Adriana Ocampo es colombiana de nacimiento, argentina de crianza hasta la adolescencia, estadounidense por educación y trabajo en la NASA toda una vida, y además se reivindica asturiana, porque Oviedo es de donde procede su familia y presume de Uría como segundo apellido.
Pero su reino no es de este mundo, sino de todo el Sistema Solar. Ocampo es geóloga planetaria, una tarea que funde la ciencia con la tecnología punta. Dirige el programa Nuevas Fronteras, de la Agencia Espacial, que abarca cuatro misiones, cada una de ellas con presupuesto en torno a mil millones de dólares, "dictaminadas por la Academia de Ciencias de Estados Unidos, en ‘competición’ de pares, con propuestas de investigadores principales de cualquier parte del país".
Con la suave, pero apasionada cadencia de su voz, Ocampo charló largamente con INNOVADORES durante su visita a Madrid para dar una conferencia en la Fundación Areces. "El objetivo de la primera misión, Nuevos Horizontes, era sobrevolar Plutón y se hizo exitosamente el 14 de julio de 2015. La segunda es Juno, que está orbitando en estos momentos el gigante de nuestro Sistema Solar, Júpiter. Es la primera vez que llegamos al espacio profundo con paneles solares y esto ayudó mucho al desarrollo de esta tecnología aquí, en la Tierra", detalla.
"Y la tercera misión -prosigue- se llama Osiris Rex. Tiene como objetivo mapear y orbitar el pequeño asteroide Bennu [está allí], extraer una muestra y retornarla a la Tierra en el año 2023. En Bennu se han detectado aminoácidos, precursores a las proteínas, así que tiene un enlace muy interesante con el origen de la vida".
La ciencia planetaria tiene conexiones directas con el pasado de la Tierra y pudiera ser también, ojalá no, con su porvenir: "La órbita de Bennu intercepta la de la Tierra periódicamente. Queremos ver cómo está variando, para saber si es un objeto del que tenemos que preocuparnos en un futuro, por si pudiese impactar con el planeta. Con la muestra vamos a poder determinar sus propiedades mecánicas mineralógicas y, si fuese el caso, mandar una misión para ‘diferirlo’ y proteger a la Tierra. Es una misión no solo científica. También estamos aprendiendo cómo mitigar potenciales desastres naturales por impactos de asteroides".
Una de las grandes investigaciones de Ocampo, viene a cuento citarlo, se ha desarrollado en torno a Chicxulub, en la península de Yucatán (Golfo de México), donde se estrelló el gran asteroide que presumiblemente inició la quinta extinción masiva, la del Cretácico, que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años. "Las ciencias planetarias están enlazadas con la evolución de nuestro planeta, que no está aislado, no es un sistema cerrado. Es parte de un sistema mucho más complejo dinámico y activo que es el Sistema Solar, la galaxia, el universo. Todo influye a nuestro planeta, que es una entidad dinámica en constante cambio. Millones de años atrás, también tuvo atmósferas mucho más dañinas".
Para intentar defender la Tierra del riesgo de impactos como aquel asteroide, la NASA tiene el programa NEO (Near Earth Objects), ajeno al área de Ocampo, "con una misión, ahora, que se llama Dart, que es tecnológica, específicamente diseñada para cambiar la órbita de un pequeño asteroide". Se trata de alcanzar el asteroide Didymos en 2024 y estrellar la sonda, de 400 kilos, contra una pequeña luna que lo orbita, para modificar su periodo orbital y verificar si esto es suficiente para desviar el curso del pedrusco principal. La Agencia Espacial Europea colabora, primero con un cubesat italiano, que se desprenderá de Dart para filmar el impacto, y luego con la misión Hera, que visitará Didymos tres años después para observar los efectos.
La cuarta de las encomiendas de Nuevas Fronteras, "recién seleccionada", es Dragonfly (Libélula), y "va a sobrevolar como un helicóptero -posarse, retomar vuelo y volver a posarse como una libélula- la superficie de Titán, la luna más grande de Saturno", explica. "Es una luna muy interesante. Pudiese ser como una Tierra primitiva. Tiene la cantidad más grande de hidrocarbonos de todo el Sistema Solar. Con lagos de hidrocarbonos, sistemas dendríticos, o sea, ríos, y como semicontinentes helados de metano... es un eslabón más para la pregunta tan básica sobre nuestros orígenes de cómo empieza la vida, no solamente aquí, sino potencialmente en otros lugares de nuestro Sistema Solar o del universo".
Las misiones de Nuevas Fronteras se van lanzando con una cadencia de entre cinco y ocho años. Ocampo se muestra tan cómoda hablando de los entresijos burocráticos de la agencia como de las implicaciones científicas y tecnológicas porque para ella, que empezó como voluntaria, es su "segunda casa". Así lo relata: "Me crié en la NASA porque empecé después de la escuela secundaria. De niña, en la terraza de mi casa en Argentina, soñaba con la exploración espacial. Cuando mis padres emigraron a Estados Unidos, ni hablaban inglés ni nada, mis primeras palabras fueron ‘¿dónde está la NASA?’. Y se dio la gran casualidad de que nos mudamos a un área cerca del Laboratorio de Retropropulsión [JP Lab de Pasadena], así que para mí fue como llegar a Disneylandia y ya no me podían despegar de ahí. Me pegué como un chicle".
Como estudiante voluntaria aprendió ciencia, tecnología y "trabajo en equipo, que es una de las claves del éxito de NASA. Trabajar en equipo de una forma armónica, efectiva, productiva... y aprender de errores. Que no haya una atmósfera de culpabilidad, sino de decir que hubo una anomalía, tomemos una pausa, pensemos... ¿qué pasó? Analicemos, aprendamos y lo solucionamos". En 2005, le encargaron dirigir la misión Juno, después de todo el programa de Nuevas Fronteras y ahora, también, "todo lo que tiene que ver con la exploración de Venus, en colaboración con la Agencia Espacial Europea y Rusia".
La NASA no prestó mucha atención a Venus durante años. "Es un planeta muy parecido a la Tierra, pero algo pasó allí que lo transformó en algo muy diferente. Su superficie tiene unas temperaturas tan altas que un pedazo de plomo se derretiría como manteca. Gracias a que fuimos a explorarlo con el Pioneer, que lo sobrevoló y después fue a Mercurio, descubrimos el efecto invernadero. Cuando aplicamos los modelos atmosféricos de Venus aquí en la Tierra nos dimos cuenta, ¡en los años 60!, de que estamos teniendo ese efecto y empezamos a entender cuál era el mecanismo que incrementa el dióxido de carbono y cómo podía afectar a las temperaturas. Es un excelente ejemplo de la importancia de explorar otros planetas en el Sistema Solar. Aprendemos más del nuestro".
El próximo gran paso de NASA es el proyecto Artemisa, el regreso a la Luna en 2024, "ya no para visitarla, sino para quedarnos, en colaboración con otros países, como una plataforma de entrenamiento para misiones tripuladas por el espacio profundo, para ir a Marte".
¿Y una geóloga planetaria se apuntaría a ese viaje a la Luna? "Yo apliqué para astronauta varias veces", responde Ocampo. "No llegue a las últimas selecciones... Pero, definitivamente, me encantaría".