Los pollos sagrados que provocaron una de las mayores catástrofes navales de la Antigua Roma
- El cónsul Publio Claudio Pulcro no hizo caso a los augurios de un ritual ancestral y su flota fue aniquilada por las naves cartaginesas en 249 a.C.
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En la mentalidad romana, todos los triunfos que se registraban en la esfera bélica se consideraban logros dependientes de la aprobación de los dioses. Por eso antes de iniciar acciones militares se oficiaba una serie de rituales ancestrales, se realizaba un devoto seguimiento de los presagios sobrenaturales o se juraban promesas de satisfacer los votos profesados en caso de finalizar de forma exitosa la empresa. Y eso mismo, seguir la tradición, fue lo que hizo el cónsul Publio Claudio Pulcro en el año 249 a.C.
Roma y Cartago, la otra gran potencia del Mediterráneo en ese momento, se disputaban las aguas frente a la costa occidental de Sicilia y el puerto de la ciudad de Drépano en el contexto final de la primera guerra púnica. El comandante de la armada romana en el Mare Nostrum, al mando de una flota integrada por más de un centenar de naves equipadas con un arma revolucionaria, el corvus, debía entrar en combate y derrotar a las embarcaciones del almirante cartaginés Adérbal.
A fin de cumplir con sus obligaciones religiosas antes de entablar combate, Publio Claudio Pulcro ordenó la consulta de los pollos sagrados. La observación de los pájaros, su canto y su vuelo, era una de las formas preferidas por los romanos para leer las respuestas divinas. Las criaturas cargadas en los trirremes eran cuidadosamente seleccionadas porque de ellas, como instrumentos de una voluntad sobrenatural, emanaba la predicción del futuro. Es decir, su comportamiento, según el mundo de creencias de esta civilización antigua, venía determinado por la providencia divina.
El ritual, el auspicio, consistía en liberar a los pollos frente a un poco de comida. Si se abalanzaban sobre ella significaba que Júpiter daba su consentimiento para la acción militar que los romanos estaban a punto de llevar a cabo. Por el contrario, se interpretaba como un mal augurio que las aves no se mostrasen interesadas en comer. No es muy rebuscado pensar que la supuesta voluntad de los dioses podría ser fácilmente manipulada dejando a los animales un par de días sin alimento.
Sin embargo, en Drépano se registró un episodio extraordinario, o al menos así lo revistieron las fuentes clásicas con una clara intención moralizante. El cónsul romano, pese a que estaba muy convencido de las favorables condiciones que se presentaban, decidió cumplir con la tradición y consultó a los pollos, aunque ya sobre la cubierta del barco y con los soldados equipados y dispuestos para el combate. El problema es que las criaturas se negaron a ingerir el alimento por alguna razón desconocida.
Normas de culto
Impaciente e irritado por el plantón de los pollos, Publio Claudio Pulcro, en un arrebato de ira, se olvidó de los reparos religiosos y arrojó a las desafiantes aves al mar, exclamando: "Puesto que no quieren comer, que beban". Luego se dirigió a la batalla con la certeza de alcanzar el triunfo. Sin embargo, el enfrentamiento contra la flota cartaginesa fue absolutamente nefasto para la marina romana. El cónsul perdió cerca de un centenar de naves y miles de hombres durante una contienda iniciada, desde el principio, en condiciones a todas luces desfavorables.
La batalla nival librada en las inmediaciones del puerto de Drépano significó para Roma una de las mayores catástrofes, una de las peores derrotas, que había sufrido hasta entonces. Tendría que pasar una década para poder reconstruir una fuerza marítima que les permitiese alcanzar la victoria definitiva en la primera guerra púnica en el año 241 a.C. Claudio Pulcro, señalado por la opinión pública como el responsable del desastre por su actitud impía, fue juzgado en la Urbs más por el sacrilegio cometido que por su incapacidad militar. Si bien unas fuentes señalan que fue enviado al exilio, otras sugieren que finalmente no fue condenado.
"Según la creencia romana, el éxito en cualquier campo de batalla solo era posible de acuerdo con la voluntad divina. Cada desviación de esta norma se traducía en una reducción deliberada de las posibilidades de victoria", explican Marianne y Pedro Barceló en Momentos singulares de la Antigüedad (Alianza). "Un requisito imprescindible para conseguir el beneplácito del más allá era siempre el escrupuloso cumplimiento de los rituales prescritos. De esta forma se establecía una indisoluble relación entre los implorantes y los otorgantes".
Se dice también que a raíz de este episodio el malogrado comandante de la escuadra romana recibió de sus coetáneos el calificativo de asinus, "el asno". Lo que está claro es que los antiguos romanos no culpaban a los dioses de sus desgracias, sino a las personas responsables de quebrar el sistema y las normas de culto: solo de esta forma se podían explicar tragedias como la provocada por el inconsciente Publio Claudio Pulcro.