A lo largo de la historia, España y Portugal han tenido diversas disputas territoriales, políticas y diplomáticas, algunas de las cuales han influido en la configuración geopolítica de la Península Ibérica y el mundo.

Y entre estos conflictos resulta curioso uno que lleva vivo desde hace casi más de cinco siglos y que pone sobre la mesa la disputa de unas tierras ubicadas frente a Tenerife. Concretamente, se trata de un archipiélago que está compuesto por tres islas: Salvaje Grande, Salvaje Pequeña e Ilhèu de Fora.

Se trata de un archipiélago completamente yermo, en el que no vive nadie y que prácticamente no está provisto de nada, es decir, ni siquiera hay apenas árboles ni aguas corrientes. Está situado a unos 170 kilómetros de Canarias y a unos 280 kilómetros de Madeira.

En cuanto a la historia de estas islas, existen diferentes teorías sobre su descubrimiento. Por un lado, se cree que fue el navegante portugués Diogo Gomes el que, en 1460, al regresar de una expedición de Guinea, encontraría el archipiélago y, por lo tanto, pasarían a ser de su dominio.

Sin embargo, otra teoría indica que estas islas ya habrían sido propiedad de Jean de Bethencourt, que ya las habría encontrado unas décadas antes durante los primeros compases de la conquista de Canarias.

En cualquier caso, no solamente han sido atribuidas a los hombres anteriormente mencionados, sino que según indica Lázaro Sánchez-Pinto, conservador del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife, en el dosier Las Islas Salvajes, sus descubridores podrían habrían sido otros: "Figura en el mapa de los hermanos Pizzigani, fechado en 1367, pero hasta entonces nadie había reclamado su propiedad".

Lázaro Sánchez-Pinto también cuenta que los portugueses, a principios del XVI, construyeron una cisterna en la parte alta de Salvaje Grande para recoger agua de lluvia, y además introdujeron animales, concretamente cabras y conejos.

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En consecuencia, sería a partir de ese momento cuando el interés de los portugueses por este territorio haría a los españoles defenderse al considerar que, por proximidad a las Islas Canarias, este territorio les pertenecería. 

El conflicto continuó cuando en 1881, España le propuso a Portugal levantar un faro en las Islas Salvajes con el objetivo de mejorar la seguridad de las embarcaciones. 

Sin embargo, los portugueses se negaron a esta construcción conjunta en tanto que consideraban que aceptar este acuerdo sería una muestra de una soberanía compartida, algo que rechazaban por completo al querer estos territorios únicamente para ellos.

Posteriormente, a principios del siglo XX los portugueses empezaron a actuar como si estos territorios directamente les pertenecieran. En consecuencia, realizaban construcciones, así como expediciones científicas y de pesca.

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Fue en el año 1938 cuando la Comisión Permanente de Derecho Marítimo le otorgó a Portugal estas islas. En cualquier caso, quedaba pendiente la actuación de España que todavía podía pedir un recurso. Sin embargo, no lo hizo debido a los conflictos internos que se estaban viviendo en el territorio español.

Además, los portugueses ya consideraban desde años anteriores que estas islas les pertenecían. Y más concretamente, desde 1932 ya constituían una propiedad particular: eran de un banquero de Madeira llamado Luis da Rocha Machado, que lo habría convertido en un coto de caza para su uso particular.

Posteriormente, Portugal adquiriría estos territorios. De hecho, fue 1971 cuando el archipiélago fue adquirido por el Estado portugués a este propietario privado. Desde entonces, estas islas serían territorio portugués.

Sin embargo, España ha mantenido su interés en las islas, debido principalmente a su cercanía con las Islas Canarias, lo que genera una disputa sobre la delimitación de las zonas económicas exclusivas (ZEE) de ambos países en el Atlántico.