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Vancouver, la ‘ciudad necesaria’ obsesionada con su belleza

Miguel Aguiló, Director de Política Estratégica del Grupo ACS, dedica su último libro a la ciudad canadiense, una moderna urbe que combina el gusto estético con un urbanismo ordenado y eficiente.

Explicar una ciudad es una tarea compleja. Entenderla, aprehender su esencia y saber transmitirla exige un trabajo de campo y de documentación en el que confluye la mirada hacia el urbanismo actual, pero siempre en relación con dos aspectos comunes en la génesis de toda urbe, la historia y la geografía. Son elementos que imprimen carácter y que moldean y argumentan su disposición y su tejido urbano y que, en el caso de Vancouver, están más que presentes. No podía ser de otra manera dado que la ciudad canadiense tiene detrás un intrincado pasado de exploradores y navegantes aunque, paradójicamente, fue fundada hace menos de 150 años.

En ese sentido es una ciudad viva, dinámica y con un inmenso atractivo. Es por todo ello que protagoniza el noveno y (por el momento) último libro de la serie de ciudades publicada por ACS y de la que Miguel Aguiló (Madrid, 1945), director de Política Estratégica del grupo, es su autor. Se trata de una obra que, bajo el título ‘La necesaria construcción de Vancouver’, pone en contexto la que bien puede ser considerada como una puerta abierta desde el Pacífico y hacia el interior de un territorio que solo en las épocas más recientes se ha dejado ‘domesticar’, en cierto modo, por el hombre. La creación de Vancouver ayudó considerablemente a ello.

Hablamos de la Canadá más salvaje, un vasto territorio “sin civilización, sin pueblos y sin carreteras” entonces cuyos accidentes geográficos explican, en gran parte, la trascendencia que tuvo Vancouver en el desarrollo de las infraestructuras que vinieron después y que ayudaron a construir y vertebrar el país. Con ello se logró “equilibrar los dos océanos, el Atlántico por el este y el Pacífico por el Oeste”, relata el autor.

Miguel Aguiló

Dónde construir una ciudad

“La ciudad se debe a su posición”, explica Aguiló, “porque en ese sitio era necesario hacer una ciudad. De ahí viene el título”. “El problema fue precisamente encontrar dónde, porque cuando los marinos comenzaron a explorar aquello, tenían la necesidad de descubrir algo que les indicase que estaban ante un gran continente, por lo que de verdad necesitaban era un gran río, ya que estos solo se producen si tienen detrás una enorme extensión de terreno”, explica. Por eso, “cuando el teniente español Narváez tocó tierra y se dio cuenta de que estaba ante un gran uno dijo ‘este es el sitio’, y ya definió la zona donde más o menos debía estar la ciudad”.

Las alusiones a la historia, incluídas las ‘primeras patrias’ indígenas que habitaban el territorio donde hoy se erige Vancouver, son constantes y con un permanente recuerdo hacia las figuras clave que ayudaron a configurar la ciudad desde el primer momento hasta los tiempos más recientes. No obstante, y pese a la profusión de datos y de recursos gráficos que acompañan estas explicaciones, no hay que dejar pasar un dato significativo: que estamos hablando de una urbe extremadamente moderna, con menos de dos siglos de historia como tal.

Cascada de Sunwapta

Y al hablar de este desarrollo fulgurante, Aguiló también recurre a otra imagen, la de considerar a Vancouver “la ciudad de las llegadas”. Primero fue la de esos navegantes desde el mar; posteriormente, rozando la actualidad, se habla de la de la modernidad pero, como enlace entre ambas, el libro también se detiene en el importante papel del tren como un modo de conexión y de impulsar la economía local. Vencer al terreno, especialmente a las imponentes montañas Rocosas, fue la gran dificultad: “Lo hicieron bastante rápido una vez que descubrieron por dónde, que fue lo difícil, pero la construcción fue rápida porque echaron mano de los americanos, que ya tenían mucha experiencia”.

Además de beneficiar a la ciudad, como efecto añadido a la construcción de esta infraestructura el tren también ayudó al incipiente turismo en el país dado que, “al atravesar un enorme territorio inexplorado, descubrieron que había sitios bellísimos que la gente debería conocer”. Esto motivó la construcción de hoteles en lugares seleccionados del recorrido que, si bien en principio servían para el descanso del largo viaje, acabaron pronto por orientarse más hacia la explotación turística.

“Ha hecho emblema de su habitabilidad”

Con todo ello, Aguiló reflexiona sobre la esencia de la ciudad más poblada de la Columbia Británica. Frente a las otras grandes capitales que contempla en su serie de libros, puede que sea si no la más lejana (difícil superar a Sydney en esta clasificación), sí al menos la más desconocida para el gran público. Así pues, la pregunta es obligada: ¿con qué se encuentra alguien que visita Vancouver hoy? “Es una ciudad magnífica, que ha hecho un emblema de ser una de las ciudades más habitables del mundo y donde se vive muy bien. Durante muchos años ha sido la primera en todos los rankings y ahora se mantiene entre las diez mejores. Eso es lo que define a la ciudad y es algo en que ellos fueron también muy pioneros”.

Hay elementos que suman en esta consideración, como la marcada geometría de su urbanismo, un “esquema de cuadrícula que fijaron muy pronto”. También hubo una extrema sensibilidad hacia un modelo de crecimiento con una dimensión más humana, más cálida. Cuenta Aguiló que, cuando el terreno se comenzó a poblar de construcciones de un piso, se entendió el “valor de la densidad para fomentar una agrupación de uso” que, a día de hoy, ayuda a que “los viajes no sean tan largos y tan extensos, y hace que las ciudades adquieran una vitalidad mucho mayor y se enriquezca la vida de cada barrio”.

Por otra parte, el paseo por la ciudad delata esa significación. Ante la primacía de las torres que caen ‘a pico’ hacia el suelo, tan características de otras ciudades norteamericanas como Toronto, Chicago o Nueva York, que ofrecen una vida en las aceras “más dura porque esas moles dan sombra y hacen las calles más estrechas” al paseante, en Vancouver se optó por una solución diferente: la de combinar “un nivel de casas de cinco, seis u ocho pisos para usos comunes y hacer una torre en medio, que era donde se agrupaba la densidad”.

Así, de alguna manera se pueden ver paseos más abiertos gracias “a una orla de tiendas y de establecimientos que dan a la calle y que, aunque lo llamen podio [al estilo de Toronto] es más como un zócalo”. “Esa idea de unos edificios que te hacen calle y otros edificios que te hacen densidad, todo mezclado, es fantástica, es muy agradable porque va siempre a una altura que te acompaña”, concluye.

Obsesión por la belleza

Estas características se unen a otra: que Vancouver es bonita y, en cierto modo, exuberante. Trasluce el libro e incluso se menciona textualmente en uno de sus capítulos que allí siempre ha prevalecido una especie de “obsesión por alcanzar la belleza”. Y lo peculiar del asunto no es tanto que para ello se haya apoyado en edificios monumentales o en obras especialmente llamativas, sino en aprovechar los recursos naturales y evitar un urbanismo gris dando protagonismo a la vegetación y la naturaleza que la adornan.

Miguel Aguiló

“Es muy importante para ellos”, analiza Aguiló, “pero es curioso porque tienen un parque gigantesco, el Stanley Park, mucho más grande en proporción que lo que puede ser la Casa de Campo para Madrid, pero lo que no tienen son muchos repartidos por la ciudad. Lo que sí tienen es muchísimos árboles: los hay que te hacen un pasadizo, los que dan sombra… los hay de todo tipo, de todos los colores y por todas partes... incluso hay un edificio que tiene uno arriba, el Eugenia Place, todo un símbolo que deben mantener” para evitar penalizaciones porque, en otro guiño al pasado, se pretende emular lo que había antes de que se edificara: secuoyas del mismo tamaño de este peculiar conjunto de edificio y árbol.

Como en este caso, el papel de la ciudadanía ha resultado trascendental para mantener el urbanismo a un nivel menos agresivo que en otras grandes ciudades: “Ellos pensaban que la ciudad no la estaban haciendo con el nivel que tenía el entorno y querían que fuera más hermosa y más bonita. Y han tenido muchas discusiones y han peleado mucho por un urbanismo que hiciera la ciudad más habitable y más bella”.

Fruto de esta ambición, la gente ha obtenido éxitos inesperados. Si en otras ciudades la población se rebeló contra los rascacielos (caso de San Francisco), aquí la cruzada se vivió contra las autopistas urbanas que amenazaron barrios enteros. “Ellos hicieron un urbanismo muy participativo, que es algo a estudiar porque es algo que tiene un valor enorme”, concluye el autor de ‘La necesaria construcción de Vancouver’.

Un transporte eficiente

Aquella victoria es hoy motivo de orgullo y más aún si, como es el caso, la movilidad dentro del desarrollo urbano también les da la razón a quienes defendían evitar esas moles. Es el éxito de un modelo territorial en el que se establecen diferentes núcleos independientes que mezclan viviendas unifamiliares, industrias bajas y zonas de las que salen torres. Son nodos conectados por el skytrain, “un ferrocarril elevado que es un metro sin conductor rapidísimo, con altísimas frecuencias y que la gente usa de una manera muy fácil; funciona bastante bien y hace que en la ciudad no haya los atascos gigantescos que hay en otras ciudades canadienses o norteamericanas”.

Naturaleza, historia, urbanismo, calidez… Vancouver es una sorpresa para navegantes y aventureros del pasado, del presente... y del futuro, porque todos estos argumentos que Aguiló pone en su obra también son una declaración de intenciones para enarbolar los proyectos llamados a construir la Vancouver del futuro, en los que el grupo ACS está muy presente, como en el resto del país. Una excusa también para volver a una de las ciudades más habitables, sostenibles y bellas del planeta.