La batalla con la que Napoleón rindió Madrid: descubren los cadáveres de 38 de sus soldados
- Las excavaciones en el castillo de Buitrago de Lozoya, donde los franceses establecieron una guarnición, identifican cinco fosas comunes.
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En octubre de 1808, Napoleón Bonaparte controlaba toda Europa occidental salvo una notoria excepción: España. El día 13 escribió a su hermano José: "Esta guerra podría terminarse con una sola zambullida si se llevase a cabo una maniobra inteligente, pero para eso yo tendría que estar allí". Era la única manera de revertir los reveses franceses, sobre todo el de Bailén. El 5 de noviembre se encontraba ya en Vitoria, lamentando los problemas logísticos que sufría su ejército. "Estoy bastante bien y espero que todo esto haya terminado pronto", confesó a Josefina antes de partir a la conquista de Madrid.
Tras asumir el mando de las unidades galas situadas en los Pirineos, Napoleón lanzó con presteza una campaña en la que derrotó a los españoles en Espinosa de los Monteros, Gamonal y Tudela. A las 3 de la mañana del 30 de noviembre se encontraba en el puerto de Somosierra, que custodiaba la entrada a la capital. Calentándose al fuego y envuelto en un "soberbio abrigo de pieles" que le había regalado el zar Alejandro, se "veía a punto de embarcarse en un asunto importante, y no podía dormir".
La batalla de esa jornada se saldó con el triunfo de sus 11.000 hombres, que vencieron a las fuerzas españolas, cuyos 7.800 soldados retrocedieron y tuvieron que ceder el puerto y 16 cañones. Una de las escenas más memorables del choque la protagonizaron los lanceros polacos de la Guardia Imperial con una carga montaña arriba para despejar la carretera hacia Madrid. Pero antes de entrar en la ciudad y restablecer la autoridad francesa —"No invado España para poner a un miembro de mi familia en el trono, sino para revolucionarla", presumía el corso—, descansó un par de noches en Buitrago de Lozoya, a unos 80 kilómetros de su objetivo.
Allí, durante unos trabajos de restauración del castillo de los Mendoza, construido entre los siglos XIV y XV, los arqueólogos han documentado cinco fosas comunes con los esqueletos de 38 soldados de la Grande Armée de Napoleón. Los restos humanos, identificados entre los rellenos de la fortaleza, han aparecido acompañados de botones que estos militares llevarían en su uniforme y que indican que pertenecían a los regimientos de infantería de línea 63.º y 94.º del ejército galo, unidades que habían participado en los combates previos a Somosierra y sufrido considerables bajas.
Según ha explicado Juan José Cano Martín, el responsable de la excavación y fundador de la empresa Reno Arqueología, los cuerpos probablemente estén relacionados con la batalla de Somosierra o con alguna escaramuza posterior. Otra hipótesis, aunque de menor peso entre los investigadores, es que sean víctimas de la apresurada retirada francesa en 1813. Las tropas de Napoleón contaron con una guarnición en Buitrago durante todo este tiempo y donde instalaron un hospital militar: se ha conservado documentación que refleja cómo los pueblos del entorno tuvieron que abastecer a los militares y proporcionar mano de obra para labores de fortificación de la plaza.
Los cuerpos, según los análisis arqueológicos y antropológicos, fueron arrojados a las fosas comunes al mismo tiempo —se han encontrado en el mismo nivel de rellenos del castillo— y sin aparente cuidado, reflejo de una coyuntura de tensión bélica. Cano Martín ha explicado a ABC que se trata de soldados jóvenes, con edades comprendidas entre los 25 y 30 años, y con evidencias de muertes violentas: uno de ellos, por ejemplo, fue cercenado por un sablazo lanzado desde arriba.
La ciudad de Madrid se rindió finalmente a Napoleón a las 6 de la mañana del 4 de diciembre de 1808. El emperador permaneció en su cuartel general en un caserón de Chamartín, a las afueras de la ciudad, y solo entró de incógnito una vez para inspeccionar el Palacio Real desde donde iba a gobernar José I. Se sorprendió al ver, tras los sucesos del 2 de mayo, que los españoles habían dejado intacto no solo el edificio, sino también la bodega y el cuadro de Jacques-Louis David que le representaba cruzando los Alpes de manera triunfal.
Se quedó en Madrid hasta el 22 de diciembre, pero ávido de acción emprendió la persecución de una fuerza británica liderada por el general sir John Moore. Poco después del día de Año Nuevo de 1809, en plena ventisca por la sierra de Guadarrama, Napoleón fue alertado de una serie de preocupantes movimientos austriacos que aventuraban el estallido de un nuevo conflicto bélico. Regresó a Francia y le entregó el mando de sus ejércitos al mariscal Nicolas Soult. Nunca más volvería a poner sus pies en suelo peninsular.