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Las escalofriantes imágenes provocadas por la gota fría en la provincia de Valencia encuentran desgraciadamente paralelismos en el pasado. La arqueología ha desvelado que la ciudad del Turia sufrió inundaciones entre la fundación del asentamiento, en el año 138 a.C., y el siglo III d.C. Sin embargo, las primeras noticias sobre riadas desastrosas aparecen en época medieval, una vez que el rey Jaime I conquistó la urbe y la incorporó a los dominios de la Corona de Aragón. Dos de las primeras ocurrieron en 1321 y 1328 y provocaron el colapso de numerosas casas dentro y fuera de las murallas.

Pero una de las más catastróficas tuvo lugar el 27 de septiembre de 1517. Valencia se preparaba para una semana de festejos para celebrar la llegada del nuevo rey a España: el futuro emperador Carlos V había desembarcado el día 20 en un pequeño pueblo de Asturias, acontecimiento que iba a cambiar la historia de España. Según las crónicas, la lluvia llevaba golpeando a la ciudad del Turia durante más de un mes y ese mediodía al fin paró. Lo que pudo ser interpretado por los valencianos como un presagio positivo sobre el flamante monarca no fue más que un espejismo.

Ese 27 de diciembre se registró una doble avenida del río: la primera entre las 3 y 4 de la tarde y la segunda al anochecer, hacia las 9 horas. Según explica el climatólogo José Ángel Núñez Mora, se han conservado varios documentos que exponen los acontecimientos de aquella trágica jornada. El Libro de Fastos Consulares o Memorias Diarias de València relata que se derrumbaron cientos de casas y hubo centenares de víctimas. La fuerza de la riada provocó el derrumbe de tres de los cinco puentes de los que disponía en ese momento la ciudad: el del Real, el de Serranos y el Nou; y se llevó los antepechos del de la Trinidad.

Según el Libre de Antiquitas, una obra que recoge noticias y acontecimientos reseñables de los siglos XVI y XVII que se conserva en la catedral de Valencia, se detalla que "vino el río de Valencia tan crecido, que subió por encima de los puentes y entró [en la ciudad]". Otras localidades de la región, como Sumacàrcer, Gavarda, Alzira o Algemesí, también se vieron afectadas por las lluvias torrenciales: la crecida del Júcar desembocó en el derrumbe de centenares de casas en estos sitios. Más al interior, en Requena, afectada por la DANA de estos días, 1517 pasó a ser recordado como "el años del aguaducho".

El rey Carlos V tuvo rápidas noticias del desastre hidrológico. El 3 de octubre los Jurados de la localidad remitieron al soberano una carta en la que se referían a los destrozos provocados por el agua: "Dumenge prop pasat, que contaven XXVII del prop pasat mes de Setembre, a les quatre hores de migjorn, es vengut tan gros lo Riu daquesta Ciutat, y ha derrocat moltes diverses cases, y en los ravals de la ciutat per lo semblant: tres ponts de cinch que hia, ha derrocat los tres".

"En la historia contemporánea de Valencia, desde inicio del siglo XIX, no hay ningún episodio de lluvias que haya tenido una extensión espacial similar al de la riada de 1517, abarcando de forma simultánea a los dos grandes ríos de la provincia y al interior de ésta", expone Núñez Mora. De hecho, el ilustre climatólogo Inocencio Font afirmó que esta inundación "fue consecuencia de una de las mayores riadas registradas en los últimos mil años".

El escritor e historiador Gaspar Escolano (1560-1619) recogió en una de sus obras una leyenda nacida a raíz del suceso conocida como "la bestia del día de San Miguel" y que formó parte de la memoria popular valenciana durante siglos. El día 28 de septiembre, algunos vecinos aseguraron haber visto andar bramando a un león por las calles de la ciudad que aparecía y desaparecía. El cronista pensó "que aquel era el ángel percutiente, comisario de la justicia de Dios, a quien se había cometido el castigo de nuestra ciudad. Pero quien quiera que él fuese, le quedó nombre de león de la Germania".