Riesgo, tiempo y dinero. Son las tres variables clave a las que atender en el ecosistema de las inversiones y, de acuerdo a cómo se combinen, se pueden describir tres perfiles de inversor marcados por la aversión al riesgo: conservador, moderado o agresivo. Sin embargo, el amplio abanico de opciones con las que cuenta el inversor ha fomentado que, junto a este esquema clásico, aparezcan nuevas clasificaciones de acuerdo al interés temático o las posibilidades tecnológicas que existen.
La gran diferencia entre las tres tipologías de inversor del modelo tradicional surgen, principalmente, a partir del riesgo que se está dispuesto a asumir, y que lleva a optar por un tipo de producto u otro. Por supuesto, todos buscan la máxima rentabilidad en el menor tiempo posible, pero las alternativas que ofrecen los mayores ratios son aquellas que exigen al inversor que asuma una mayor incertidumbre. El riesgo cero no existe en este campo y por eso también son muchos los que no están dispuestos a arriesgar más de lo necesario. Estos, con un sesgo más moderado o conservador, también pueden encontrar opciones a su medida, a costa de obtener un rendimiento menor.
Este es el cuadro clásico de personalidades que suele retratar a todos los inversores. Sin embargo, los límites entre un tipo y otro están cada vez más diluidos. En la actualidad existe una concepción de las inversiones más amplia y versátil, de tal modo que ese sesgo personal en base a las tres variables tradicionales ha perdido protagonismo frente a otras tipologías que van más allá de los productos financieros clásicos y que aplican estrategias más alineadas con los tiempos que corren.
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Contra la COVID-19, invertir más allá de las farmacéuticas
Por ejemplo, se ha profundizado en el concepto de las inversiones temáticas. En estas, los fondos se destinan a alternativas que giran en torno a un campo determinado y del que se espera que viva un momento de expansión. Son muchos los expertos que reconocen que, incluso en un paradigma que favorezca a una actividad concreta, es difícil acertar con la empresa que pueda dar los mayores beneficios. Por eso, una estrategia cada vez más en boga es apostar por un ámbito del que se espera una mayor rentabilidad a medio y largo plazo a través de sus manifestaciones. Esto supone una diversificación natural de la cartera que rompe, de alguna manera, con los esquemas habituales, más anquilosados en mercados regionales o sectoriales.
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Hay infinidad de ejemplos de este tipo de inversiones pero uno de los más obvios y relacionados con la actualidad es el sanitario. Si bien es cierto que la pandemia ha sacudido los cimientos de la sociedad en general, y de la economía en particular, haciendo zozobrar los mercados mundiales y comprometiendo la viabilidad y la rentabilidad de muchos proyectos de todo tipo, en otras áreas el coronavirus se ha visto como una oportunidad que no ha pasado desapercibida para los inversores.
En este contexto, se ha invertido mucho dinero en las compañías farmacéuticas, por ejemplo. Algo lógico dado que han tenido que redoblar esfuerzos para investigar tratamientos o vacunas contra la COVID-19 y se han revalorizado a medida que han ido anunciando sus avances. Alcanzar el éxito en los laboratorios es un proceso que normalmente dura muchos años y que, desde el punto de vista de la inversión, solo tendría sentido a medio y largo plazo. Sin embargo, dada la urgencia del momento, estas empresas están atrayendo mucha financiación.
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Pero el quid de la cuestión que lleva la inversión desde un sector como el farmacéutico hasta una concepción temática más amplia es que, además de este tipo de empresas, también se contempla la inversión en otras compañías que, sin ser necesariamente del mismo sector, también trabajan en actividades complementarias. Por ejemplo, aquellas que fabrican material sanitario o instrumental útil para hacer frente a la pandemia, o el sector de servicios relacionados con la salud, o incluso empresas tecnológicas que apuestan por la investigación o la robótica. Todas ellas, relacionadas de forma transversal, también han recibido un impulso, como señala Javier Rúa, experto del área de Dirección de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell: "Si algo ha puesto de relieve la expansión de la COVID-19 es la importancia de la innovación sanitaria y del sector de la biotecnología".
Una estrategia de diversificación natural
Aún así, y pese al atractivo que tienen este tipo de inversiones, los expertos también piden sangre fría antes de apostar el dinero a uno de estos sectores por pujantes que resulten en un momento determinado. Por eso, una de las ventajas que tiene la inversión temática es la de que, por su propia naturaleza, fomenta la diversificación desde el primer momento, algo que permite reducir riesgos e ir más allá de la volatilidad que, en situaciones puntuales como la que vivimos, pueden ofrecer una visión distorsionada del valor de aquello en lo que se invierte. Como señala Javier Rúa, "este tipo de inversiones temáticas se focalizan directamente en macro tendencias estructurales, hecho que nos puede ayudar a invertir de una forma mucho más eficiente y, sobre todo, con un propósito".
Invertir en tecnología también es un ejemplo de este tipo de búsqueda de la rentabilidad. El ámbito de las nuevas tecnologías está en constante crecimiento y, por norma general, suele reportar beneficios. No obstante, contar con un buen asesoramiento es clave dado que un error común al apostar por empresas de este sector es pensar a corto plazo. Como en el caso de las farmacéuticas, la volatilidad es una trampa a evitar. Por eso, el experto del área de Dirección de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell recuerda que este campo es tan heterogéneo que puede incluir actividades tan diferentes como los videojuegos, la inteligencia artificial (IA), el desarrollo de las tecnologías como el blockchain, los dispositivos que aprovechen el Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés), etc.
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Responsabilidad social y medioambiente
De igual manera que en las 'temáticas', existe otro tipo de inversores que buscan rentabilidad en una filosofía multisectorial en la que no importa tanto la actividad de la empresa a la que se destinan fondos como que su política de responsabilidad social responda a unos parámetros con los que se alinee. A nadie se le escapa la apuesta por la sostenibilidad que han llevado a cabo muchas entidades desde muy diversos frentes. En efecto, la preocupación por el medioambiente y la concienciación sobre la necesidad de actuar contra el cambio climático ha generado un entorno favorable para las compañías que abogan por el uso de energías renovables o que velan por el buen uso de los recursos que utilizan.
Esto ocurre también en términos de inclusión, de conciliación o de igualdad. Son elementos no financieros conocidos como ASG (siglas en inglés de 'ambiental, social y buen gobierno') pero que cada vez tienen más peso en los modelos de valoración de las empresas y que han adquirido también relevancia en esta situación. El principal argumento para ello es que existe la percepción de que la inversión sostenible es más resiliente ante eventos críticos y globales cuyo mejor ejemplo es, precisamente, el impacto de la COVID-19 en todo el planeta. Así, muchos inversores han empezado a cambiar sus miras hacia activos que actúen conforme a criterios ASG.
Estos parámetros son percibidos por los inversores como un aval de compromiso y seriedad, como indica Federico Servetto, director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell, que aduce tres ventajas que obtiene un inversor que prime en su cartera las empresas más responsables: "Transparencia, mayores retornos a largo plazo y la satisfacción de actuar a favor de un mundo mejor".
Al mismo tiempo, los inversores también han detectado otro área de interés hacia el que están girando sus miras: la de la igualdad, la inversión con enfoque de género. Si bien cada vez son más las empresas que han enfatizado la paridad en sus plantillas, en los consejos de administración las cifras aún están muy lejos de esa situación. Y son muchos los actores económicos que enmarcan que la incorporación de la mujer a esos puestos de alta dirección supondría un impulso económico a gran escala, tanto en el Producto Interior Bruto (PIB) nacional como, por supuesto, en el bolsillo de los inversores. Por eso, apostar por la igualdad es tan necesario como rentable.
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