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Juan Eslava Galán ha sido capaz de cultivar con pericia un género literario poco explotado en España: el ensayo de divulgación histórica en el que casi se le brinda más protagonismo a la forma de narrar que al propio contenido. La receta ha resultado innegablemente exitosa: según su editorial, Planeta, en la que lleva publicando toda la vida, la serie de Historia contada para escépticos acumula más de un millón de ejemplares vendidos. No hay tesis realmente novedosas en sus libros, sino mucha atracción por las anécdotas, relatadas con un muy particular y descarado estilo y mucho sentido del humor. Quizá el mejor ejemplo de ello sea el divertidísimo La familia del Prado (2018).

La décima entrega de este personalísimo proyecto la dedica Eslava Galán, todavía infatigable escritor a los 76 años, a la "aldeíta que ocupó el mundo", un "villorrio" que fue capaz de levantar "un Imperio casi por casualidad, sin apenas proponérselo". En Historia de Roma contada para escépticos, poco más de cuatrocientas páginas y capítulos fugaces, traza una radiografía de "una aventura de mil años" de la Urbs y todas sus contradicciones, abordando figuras de emperadores vilipendiados, banquetes que desembocaron en borracheras y muchas guerras. 

"El resto de los libros han sido ensayos para escribir este: lo que más me ha interesado en el mundo ha sido la historia de Roma. Me lo debía a mí mismo, era muy importante para mí escribir esta obra. Donde ha estado Roma he procurado estar yo", asegura el escritor y divulgador.

"El curso del Imperio: Destrucción". Cuadro de 1836 Thomas Cole Sociedad Histórica de Nueva York

El libro se inaugura con una famosa frase de Edward Gibbon, autor de la influyente y superada Historia de la decadencia y caída del Imperio romano: "En la historia de Roma podemos ver el orto y el ocaso de una civilización, desde la semilla a la leña ya troceada, lista para el fuego". "De Roma lo sabemos todo, o lo vamos sabiendo todo. Viendo cómo sube esta civilización y cómo se consume se puede establecer un paralelismo con lo que somos nosotros ahora: porque nosotros somos Roma", opina Eslava Galán. Y añade: "En la decadencia que estamos viviendo —la civilización cristiana occidental que llegó a su culmen en el siglo XIX se ha suicidado a través de dos guerras mundiales— también nos estamos pareciendo a Roma". 

¿Cuál es el gran legado de la Antigua Roma? El escritor lo tiene claro: el idioma y el derecho. "Los únicos pueblos que se rigen realmente por la ley, aunque también la transgredan fácilmente, son los occidentales, los que somos Roma. Lo peor es la corrupción: Roma era muy corrupta y nunca dejó de serlo, lo mismo que nosotros".

Máquina de guerra

Tras adentrase en las guerras mundiales, la conquista de América o la Revolución francesa, Eslava Galán se remonta hasta la época romana para ofrecer una visión completa, rigurosa y entretenida para entender su expansión o el fervor que suscitaban los espectáculos públicos. "Los romanos tienen muchísimo que enseñarnos porque seguimos siendo romanos: lo que estamos viviendo lo vivieron ellos antes. Si fuésemos inteligentes sacaríamos lecciones, porque la historia es una gran maestra de la vida", apunta. "Roma siempre es un ejemplo, un espejo en el que mirarnos".

Portada de 'Historia de Roma contada para escépticos'. Planeta

El doctor en Letras y Premio Planeta en 1987 lamenta, sin embargo, la visión deformada que existe de la Antigua Roma por culpa de las películas y los péplum de Hollywood: "La tenemos idealizada por la influencia del cine, parece que están continuamente de cachondeo cuando en Roma hay un comercio intensísimo —el aceite que se criaba en la Bética se encuentran ánforas en lugares tan lejos como la India o Inglaterra—, están poniendo en contacto a unos pueblos con otros (...) El comercio y la mundialización son cosas que ya existían con el Imperio romano".

Si tuviese que escoger un personaje de la extensa nómina de gobernantes, militares o políticos romanos, Eslava Galán se queda con Heliogábalo, el extravagante adolescente sirio que reinó entre 218 y 222 d.C. y, entre otras muchas depravaciones, transgredió las normas tradicionales de género maquillándose, vistiendo con ropas de mujer y luciendo pelucas. "Tuvo cinco esposas y se casó con otros dos hombres: lo abarcaba todo", resume el autor, como si no hiciese falta añadir nada más.

"De ciertos emperadores romanos solo sabemos lo que dicen de ellos sus detractores y no tenemos la otra versión", continúa —no se ahorra críticas a las fuentes clásicas, como Suetonio, a quien califica de "bocachancla"—. "De Calígula podemos decir que nunca nombró cónsul a un caballo, pero de otra parte no le habría ido peor el Imperio romano si el caballo fuera el cónsul, del mismo modo que en otros lugares de Occidente [hoy en día] iría mejor el gobierno si hubiera un caballo al frente". 

Además de las cuestiones sociales, como la importancia de la esclavitud en el engranaje del Estado, Eslava Galán subraya en su relato la inteligencia de la máquina de guerra romana: "Decían siempre que combatían en el cambo de maniobras como si fuera la batalla y en las batallas como en el campo de maniobras. Eso fue lo que hizo de las legiones una máquina de guerra perfecta".