de la Antigüedad del Cantábrico (IMBEAC), es excepcional tanto por su planta, con forma de ojo de cerradura, como por los canales perimetrales abiertos, revestidos también, como ocurre con el suelo y las paredes internas de la piscina, con mortero hidrófugo (opus signinum), un material de impermeable y costoso, elaborado y aplicado por especialistas, reflejo de su exclusividad.
La última campaña de excavaciones en esta zona del yacimiento ha permitido recuperar casi intacta la mayor parte de la cimentación y de la estructura interna de la piscina, una de las mejor conservadas de la antigua Hispania romana. El vaso de la piscina y el interior y fondo de los canales perimetrales estaban recubiertos también con una lechada blanca (un mortero muy líquido), lo que otorgaba al conjunto una notable sensación de limpieza y de ambiente saneado, y probablemente las paredes que la protegían estuvieron revestidas de pinturas murales y estucos, como se idealiza en la recreación que ilustra este artículo.
Uno de los principales enigmas que rodean Huerta Varona —su fundación se relaciona con el fin de las guerras cántabras y donde han aparecido restos de objetos metálicos que sugieren la presencia de legionarios, como tachuelas de las sandalias, fíbulas y fragmentos de armas— reside en determinar si este complejo de baños fue de uso público o no. Javier Atienza, doctor en Arqueología Clásica y miembro del equipo de investigación, cree más bien que podría tratarse de una villa privada con una parte destinada a actividades termales (balneus).
"Si fuese así, su propietario sería una persona pudiente capaz de construir este tipo de estructuras con el objetivo de representar su riqueza", explica a este periódico el experto en arquitectura romana. Matiz importante: este tipo de piscinas no tenían una función natatoria como las modernas, no estaban concebidas para hacer largos. "Era simplemente para recibir un baño, una inmersión y poco más. Tendría una profundidad de entre 60-65 centímetros y contaría con bancos para sentarse mientras se estaba sumergido. Eran lugares de ocio y encuentro", añade Atienza.
Torres Martínez añade que se trataría de "una villa que estaría integrada en un vicus, que formaba parte de un núcleo rural que hoy llamaríamos pueblo. Para mí no es contradictorio, y menos en el Alto Imperio romano en un territorio recién conquistado. El ambiente rural de este momento creo que estaría formado por distintos tipos de propiedades, según el nivel económico de cada familia. Del mundo rural romano del norte de España, en este periodo, lo tenemos que descubrir prácticamente todo".
Romanización profunda
La piscina, según los investigadores —han ayudado a su excavación Silvia García Varés, estudiante de Historia del Arte, la arqueóloga Ainhoa Fernández Tudela y la voluntaria Lucía—, no encuentra paralelos en otros yacimientos hispanos. Pero el complejo, a falta de más excavaciones, podría asemejarse a un viridarium, un jardín ornamental con estanques y canales para el disfrute de los sentidos y en los que se recreaba de forma arquitectónica un espacio con lagunas y arroyos. Una de las misiones de las villas romanas, recuerda el arqueólogo, era llevar al campo una pequeña ciudad con termas o triclinios: "Pero a su vez, los propietarios querían llevar la naturaleza a su villa; los canales, por ejemplo, podrían simbolizar ríos".
Hay ejemplos bien documentados de este tipo de estructuras en la Casa de los Vetti o la Casa del Fauno de Pompeya, en la villa de Oplontis o en los denominados Horti Lamiani de Roma. En algunas domus de la Península Ibérica se han identificado posibles viridaria, como en Emerita Augusta (Mérida), Tarraco (Tarragona) o Caesaraugusta (Zaragoza).
"En Huerta Varona la forma de la piscina no es la habitual para este tipo de recintos termales. La combinación en una misma estructura de elementos semicirculares con rectangulares y esos canales de circulación son típicos de los ambientes ajardinados", subraya Javier Atienza. Aunque aparte del hormigón hidrófugo no han aparecido más materiales lujosos como mármoles o grandes lienzos de mosaico —sí se ha descubierto uno de estilo altoimperial en otra estancia de los baños—, el arqueólogo asegura que "no estamos ante un establecimiento temporal, sino que estas estructuras nos hablan de que quien las construyó quería quedarse: estaban destinadas a perdurar".
Los hallazgos en el yacimiento palentino contribuyen a seguir derribando una idea que ha tenido mucho peso: que el norte peninsular fue una suerte de confín olvidado y que solo se romanizó superficialmente. "Aquí había una romanización y un nivel de vida muy potentes porque estas cosas están en Italia central, entre los ciudadanos pudientes de allí, y esta gente de Huerta Varona las tiene. Es el mismo nivel de Roma y de Pompeya", sentencia Jesús F. Torres Martínez. "El mosaico del complejo termal está perfectamente datado en torno a mediados del siglo I d.C., lo que nos indica que en esa época la zona de Huerta Varona estaba tan romanizada como otros territorios de Hispania y del Imperio romano", cierra Javier Atienza.