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Inventó el primer transbordador apto para el transporte público de personas, el control remoto, la primera máquina capaz de jugar al ajedrez con un humano, una especie de calculadora analógica para resolver ecuaciones matemáticas y patentó un nuevo tipo de dirigible trilobulado que solucionaba problemas de estabilidad y que fue muy utilizado por los ejércitos francés e inglés en la I Guerra Mundial para la protección de convoyes y la lucha antisubmarina. Sin embargo, Leonardo Torres Quevedo (1852-1936), al que también se le considera el precursor de la inteligencia artificial, es un personaje olvidado en la historia de la ciencia española.

El ingeniero y matemático es, a juicio del académico José Manuel Sánchez Ron"el mejor ingeniero español de todos los tiempos". Nacido en un pequeño pueblo de Santander, Torres Quevedo heredó de su padre, ingeniero de ferrocarriles, la afición por las matemáticas. Se formó en Bilbao y París y heredó de una pariente una enorme fortuna —"muchos millones de reales"— que le permitiría independizarse y dedicarse de lleno a sus investigaciones e inventos.

Leonardo ingresó en 1871 en la Escuela Oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, pero interrumpió sus estudios para volver a Bilbao en 1873. Durante el asedio carlista participó en la defensa de la ciudad incorporándose al batallón de los Auxiliares, una milicia popular formada por voluntarios liberales. De vuelta a Madrid finalizó su carrera siendo el cuarto de una promoción de siete alumnos. A continuación emprendió un largo viaje por Europa para empaparse de los últimos avances científicos y técnicos. Recluido en su natal valle de Iguña, empezó a desarrollar todo tipo de patentes.

Grupo de personas en el Teleférico de Ulia. Wikimedia Commons

En este ambiente de radical aislamiento científico e industrial inventó el "transbordador" —denominación brindada a su tipo de teleférico aéreo: "vehículo que surca los aires, suspendido de cables, entre dos puntos elevados del terreno"—, concebido como primer vehículo de este género para transporte de personas. Probó su idea en Modello, salvando un desnivel de unos 40 metros y con 200 m de longitud, y presentó el proyecto en Suiza, pero los científicos del país helvético se mofaron de él. Hasta 1907 no construyó el primer modelo, en el monte Ulía de San Sebastián. Su gran éxito en este campo fue el Spanish Aerocar en las cataratas del Niágara, un funicular aéreo sobre un gigantesco remolino instalado entre 1914 y 1916.

Los trabajos científicos que otorgaron reconocimiento internacional al matemático e ingeniero de caminos, no obstante, fueron las "máquinas algébricas", consideradas en su tiempo como un suceso extraordinario de la ciencia española y que permitían resolver ecuaciones de ocho términos. Deberían llegar los progresos de la electricidad y la aparición de la electrónica, así como el progreso de la metrología, para que el mundo de las calculadoras y tecnológico cambiaran drásticamente y sus prototipos de calculadoras analógicas de tipo mecánico de Torres Quevedo fueran sustituidas.

La frenética actividad de trabajo, inventiva y creatividad del matemático, que ingresó en 1901 en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, le empujó a firmar otros avances extraordinarios. Su proyecto de dirigible, respaldado por el Gobierno español con la creación del Centro de Ensayos de Aeronáutica en 1904, desembocó en los conocidos como Astra-Torres, muy veloces y utilizados durante la Gran Guerra para labores de protección y exploración de la costa. Años más tarde comenzó a diseñar un dirigible transatlántico llamado Hispania que debía completar la primera travesía aérea entre España y América; proyecto que se vio retrasado por falta de financiación.

Al mismo tiempo, Leonardo Torres Quevedo patentó un sistema "para gobernar a distancia un movimiento mecánico". Su famoso Telekino fue concebido en sus inicios con la finalidad de dirigir desde tierra el vuelo de sus dirigibles, evitando el pilotaje humano para garantizar la seguridad de las personas. "Puede considerarse como lo primigenio en automática y en mando a distancia. Es un autómata que ejecuta las órdenes que se le envían (por telegrafía sin hilos). Y constituye el primer aparato de radiodirección (o teledirección) del mundo: con él se introduce el mando a distancia mediante ondas hertzianas", analiza el catedrático y académico Francisco González de Posada en la entrada del Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia dedicada al científico.

El hijo de Gonzalo Torres Quevedo, Lorenzo, en una exhibición del Ajedrecista. Wikimedia Commons

Sus concepciones sobre automática también desembocaron en el aritmómetro electromecánico, una calculadora digital que podía realizar las cuatro operaciones elementales. La máquina, que disponía de diferentes unidades —aritmética, de control, pequeña memoria y una máquina de escribir como sistema de salida—, prodía considerarse el primer ordenador moderno de la historia, según Francisco A. González Redondo, profesor titular de Historia de la Ciencia en la Universidad  Complutense. Fue la última publicación propiamente científica de Torres Quevedo presentada, como otros muchos de sus trabajos, en la Academia de Ciencias de París en 1920.

Además del indicador de coordenadas, un aparato para tomar discursos sin taquígrafo, una balanza automática, una embarcación de dos flotadores, un proyector didáctico o un puntero proyectable, antecesor del puntero láser, otro de sus inventos más famosos fue el Autómata Ajedrecista, un mecanismo que jugaba un final de una partida de ajedrez con rey y torre como si fuera una persona, respondiendo con absoluta precisión a las jugadas que se le planteaban —alertando incluso sobre las no permitidas— y siempre dando mate. Está considerada como una de las primeras manifestaciones de inteligencia artificial.

El ingeniero ingresó en 1920 en la Real Academia Española y toda su obra fue enormemente reconocida a nivel internacional. Maurice d'Ocagne, presidente de la Academia de Ciencias de París, lo definió como "el más prodigioso inventor de su tiempo". Muerto el 18 de diciembre de 1936 en el Madrid asediado y bombardeado por los aviones de Franco, su figura fue cayendo paulatinamente en el olvido.