Ridley Scott ya debería tener curados de espanto a los espectadores que se acerquen a sus películas aguardando un mínimo rigor histórico. Le ha dado completamente igual pervertir la historia de las cruzadas en El reino de los cielos (2005) que imaginarse a Napoleón pegando cañonazos contra las pirámides del Antiguo Egipto. Y está en su derecho: todo cabe en la ficción. Ahora, con Gladiator II, presenta un nuevo y fantasioso espectáculo con tiburones en el Coliseo, monos asesinos sobre la arena y senadores leyendo periódicos en lo que se asemeja a un café moderno que en nada se ajusta a la realidad romana y a la época en la que el filme está ambientado.
La línea cronológica es precisamente una de las cuestiones más tramposas del filme. Al principio se anuncia que la trama se desarrolla en el año 200, casi dos décadas después de los acontecimientos de la primera entrega. Sin embargo, los emperadores son Caracalla (Fred Hechinger) y Geta (Joseph Quinn), los hijos de Septimio Severo, princeps que gobernó hasta su muerte en 211.
Según la historia real, Caracalla mató ese mismo año a Geta y reinó en solitario hasta 217, cuando fue asesinado mientras orinaba. El golpe de Estado encumbró a Macrino (Denzel Washington), quien no era un liberto, sino un abogado de éxito, administrador de alto rango y comandante de la guardia imperial nacido en el norte de África, que gobernó solo unos meses previa muerte violenta.
En la película, todos estos hechos ocurren en unos días, o al menos es lo que parece. "Es igual de barato e igual de caro poner el rótulo del año 200 que el de 211. Me pregunto por qué eliges el error histórico cuando eso se mira en la Wikipedia en tres minutos, no necesitas a un historiador", explica a este periódico Néstor F. Marqués, arqueólogo y divulgador creador del proyecto Antigua Roma al Día. Su opinión de Gladiator II es que se trata de "un péplum del siglo XXI": "Es una fantasía ligeramente basada en nombres de personajes históricos, incluida la ciudad de Roma y toda la ambientación. Una película que tira de nostalgia milenial. Me gusta el concepto de recuela: una secuela pero haciendo un remake de la primera".
Una opinión similar comparte María Engracia Muñoz Santos, doctora en Arqueología Clásica por la Universidad de Valencia y coautora de Gladiadores. Valor ante la muerte (Desperta Ferro): "Entretenida, pero fantasía. Si vas a ver esta película no vas a ver una de romanos, sino ciencia ficción y lucha política. No es un péplum al estilo, es la decadencia política". Y añade: "Para mí una película buena de romanos es la que salgo del cine y el corazón lo tengo lleno, palpitando, sintiéndome victoriosa como si fuese yo la que hubiese luchado. No tiene nada de eso".
Desde el primer tráiler, los análisis sobre la historicidad del filme se han centrado sobre todo en lo que ocurre dentro del Coliseo. La primera duda era saber si se realizaron batallas navales (naumaquias) en el anfiteatro Flavio. Dion Casio escribe con total convicción que "Tito llenó repentinamente la arena con agua e introdujo en ella caballos y bueyes que habían aprendido a nadar" y describe la recreación de un choque ficticio que tuvo lugar en el siglo V a.C. entre los barcos de las ciudades de Córcira y Corinto. Por su parte, Suetonio habla de espectáculos acuáticos, como la "naumaquia de Augusto", aunque sin precisar el escenario —en Roma se construyeron espacios destinados a este tipo de fastuosos eventos—.
"Evidentemente, este espectáculo extraordinario no habría sido posible en el edificio tal como está en la actualidad, porque no hay manera que los cimientos de la arena (con sus intrincados ascensores y demás artilugios para elevar a los animales) pudieran ser impermeables", escriben Keith Hopkins y Mary Beard en El Coliseo (Crítica). Según la mayoría de investigadores, las primeras subestructuras datan del reinado de Domiciano, de finales del siglo I d.C. por lo que la naumaquia de Gladiator II sería imposible. Añadir tiburones, por mucho que lo haya querido defender Ridley Scott enarbolando la pericia de los romanos, es una "locura tremenda", según Pedro Huertas, responsable del proyecto Roma no se hizo en un día.
El también arqueólogo dice que "a nivel de ambientación todo está mal, ni el Coliseo está bien hecho", y señala otro patinazo: en la batalla naval que tiene lugar en una ciudad del norte de África algunos actores visten con unas armaduras de 400 años antes, como soldados romanos de la segunda guerra púnica. "Han puesto cotas de malla metálica, cascos del tipo Montefortino, de herencia helenística, pero están completamente descontextualizados", lamenta el autor de Coronas de laurel, un caballo en el Senado y la nariz de Justiniano (Principal).
La historiadora Patricia González, autora de Soror. Mujeres en Roma (Desperta Ferro), incide en estos problemas en un artículo publicado en la web de la editorial: "La ambientación de una Roma blanca y sin pintar, mujeres desveladas y escotadísimas, de senadores con periódicos, responde más a un imaginario colectivo difícil de desterrar que a la realidad histórica. Pero es que Roma se ha convertido en un 'no-lugar' en que situar nuestras fantasías de masculinidad y épica, que en un lugar real que recrear".
En el apartado de las luchas de gladiadores, la película repite errores de la primera, como los pulgares hacia arriba y hacia abajo o las luchas masivas y desordenadas, de mayor espectacularidad para la gran pantalla —lo más habitual fue el combate singular—. Y además añade escenas todavía más inverosímiles, como reflejar a un luchador cabalgando sobre un rinoceronte. En el programa de estos espectáculos había cazas de animales (venationes), donde se demostraba el dominio de Roma sobre la naturaleza, pero no se trata más que de otra de las fantasías que Scott considera divertidas.
"Lo que me ha gustado son las ejecuciones: aparecen de varios estilos, aunque erróneas, sí, fantasía pura y dura. Tienen algo de verosimilitud pero están más basadas en películas anteriores que en la realidad romana", comenta María Engracia Muñoz Santos. "Muchas escenas me recuerdan al arte, al romanticismo, a la decadencia, a la época anterior a la Revolución francesa...", amplía, identificando guiños de filmes como Espartaco (1960), La espada y la cruz (1958) e incluso La guerra de las galaxias.
Néstor F. Marqués, que en unos días publica nuevo libro, Gladiadores (Espasa), pone un punto de optimismo: "Me ha gustado ver algún casco de gladiador, de verdad, que en la primera no había. Algo es algo". El también autor de La Roma de Constantino (Desperta Ferro) tenía claro que no iba a ver una película rigurosamente histórica y así se lo ha tomado: "A mí me ha divertido mucho, y esto lo digo como arqueólogo e historiador, porque tiene algunos guiños que no son a propósito y que me han hecho mucha gracia y otros que se nota que hay algún asesor histórico al que de vez en cuando le han dejado meter algún detallito: alguna inscripción, algún grafito en latín bastante obsceno...". Detallitos para los muy entendidos.